San Sebastián 2018: crítica de «Entre dos aguas», de Isaki Lacuesta (Competencia)
Esta continuación de una de las historias de «La leyenda del tiempo», película que el realizador estrenó en 2006, retoma a uno de los principales personajes de aquel maravilloso filme que mezclaba documental y ficción para saber cómo siguió su historia. Y lo encuentra, otra vez, ante una difícil encrucijada.
Se dice que no es recomendable hacer secuelas de obras maestras. Y, en general, salvo algunas pocas excepciones, hay bastante de cierto en esa recomendación. Yendo aún más lejos, se podría pensar que no hay muchas secuelas per se dentro de lo que podemos llamar cine de autor o cine arte, por lo que de algún modo ENTRE DOS AGUAS es una anomalía por partida doble. Por plantear la casi descabellada idea de continuar la historia de LA LEYENDA DEL TIEMPO, por un lado. Y, por otro, por conseguir estar a la altura del mito, doce años después.
De todos modos, no es necesario haber visto aquella película para disfrutar de esta. Por un lado, porque la propia historia, por su estructura, se sostiene por sí sola. Y, por otro, porque la Lacuesta ayuda –con algún que otro regreso a escenas y situaciones del filme anterior– a que se sepa de dónde vienen algunos de los personajes. Es claro, de todos modos, que aquellos que amaron y recuerdan bien esa película sentirán cómo esta resuena de manera mucho más profunda y conmovedora que los novatos.
LA LEYENDA DEL TIEMPO contaba casi dos historias en paralelo y una de ellas es la que se retoma en ENTRE DOS AGUAS, la de Israel, entonces un pequeño gitano de unos doce, trece años, pelo enrulado y mirada inocente y pícara a la vez que dejaba de cantar flamenco a partir de la violenta muerte de su padre. Pasó el tiempo y hoy Isra es un hombre que está por salir de la cárcel luego de cumplir una condena por narcotráfico. La historia en paralelo –que en aquel filme tenía como protagonista a una chica japonesa fanatica del flamenco y de Camarón que iba hasta la isla que lo vio nacer– ya no está. Ahora es la de Cheíto, el hermano mayor de Isra, que está enrolado en la Marina y vuelve a la isla después de un largo tiempo de viaje en peligrosas misiones por Africa.
Pero el centro será la readaptación a la vida en la Isla de San Fernando de Israel, que ahora tiene tres hijas con las que tiene muy poca relación y contacto. Y una mujer que no quiere verlo, con la que siempre discute ya que ella no imagina que el muchacho pueda encauzar su vida. Algo de razón tiene porque no solo Isra se ve tentado a regresar al tráfico de drogas sino que la situación económica del lugar casi no le permite otras opciones, ya que no hay trabajo disponible y menos para alguien que tiene más prontuario que habilidades prácticas.
En las conversaciones de Isra y su hermano, sus amigos, sus intentos de reencauzar su vida, su frustración y peleas, su sufrimiento y ocasionales alegrías se pasa esta historia que, otra vez, está contada con esa maestría que Lacuesta tiene para generar la sensación que se está viendo un documental aunque uno realmente nunca sabe cuánto de lo que la película cuenta es cierto y cuánto ficción. Esta especialidad del director español de LOS CONDENADOS que marcó su primer filme, CRAVAN VS. CRAVAN, se retoma aquí. No hay rasgos (al menos no lo hay para un espectador que no es un especialista en detalles del habla de la región como es mi caso) de «armado» pero es claro al notar la estructura clásica que la película va estableciendo que hay una dramaturgia específica puesta en juego aquí y es aquella que se centra en «las segundas oportunidades».
Esa combinación entre clasicismo y modernidad, entre documental y ficción, que antes hacía juego con la propia obra de Camarón a la que se refería la película desde aquel título de un disco canónico del cantor, hoy aparece no solo referida en el nuevo título sino en esa idea de volver a conectar con personas que se filmaron tiempo atrás. Un ejemlo parecido es el de Abbas Kiarostami y su magnífica Y LA VIDA CONTINUA que también era, a su modo, un combo entre ficción y documental que trataba de encontrar a los personajes de una película anterior (¿DONDE QUEDA LA CASA DE MI AMIGO?) y ver qué había ido de sus vidas desde entonces.
ENTRE DOS AGUAS habla de eso. Isra se maneja entre esos dos espacios simbólicos a los que hace referencia el título: entre la criminalidad y la inserción en una vida más tradicional, como la de su hermano (cuya vida familiar tiene también un importante peso narrativo en el filme), y también entre la isla y el continente, la libertad y la cárcel, el pasado y el futuro. Un personaje que ha cambiado y se ha endurecido mucho en los doce años que pasaron pero que, finalmente, cuando se empieza a resquebrajar su máscara dura forjada en años de cárcel deja entrever los miedos, las frustraciones y la fragilidad de estar ante una situación complicada y difícil de resolver.
Ese tatuaje que Isra quiere hacerse en toda la espalda y que es objeto de debate –con el hermano y con el propio tatuador– es quizás el elemento simbólico más claro de esta notable película. En esa narración, casi historia de vida, que el protagonista quiere contar a través de una serie de tatuajes en su espalda, están esos dos caminos posibles a tomar. Uno que lo sigue enredando en un pasado doloroso y otro que le abre las puertas a un futuro, probablemente tan o más complicado que el otro, pero en el que se puede adivinar, muy a lo lejos, la posibilidad de una redención.