Streaming: crítica de “A Land Imagined”, de Yeo Siew Hua (Netflix)
A partir de la desaparición de un operario chino de una fábrica en Singapur, Yeo construye un relato que combina policial negro con drama realista para contar la dura vida de los trabajadores migrantes en un país próspero al que miran desde lejos. Ganadora del Leopardo de Oro del Festival de Locarno.
Singapur es un país curioso en el contexto asiático. No solo por sus restrictivas leyes y particulares costumbres, sino por su geografía. Es un país pequeño que trata permanentemente de conquistarle terreno al mar. En una de estas empresas trabaja Wang, un operario chino que, como la mayoría de los que trabajan en estas empresas, es un inmigrante. Esa zona marginal, portuaria, no se parece demasiado a la más prolija y ordenada que ese país por lo general exhibe sino más bien una mezcla un poco más densa del Hong Kong Lado B de Wong Kar-wai y el mundo de los sufridos operarios migrantes del cine de Jia Zhang-ke, quien seguramente se sintió muy cercano al filme y por eso lo premió con el Leopardo de Oro.
Pero Wang ha desaparecido y A LAND IMAGINED comienza como un thriller de investigación, un policial negro centrado en descubrir los motivos y los responsables de ese hecho. Y si bien eso permanece como eje, rápidamente Yeo altera las expectativas y nos aleja del detective Lok —el detective encargado del caso— para ir atrás en el tiempo (o eso parece) y seguir las actividades del desaparecido Wong.
A través de su historia conocemos ese submundo de trabajadores migrantes, solitarios, que muchas veces encuentran consuelo pasando sus horas libres en cybercafés repletos de neón y ruidos mecánicos. Allí Wong se relaciona con Mindy, la bella y un tanto misteriosa joven que maneja ese lugar. Pero también entabla una amistad con Ajit, un trabajador de Bangladesh, de los que sí hay muchos pululando por Singapur. La historia seguirá la relación de Wang con ambos, centrándose por un lado en la situación y conflictos laborales y, por otro, en su relación cada vez más cercana con la chica.
Pero todo volverá a girar, narrativamente, una vez más. Reaparecerá el detective y las distintas piezas del rompecabezas irán encajando entre sí pero no de las maneras que uno espera. Hay giros inesperados de guion (el mundo virtual cobrará mayor presencia) y el espectador tiene permanentemente la sensación de qué hay cruces entre el mundo real y el virtual sucediendo todo el tiempo. ¿Qué se esconde tras esas desapariciones?
En paralelo la película explora esa marginalidad y pone en discusión la relación de los locales con los inmigrantes y con sus propias y un tanto ficticias y mutantes fronteras —la empresa lo que hace es usar arena para ganarle terreno al agua— como si el verdadero Singapur fuera un país más virtual que real, o varios países en uno. La fotografía a lo Christopher Doyle del japonés Hideho Urata le da a la película una atmósfera nocturna, somnolienta y pop, pero siempre con la gran ciudad siendo vista desde los márgenes, desde la zona portuaria, a la distancia. Desde ahí, el próspero y moderno Singapur es sólo un país imaginario.