Berlinale 2016: «Illegitimate», de Adrian Sitaru
Quisiera saber el secreto de los rumanos. Digo, de los cineastas rumanos que vienen filmando a lo largo de los últimos diez, quince años. No sé cómo lo hacen, pero lo hacen maravillosamente bien. Encuentro pocas cinematografías en el mundo que tengan una característica común a todas ellas tan clara y a la vez tan […]
Quisiera saber el secreto de los rumanos. Digo, de los cineastas rumanos que vienen filmando a lo largo de los últimos diez, quince años. No sé cómo lo hacen, pero lo hacen maravillosamente bien. Encuentro pocas cinematografías en el mundo que tengan una característica común a todas ellas tan clara y a la vez tan poderosa. Hay países que tienen ejes temáticos repetidos, algunos estilos preferidos y modos que les son propios, pero esta generación de cineastas rumanos no solo tiene las tres cosas sino que las manejan maravillosamente bien.
ILLEGITIMATE es un claro ejemplo de todo eso. Es otra de las películas que vi en el Forum de la Berlinale sin entender porqué no estaba en la competencia oficial. Entiendo que hay un asunto temático del filme (ya hablaremos de ello) que puede llegar a ser incómodo y/o molesto, pero en Berlín no se caracterizan por tenerle «miedo» a eso. Más bien, al contrario, como prueban películas como 24 WEEKS o la propia NYMPHOMANIAC. Aquí, sin embargo, la película de Adrian Sitaru quedó relegada al Forum. Una gran sección, sin duda, pero que tiene mucha menos visibilidad. ¿Será que Sitaru no es tan famoso como sus compatriotas Mungiu, Porumboiu, Puiu o Muntean y no tiene un importante agente de ventas por detrás?
La película comienza con un almuerzo familiar de los Anghelescu en el que el padre, un obstetra llamado Victor, y otras seis personas (de entre veintipico y cuarenta, luego veremos que cuatro de ellos son sus hijos) están reunidas hablando de nimiedades hasta que sale un tema fuerte en la sobremesa: en una investigación universitaria que una de las hijas, Sasha, estuvo haciendo de la época de Ceaucescu apareció el nombre del padre como «colaborador» denunciando a mujeres que querían abortar. Allí surge una severa discusión y la pelea llega hasta las manos. No sólo eso, sino que Victor no tiene mejor idea que decirle a su hija que de haber sido legal el aborto ella (y su hermano mellizo, Romi) no habría nacido ya que no querían más hijos…
Eso, que provoca una enorme crisis en Sasha, es sólo el principio de la historia. Si bien las relaciones entre los personajes no son claras al principio pronto nos daremos cuenta que el afecto que hay entre los mellizos es un poco superior a lo normal. No tardaremos en notar que, en realidad, la cuestión es más complicada aún ya que ambos tienen sexo entre sí. Sasha quiere terminar con el asunto pero Romi intenta convencerla que es algo normal y, asegura, aceptado «en otros países». El drama familiar se complicará aún más todavía, mucho más, pero eso deberá descubrirlo el espectador al ver la película.
Es cierto que, así relatado (y con lo que falta contar), el asunto parece propio de una telenovela. Pero algo parecido sucedía en los primeros filmes del Dogma danés: la naturalidad de los actores, los diálogos y la filmación casi documental permiten que el espectador «compre» una serie de situaciones que, vistas con cierta distancia, son prácticamente imposibles de tomar seriamente. Pero esta película, como LA CELEBRACION en su momento, nos mete en su explosivo melodrama familiar como si fueramos espías de una convención de seres que son, a la vez, reconocibles y un tanto enajenados.
Acaso el único más o menos «responsable» del grupo es Cosma, el hermano mayor, también médico, quien parece intentar mantener la cordura cuando las cosas explotan por el lado del padre y de sus hermanos. Y Sitaru logra que el espectador comprenda y se ponga del lado de Sasha, más allá de la situación escabrosa en la que está metida. A diferencia de su hermano, al menos es consciente de lo imposible de la situación. El padre, en tanto, parece vivir en un planeta propio, uno en el que logra inventarse justificaciones para todos sus dislates. Lo bueno del guión de Sitaru es que permite que cada personaje tenga sus razones y su lógica. Y más allá de lo que uno pueda pensar de ella, no se los juzga desde el guión o la puesta en escena.
La película no está hecha en planos secuencias ni en tiempo real, pero transcurre a lo largo de pocos días y está filmada –según explica el director en la gacetilla de prensa– prácticamente «en vivo» y con escenas largas, un poco como una pieza teatral, pero a dos cámaras y con los actores improvisando a partir de largos ensayos previos. Eso le da al filme una profunda impresión de realismo que se mantiene pese a las zonas bizarras a las que se va yendo la situación.
El final, claramente, será un tema de discusión para todos los que vean la película. Son esos filmes (y finales) que a muchos pueden incomodar y resulta hasta entendible que así sea (habitualmente yo tiendo a irritarme con películas «provocativas» de este tipo), pero Sitaru logra que uno se inserte en ese universo y no note tanto las manipulaciones. Volviendo a la escena final, es imposible hablar en detalle de ella sin revelar más de lo debido, pero lo cierto es que es bastante perturbadora, ambigua y extraña. Y a nadie dejará indiferente. Lo mismo que toda la película, con su mirada íntima, acaso demasiado íntima, a la vida de una familia rumana contemporánea. Una familia que parece como la de cualquiera, pero no lo es. Bueno, al menos eso espero…
Leo tu crítica y me dan ganas de verla! Se estrenará acá?