BAFICI 2016: Apertura, Cierre y Competencia Internacional (20 críticas)
La competencia internacional del BAFICI siempre resulta la bandera, el mástil que parece llevar arrastrado a todo el festival, algo que sucede con la gran mayoría de los eventos de este tipo. Sería bueno empezar a pensarlo de otro modo. Se trata de películas cuya calidad promedio no es mejor ni peor que las de […]
La competencia internacional del BAFICI siempre resulta la bandera, el mástil que parece llevar arrastrado a todo el festival, algo que sucede con la gran mayoría de los eventos de este tipo. Sería bueno empezar a pensarlo de otro modo. Se trata de películas cuya calidad promedio no es mejor ni peor que las de las otras secciones y su presencia aquí –me parece a mí– tiene que ver más con darle un espacio de peso a lo que los programadores creen que son recientes y genuinos descubrimientos. Tiene sentido, en cierto modo, ya que la circulación de las películas es cada vez más rápida internacionalmente y puede volverse reiterativo darle otra vez el Salón VIP del festival a esos filmes que ya vienen con muchas postales en su equipaje. Pero, a la vez, es un riesgo, ya que los resultados tienden a ser más desparejos, como si el técnico de un equipo de fútbol dejara de lado a muchos de sus titulares para que los hinchas vean cómo juegan los otros, algunos jóvenes promisorios y otros, definitivamente, suplentes. Así que estén preparados para ganar y perder aquí: el resultado es incierto.
NOTA: No hay críticas de las películas cuyo estreno mundial es en el BAFICI, lo que incluye este año a las tres locales y también a algunas extranjeras. Las críticas de las demás –bah, de las que vi– están aquí. Faltan algunas pocas…
PELICULA DE APERTURA
LE FILS DU JOSEPH, de Eugene Green
El cine de Eugene Green puede no ser accesible para todo el mundo pero para quienes entran en su sistema los beneficios y placeres son interminables. Cuando me refiero a su “inaccesibilidad” no hablo de que sean películas particularmente difíciles de entender o excesivamente arduas de soportar, sino que Green propone un estilo narrativo y, especialmente, actoral, que no responde al gusto de buena parte de la audiencia. Para usar un referente más o menos cercano uno podría hablar de Martín Rejtman, cuyo estilo formal tiene algunas similitudes, pero sin tanta audacia como la del director de LA SAPIENZA.
En el caso de EL HIJO DE JOSE –obviamente, una parábola cristiana– lo que vemos es a actores recitando sus líneas de manera estentórea y a altos volúmenes, sin mover un músculo del cuerpo ni de la cara, y viviendo aventuras bastante impredecibles. Es como el citado Rejtman pero elevado a la enésima comedia. Y como este filme es su más ostensiblemente cómico, compararlos se vuelve poco menos que inevitable. Y lo cierto es que tanto uno como el otro logran que estos personajes que se comportan robótica y bizarramente no sólo se tornen creíbles sino que nos hagan partícipes y hasta nos conmuevan con lo que les sucede (ver crítica completa, aquí)
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PELICULA DE CIERRE
MILES AHEAD, de Don Cheadle
Es admirable la decisión de Cheadle –director y protagonista– de evitar los lugares comunes de las biopics de figuras famosas. En este caso, con Miles Davis como centro, es imaginable que están todos esos momentos ahí, invitándose a sí mismos a aparecer. Pero Cheadle, homenajeando los cambios musicales de Miles (be bop, jazz modal, free jazz, etc) intentó hacer una película que funcionara de manera similar a su protagonista. A su música cambiante y radical, sí, pero también a su extravagante personalidad. Es así que, por más admirable que sea el esfuerzo de Cheadle, el resultado no termina de ser del todo convincente, especialmente por un factor específico que le quita buena parte del valor al filme.
La película transcurre a lo largo de unos pocos días en los que Davis, a fines de los ’70, estaba desaparecido del mapa y no se lo veía en público hace años, metido en un trip de drogas, alcohol, dolores físicos y crisis creativa. La presión del sello para que saque nueva música, la aparición de un periodista para entrevistarlo y el robo de unas míticas grabaciones del trompetista son los hilos conductores de un relato que se vuelve una especie de chase movie cercana al universo de Hunter S. Thompson y muy alejada de una biografía de una celebridad.
La parte biográfica aparece en forma de cruzados e inesperados flashbacks –muchas veces surgidos a partir del consumo de drogas– en los que vemos retazos de la vida de Davis, tanto profesional como personal. Así, sueltos aquí y allá, sirven para dar un pantallazo suficiente sobre su vida. El problema es que lo que Cheadle elige como reemplazo del Wikipedia audiovisual que no quiere hacer no resulta demasiado interesante ni rico: es una absurda comedia histérica de persecución que se siente como una pérdida de tiempo y punto.
Es un filme con muchos altibajos, con una gran performance de Cheadle como el mítico músico de jazz en su etapa menos cool y momentos de genuina verdad emocional (su violencia, sus dolores físicos, su tirante relación con su mujer y sus bandas de grandes músicos) en medio de otra película que es como un solo bizarro que tomó vida propia y nunca volvió a pisar la Tierra.
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COMPETENCIA INTERNACIONAL
LA NOCHE, de Edgardo Castro
Como la película de Michelangelo Antonioni con la que comparte título, LA NOCHE de Castro es la crónica de una angustia, un cierto ennui contemporáneo, pero con recursos formales muy diferentes –si no directamente opuestos– a los del maestro italiano y otra clase social como protagonista. Castro construye una épica cotidiana y nocturna de la vida de Martín, un ser solitario interpretado por él mismo que vive por la zona del Once y cuya principal actividad parece ser tener aventuras sexuales de todo tipo (con hombres, travestis, en tríos o grupos), consumir drogas (cocaína, preferentemente) y beber hasta regresar desmayado a su departamento casi todas las noches.
No se lo ve trabajar, no se sabe nada de su pasado (no hay traumas ni abandonos visibles) ni se conoce mucho de su actualidad fuera de «la noche» a lo largo de los 135 minutos que dura el filme. Castro se filma a sí mismo en puro tiempo presente: los diálogos son todos ligados a acciones concretas, puntuales y al grano (conseguir droga, comprar una camisa, mirar a Fantino en la tele, pedir otra cerveza y así) y jamás hacen referencia a nada que esté fuera de cuadro. Es la crónica de una serie de noches –de una vida o de una etapa en la vida– de un tipo, su amiga travesti Guadalupe y algunos seres más (interpretados por actores no profesionales y «gente de la noche», digamos) en algunas zonas porteñas no particularmente fashion.
Castro no se anda con vueltas en su descripción de estas vidas en las que el sexo y las drogas son los ingredientes principales: nada se oculta ni se disimula pero tampoco se exhibe para la «explotación» o el escándalo. Es el retrato más sincero posible, casi documental, de lo que son esas noches largas, esas vidas tambaleantes, esos cuerpos imperfectos, ese devenir constante sin rumbo fijo. No se critica, no se juzga, no se celebra, ni se trata de escandalizar. Es lo que es, lo que hay, lo que se vive, lo que les pasa.
Con John Cassavetes como referente principal –y cierto cine francés y europeo más sexualmente franco, pero lejos de cualquier aroma a Gaspar Noé–, Castro construye un relato crudo y duro pero casi nunca sórdido: hay momentos de celebración, ternura y belleza (el final es conmovedor) y muy pocos momentos donde se vive al borde del miedo o el peligro. La larga duración de cada secuencia –en su mayoría sexuales– sirve, a lo sumo, para dejar en el espectador la sensación de cierto hartazgo y repetición, una soledad que el personaje tapa con sexo que en muchos momentos parece más compulsivo que disfrutable.
LA NOCHE podría claramente definirse como un tour de force personal –autoral y actoral– de Castro y de la otra estrella de la película que es Guadalupe (Dolores Guadalupe Olivares), la que finalmente resulta su gran (su única) compañera. Apoyándose entre sí en esos momentos de potencial crisis, los dos terminan constituyéndose en los Ratso y Joe Buck de esta versión hardcore y local de PERDIDOS EN LA NOCHE: se tienen el uno al otro y eso tal vez alcance para soportar la angustia y el frenesí de buscarle el sentido a este paso por el mundo.
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VIVIRE CON TU RECUERDO, de Sergio Wolf
Una suerte de bonus track extendido para los fans de YO NO SE QUE ME HAN HECHO SUS OJOS, la nueva película de Wolf vuelve a ser otra investigación –en este caso, auditiva– en la que el realizador encuentra y retoma un rollo de su película sobre Ada Falcón en el que él le había hecho una entrevista para aquel filme de 2002 pero que nunca pudo usar porque no quedó registrado el sonido. El material visual está y se la ve a Ada, dos años antes de la entrevista que sí se usó en el filme, hablando con el director de una manera visiblemente más locuaz y en apariencia fresca. Pero no se la escucha y Wolf no recuerda lo que le dijo.
Allí comienza un proceso de reconstrucción y deconstrucción en los que Wolf va tratando de averiguar cómo reconstruir ese audio y, a la vez, discute con colegas (Edgardo Cozarinsky y Hernán Rosselli, entre otros) acerca de qué conviene hacer con el material. La decisión a la que llega es lógica e inteligente y abre la puerta para la aparición del mejor personaje de la película, del que no vamos a adelantar nada acá pero que se roba el corazón de la historia y hasta parece abrir la puerta para un futuro documental.
VIVIRE CON TU RECUERDO es, en cierto modo, dependiente del otro filme y esa falta de «individualidad» le quita algo de peso propio, al punto que por momentos da la impresión que bien podría ser un mediometraje que funcione como material extra de una edición en DVD de aquella película, hoy clásica. Pero esa última parte y ese nuevo personaje habilitan una lectura superadora y le dan esa elusiva entidad propia al filme, que deja de ser sobre «qué dijo Ada» y pasa a ser sobre otra cosa, otra persona, a la que tal vez no conozcamos lo suficiente pero que, revelada por Wolf y la cámara de Fernando Lockett en largos y sostenidos planos, hacen que la película gire sobre sí misma y pareciera volver a empezar sobre el final.
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LA LARGA NOCHE DE FRANCISCO SANCTIS, de Andrea Testa, Francisco Márquez.
El tema de la dictadura regresa en una ficción argentina joven desde un ángulo novedoso, alejado de historias de víctimas o victimarios clásicos. En este caso es un hombre común de clase media, empleado de una empresa (que parece la de LA TREGUA, de Sergio Renán) en la que no consigue la promoción deseada. Un día se topa con una vieja amiga de la universidad a la que no ve hace mucho. La mujer, ella sí militante pero que a su vez dice estar casada con un militar, le pide un favor: que le avise a dos personas que se escapen de sus casas ya que van a ser «chupadas», secuestradas. Tomando en cuenta que él no «está metido en nada», su presencia en esa casa no llamará la atención de nadie, es la explicación y propuesta de la mujer.
El resto de la película se centrará en las idas y venidas nocturnas de Sanctis (otra gran actuación de Velázquez) quien no termina de decidirse, por temor, a cumplir con esa misión. El filme de Testa y Márquez busca acompañarlo desde un clima pesadillesco, brumoso, con la dictadura apareciendo entre las sombras, más como una ominosa y terrorífica sensación que desde sus modelos y figuras clásicas. Sanctis hará viajes en colectivo, irá a bares, a su casa, cargando esta «responsabilidad» que le han tirado encima y con la que no sabe cómo lidiar, en una metáfora bastante fuerte y evidente de la relación de la clase media con la dictadura en los ’70, entre el mirar para otro lado y comprometerse en algo. Esa es la sensación principal que transmite la película, una muy sólida, clásica y correcta opera prima de ficción de sus directores, ya consagrados con su reciente selección a Cannes.
(NOTA: Este es un primer y breve acercamiento a la película. Una crítica completa saldrá con motivo de su presentación en el Festival de Cannes)
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THE PEOPLE GARDEN, de Nadia Litz
Vamos a suponer que el festival esperaba contar con la presencia de Pamela Anderson cuando se programó como estreno mundial esta película de pretendido suspenso que resulta un producto muy pero muy menor, de esos que llevan a uno a preguntarse qué hacen en competencia (o en el festival). Pero Pamela no vino y lo que queda es la película y sí, un desnudo suyo de diez segundos que bordea lo paródico/patético. La trama se centra en una mujer (Dree Hemingway) que viaja a un bosque en Japón en busca de su novio, una estrella de rock que está filmando un videoclip con la Pamela en cuestión y con el que ha decidido cortar la relación. Pero el hombre desapareció del mapa y nadie tiene idea qué pasó con él. ¿Entonces?
Así, mientras se emprende una perezosa búsqueda policial y empiezan a aparecer misterios de esos que aparecen porque el bosque está en Japón y todo lo que pasa en Japón tiende a ser misterioso y más si es en un bosque (chequear la igualmente mala película de Gus Van Sant sobre similar tema y escenario, THE SEA OF TREES), la película avanza, zombie, como los protagonistas. Solo ver a los responsables del clip poner cara de desinteresada preocupación sirve para preguntarse si ellos mismos no se daban cuenta el bodrio en el que estaban metidos. Bah, tal vez solo estaban muy mal dirigidos en una película mal escrita, mal actuada, bastante desangelada y cinematográficamente pobre, por no decir nula. Misterios de la programación de festivales…
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PARADISE, PARADISE!, de Kurdwin Ayub
Nacidos en Irak, país del que se fueron en 1991, Kurdwin vive con su padre en Austria desde entonces, al punto que ya están en apariencia muy acomodados a su vida allí. Pero el padre no ha dejado nunca de pensar en regresar a su patria, especialmente para pasar lo que pueden ser sus últimos años. Cámara en mano, Kurdwin lo acompaña en este documental que muestra el cariñoso reencuentro familiar y la búsqueda de departamentos para establecerse allí en lo que parece una situación casi ideal.
Pero de a poco la situación real empieza a quedar en evidencia. Ellos son parte de la minoría kurda y la convivencia allí no es fácil, aparece el fantasma de guerra y los conflictos se hacen notar. Con un estilo muy casual, de diario de viaje, Ayub captura esa contradicción entre el deseo de volver al terruño y los potenciales conflictos que se avecinan. Quizás su estilo descuidado, casi amateur, pueda resultar un tanto molesto, pero la verdad que captura lo trasciende la mayor parte del tiempo.
GIRL ASLEEP, de Rosemary Myers
Un subgénero con bastante representación en este BAFICI es el del “coming of age” (o Hacerse grande, como se lo ha traducido) y esta película australiana se clava en el medio de ese sistema. Es la historia de Greta, una chica australiana pronta a cumplir los 15 años en la Australia de los años ‘70. Recién mudada y nueva en la escuela, Greta tiene navegar entre el atractivo y quizás hostil mundo de las “chicas populares”, un compañero muy freak que se enamora de ella y con la situación en su casa, que no es mucho más sencilla empezando por sus 9extravagantes padres que deciden organizarle una fiesta de 15 pese a sus deseos.
Las cosas no saldrán como lo soñado pero ahí entrará a jugar un elemento inesperado que lleva a la película a terrenos inesperados, de lo musical a lo mágico/surrealista, a un mundo de colores chillones, criaturas y otras yerbas que figuran en un punto equidistante entre el kitsch australiano del cine de P.J. Hogan (EL CASAMIENTO DE MURIEL) y una aventura infantil de Maurice Sendak. Por momentos ese quiebre puede resultar un poco excesivo, pero una vez que el espectador se acomoda a esa lógica la película recupera su pulso y concluye como las grandes película coming of age deben concluir, con la protagonista habiendo superado una hermosa y complicada etapa de su vida para entrar en una nueva, igual de hermosa, igual o aún más complicada.
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O ESPELHO, de Rodrigo Lima
Imposible, de principio a fin. Una suerte de pesadilla cinematográfica que apenas dura 66 minutos pero parece extenderse por años y años. Es una de esas películas que dividen al público. Imagino que están los que la apreciarán (es de pensar que la vio más de una persona del festival y a más de uno le gustó) y una buena parte del público, entre los que me incluyo, se quedarán rascándose la cabeza tratando de entender no sólo la película (incomprensible, sonámbula, una experiencia imbancable) sino qué es lo que hace en la competencia del festival.
Digamos que es la historia de un hombre que se encuentra con una mujer hermosa, es la historia de un director que filma a ese hombre mirando a esa mujer hermosa, es la historia de bellos paisajes por los que ese hombre y esa mujer hermosa circulan y no me pregunten más porque se me acaban las ideas. Unos minutos de filmaciones en Super 8 son lo mejor que Lima tiene para mostrar. El resto entra dentro de esos parámetros del cine brasileño contemporáneo, cuyas propuestas “inusuales” pueden dar resultados muy originales y otros que, por decirlo suavemente, decididamente no lo son…
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COMMUNICATION & LIES, de Lee Seung-won
La mujer llama la atención de entrada por su franqueza y desinterés por el que dirán. En una sociedad tan reglamentada como la coreana en la que el cuidado de las apariencias es central, lo que ella hace es radical. No le importa que la agredan en su trabajo, se entrega a actos sexuales violentos sin problemas y vive una vida sin mañana posible, entregándose al dolor, de manera literal. Y miente, miente todo el tiempo. El, por su parte, vive quejándose a compañías por teléfono sin motivo lógicos y tampoco parece tenerlas todas consigo, mentalmente. Ambos se encontrarán y surgirá entre ellos una suerte de romance extrañamente violento y apocadamente alocado, como si fueran dos niños que juegan a ser grandes desconociendo el significado de la palabra “consecuencias”.
Esta potencial gran película termina no siendo todo lo que promete porque el director decide que es importante mostrarnos a través de una serie de flashbacks curiosamente intercalados cómo es que ambos llegaron al estado en el que hoy están. Y allí la originalidad se reduce y aparecen los traumas, problemas y explicaciones psicológicas de rigor, ninguna de ellas muy originales. De todos modos, más allá del manual freudiano que enmarca las acciones, esta pequeña y ultra-independiente película coreana tiene elementos suficientes como para tornarla en una de las opciones más atractivas, extrañas y perturbadoras de la competencia.
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IN THE LAST DAYS OF THE CITY, de Tamer El Said
La película de El Said se filmó, en gran parte, en 2009, antes de la “primavera árabe” que acabó con la mayoría de los gobernantes de la zona. Y la lógica que mueve a los personajes no puede más que reflejar el estado de ánimo que se vivía en El Cairo entonces. Es la historia de un hombre que no sabe si seguir viviendo o irse de una ciudad que ama pero en la que no puede sobrevivir. Mezclando ficción y documental, El Said sigue a Khalid, un cineasta que busca mudarse en la ciudad sin poder hacerlo. Su novia está por marcharse y su madre está mal de salud.
Retratando más que nada los espacios por los que se mueve y el caos urbano de la capital egipcia, la cámara se queda en el protagonista y sus colegas cineastas que están allí para una conferencia, todos ellos viviendo en el exterior: Beirut, Bagdad o Berlín. La combinación entre sus conversaciones, los recorridos de Khalid por la ciudad y la sensación de que estamos ante el fin de una época van dándole peso dramático a una película que se va convirtiendo de a poco en una elegía a una ciudad amada y odiada a la vez, una de la que el protagonista no puede desprenderse tan fácilmente como quisiera. El tiempo que pasó entre el rodaje y la actualidad hace que ese peso sea aún más grande.
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VERENGO, de Víctor Hugo Seoane
Los documentales que reflejan la vida cotidiana de pequeños pueblos españoles (muchos de ellos, gallegos) son una cita casi obligada del Bafici, un tipo de película que forma ya parte de la tradición del festival. Al mismo tiempo, es un género que empieza a dar señales de agotamiento. El encanto potencial está ahí y es evidente: retratar el terruño, la familia, el paso de “la antorcha” entre generaciones –abuelos, padres, hijos–, animalitos de todo tipo que atraviesan la pantalla, comidas típicas y así. Lo que cuesta encontrar aquí es un gesto que lo distancie de tantos otros filmes que buscan efectos similares, el del reencuentro del joven cineasta con el pueblo en el que creció, del que se fue y al que vuelve para filmarlo, con “más corazón que odio”, por citar a una referencia obligada de estas películas.
Hay apuntes simpáticos (estos filmes siempre tienen algún personaje muy simpático o enternecedor) y otros originales, como el rol que el propio acto de filmar juega entre los protagonistas, pero la película no se aleja mucho de ese modelo bucólico en el que a un plano de un perro le sigue uno de un gato y a ése uno de un chivo y luego una anciana cocina y así, ad infinitum. La belleza de muchos de los planos es incuestionable y las saudades que provocarán en muchos inmigrantes que vinieron de Galicia es innegable, pero al menos mi sensación es que este subgénero necesita algún tipo de revisión (que algunos hacen, como Lois Patiño por ejemplo) antes que se vuelva un lugar común, tan previsible como livianamente encantador.
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LE NOUVEAU, de Rudi Rosenberg
Es ya un clásico comentario tanto de los festivales de cine como de las entregas de premios a las mejores películas del año (sean Oscars, Césars, Goya o, ejem, Premios Sur) que las comedias nunca son valoradas lo suficiente, que no son consideradas para ese tipo de galardones, como si sus méritos nunca estuvieran a la altura de los de los dramas. Pasa algo similar con el cine de género, pero con las comedias en aún más fuerte. Son pocas, poquísimas, las que son premiadas como lo merecen y menos aún en festivales de cine. No es solo por eso, claro, que con el jurado en el que estuve aquí en San Sebastián decidimos premiar LE NOUVEAU, o THE NEW KID, del francés Rudi Rosenberg, pero era un elemento agregado que hacía que premiarla fuera aún más disfrutable. Como la película…
En una competencia que tuvo, como definimos en nuestras discusiones, “varios cuentos bastante bien contados” y películas bastante sólidas desde lo narrativo, pero que no se definió por la experimentación formal ni nada parecido –una debilidad de una sección que se llama Nuevos Directores–, LE NOUVEAU se destacó claramente por su alegría, generosidad, efervescencia y, sí, su frescura. Varios de estos términos han sido usados hasta el cansancio para definir las comedias, pero en este caso le sientan increíblemente bien. Se trata de una high school comedy acerca del típico chico nuevo que llega a una escuela y al que nadie le presta atención y que empieza a armar un grupo de pertenencia con otros “descastados” del colegio. Es FREAKS AND GEEKS, en versión afrancesada, digamos… (ver crítica completa, aquí)
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A MAGICAL SUBSTANCE FLOWS INTO ME, de Jumana Manna
De todas las películas que exploran historias de vida reales de países de Medio Oriente –hay varias en la competencia del festival–, ésta tiene un eje narrativo que la aleja un poco de las demás: se organiza como una especie de investigación musical que parte de un programa radial que existía en los años ‘30 y en el que el musicólogo Robert Lachman mostraba músicas de toda la región, combinando estilos árabes, israelíes y de distintas etnias de la zona (beduinos, kurdos, samaritanos, etc) en un programa en el que esa convivencia era lo más normal del mundo.
Son las similitudes musicales, esos sonidos que se parecen mucho entre sí, los que nos hacen sentir cerca unos de otros, contradiciendo las diferencias que vuelven en apariencia imposible que árabes y judíos puedan convivir en una misma zona. El programa se hacía en Palestina, en los ‘30, y en el reencuentro con los textos y en la recuperación de esos sonidos queda en claro que una suerte de idealizado Edén de convivencia se perdió y hoy parece irrecuperable. Queda la música y los shows en vivo que el filme ofrece dan testimonio de esa cercanía, de esa hermandad.
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ROSA CHUMBE, de Jonathan Relayze Chiang
La mujer que da título a la película trabaja como policía y es seca, amarga, una alcohólica que no parece querer hacer demasiado para salir de su situación en una ciudad, Lima, que se muestra al borde del caos permanente. A falta de problemas, la hija de Rosa con la que se lleva pésimo y quien tiene un pequeño hijo, le roba dinero, le deja al niño a su cuidado y desaparece del mapa. El único camino potencialmente esperanzador de Rosa está en su religiosidad, sus creencias, su misticismo.
La película nos llevará de a poco de ese realismo sucio, gris y desesperante de su primera parte a una nueva zona en la que la religiosidad de la mujer (y de buena parte del pueblo, como se ve en las enormes manifestaciones de fieles en las calles en una celebración) tomará el centro de la escena, con resultados llamativos en lo cinematográfico. Tal vez no siempre logrados –o, al menos, discutibles– pero jamás temerosos o excesivamente cuidadosos. Es una película que se atreve a salir del cascarón seguro de su primera parte y abrirse hacia una zona inexplorada en la que, “Dios mediante”, puede pasar cualquier cosa.
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JOHN FROM, de Joao Nicolau
Tercera película “coming of age” de la competencia, este filme portugués se centra en una chica de 15 años que pasa unas en apariencia un tanto aburridas vacaciones en compañía de su familia. Tiene una amiga con la que charla y sale, pero no parece divertirse demasiado. Hasta que encuentra la solución a sus problemas: un vecino, mucho mayor que ella, que la atrae mucho más de lo que imagina. Se trata de un fotógrafo que la conduce a imaginar mundos reales pero, para ella, fantásticos. En especial uno, la Melanesia (Papúa, Nueva Guinea, Fiji, etc), que empieza a investigar como modo de acercamiento a esa figura de deseo.
En realidad, esa etapa lo que hace es ir llevando a la película a un terreno también de fantasía y de ensoñación, en el cual la realidad y la imaginación se mezclan de maneras inesperadas. Siempre musical, siempre luminoso, siempre lúdico, el cine de Nicolau tiene muchos puntos en común con los de su colega Miguel Gomes (y poco y nada con el de Pedro Costa, digamos), en el cual la realidad y la imaginación, lo cotidiano y la aventura impensada conviven de una manera muy natural, como cuando uno tenía 15 años. O si no quiere dejar de tenerlos.
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THE REVOLUTION WON’T BE TELEVISED, de Rama Thiaw
Sí, ya han leído sobre otros documentales en Africa en la competencia. Sí, ya han leído sobre otros documentales que mezclan música y política aquí también. Pero el universo de esas películas es inmenso y eso queda claro en este filme senegalés que sigue a los integrantes de un grupo de hip-hop en su lucha por lograr que el presidente de turno no vuelva a presentarse ni a ganar la elección. Su rebeldía militante no está a favor de ningún otro candidato, pero es obvio que la mayoría de los que se ven seducidos por su movimiento juvenil y popular apoyan al único candidato que puede derrocar al presidente que quiere eternizarse en el poder.
La película de Thiaw sigue a la banda, compuesta por padre, hijo y un abúlico DJ en un lugar donde tocar es todo un problema por la falta de luz eléctrica, a lo largo de su recorrida militante por el país. Con los íconos clásicos a mano (la remera del Che, digamos), la movida empieza a volverse internacional, pero los resultados no son siempre los buscados ya que hay cosas en algunos países que no se modifican así como así. Thiaw muestra la ambición, las contradicciones, los problemas y también la música de Keur Gui en un filme que, más allá de ciertas ideas de montaje más propias de MTV o de un documental pop, se mete de lleno en las contradicciones de la lucha política en el Africa profunda.
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HEDI, de Mohamed Ben Attia
El nombre, como coproductores, de los hermanos Dardenne, lleva al espectador a suponer con qué se puede encontrar enHEDI, la película del tunecino Mohammed Ben Attia. Y ese elemento está, claro, pero la película es otra cosa también, jugándose en el límite del drama tradicional y una búsqueda un tanto más personal del autodescubrimiento dentro de una cultura reglamentada en cada uno de sus aspectos.
Uno podría pensar que HEDI tiene algo de versión masculina de MUSTANG, ya que es la historia de un hombre que es llevado por la tradición a casarse en un matrimonio arreglado con una mujer muy bella pero con la que no parece tener suficiente empatía. Empujado por su madre a casarse, este empleado de Peugeot –que es también maltratado y abusado en su trabajo– tiene una especie de quiebre personal durante una semana en la que se va a una ciudad turística a vender autos, pero lo que más hace ahí es pasar el tiempo en el hotel.
Allí conoce a una bailarina y su vida parece dar un vuelco. No solo se descubre enamorado de la chica –algo que parece ser mutuo– si no que toma de una vez por todas conciencia de no estar viviendo la vida que desea sino la que le han armado para ser un marido funcional, profesional, adecuado. Su madre y su hermano juegan un rol importante en la conformación de este combo. Pero la aparición de esta mujer y la relación que inicia con ella –mostrada de una manera bastante audaz para una película proveniente de un país árabe– le deja en claro que hay una vida allí afuera que puede ser más interesante y rica, y en la que él puede tomar las decisiones por su cuenta.
Ese es el universo en el que se maneja HEDI, la muy sólida y sensible película de Ben Attia que compite en Berlín. Es cierto que desde lo formal –más allá de algunos momentos dardennianos en el uso de la cámara– no se trata de una película particularmente audaz, pero sí logra que el espectador se involucre en ese otro lado de la cultura árabe, uno que pone también a los hombres a vivir y atravesar situaciones que no son ni de su elección ni de su agrado.
De algún modo, en esa elección entre seguir una vida estipulada por la tradición y decidirse a tomar el toro por las astas y hacer su propia aventura uno puede leer a HEDI como una metáfora de Tunez desde la primavera árabe hasta el presente. Es un hecho al que el filme hace directa referencia y en el que se contrapone claramente el hecho de hacerse cargo de las propias decisiones vitales o seguir ciegamente tradiciones impuestas por siglos. Y la decisión de la película es más que inteligente, devolviendo casi al espectador la obligación o la posibilidad de tomar esa decisión. Y de hacerse cargo de los resultados.
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FUERA DE COMPETENCIA
ILLEGITIMATE, de Adrian Sitaru
Quisiera saber el secreto de los rumanos. Digo, de los cineastas rumanos que vienen filmando a lo largo de los últimos diez, quince años. No sé cómo lo hacen, pero lo hacen maravillosamente bien. Encuentro pocas cinematografías en el mundo que tengan una característica común a todas ellas tan clara y a la vez tan poderosa. Hay países que tienen ejes temáticos repetidos, algunos estilos preferidos y modos que les son propios, pero esta generación de cineastas rumanos no solo tiene las tres cosas sino que las manejan maravillosamente bien.
ILLEGITIMATE es un claro ejemplo de todo eso. Es otra de las películas que vi en el Forum de la Berlinale sin entender porqué no estaba en la competencia oficial. Entiendo que hay un asunto temático del filme (ya hablaremos de ello) que puede llegar a ser incómodo y/o molesto, pero en Berlín no se caracterizan por tenerle “miedo” a eso. Más bien, al contrario, como prueban películas como 24 WEEKS o la propiaNYMPHOMANIAC. Aquí, sin embargo, la película de Adrian Sitaru quedó relegada al Forum. Una gran sección, sin duda, pero que tiene mucha menos visibilidad. ¿Será que Sitaru no es tan famoso como sus compatriotas Mungiu, Porumboiu, Puiu o Muntean y no tiene un importante agente de ventas por detrás?
La película comienza con un almuerzo familiar de los Anghelescu en el que el padre, un obstetra llamado Victor, y otras seis personas (de entre veintipico y cuarenta, luego veremos que cuatro de ellos son sus hijos) están reunidas hablando de nimiedades hasta que sale un tema fuerte en la sobremesa: en una investigación universitaria que una de las hijas, Sasha, estuvo haciendo de la época de Ceaucescu apareció el nombre del padre como “colaborador” denunciando a mujeres que querían abortar. Allí surge una severa discusión y la pelea llega hasta las manos. No sólo eso, sino que Victor no tiene mejor idea que decirle a su hija que de haber sido legal el aborto ella (y su hermano mellizo, Romi) no habría nacido ya que no querían más hijos…
Eso, que provoca una enorme crisis en Sasha, es sólo el principio de la historia. Si bien las relaciones entre los personajes no son claras al principio pronto nos daremos cuenta que el afecto que hay entre los mellizos es un poco superior a lo normal. No tardaremos en notar que, en realidad, la cuestión es más complicada aún ya que ambos tienen sexo entre sí. Sasha quiere terminar con el asunto pero Romi intenta convencerla que es algo normal y, asegura, aceptado “en otros países”. El drama familiar se complicará aún más todavía, mucho más, pero eso deberá descubrirlo el espectador al ver la película (ver crítica completa, aquí)
FUERA DE COMPETENCIA
OLEG Y LAS RARAS ARTES, de Andrés Duque
A juzgar solo por lo que se ve en esta breve y extraordinaria película –y sin googlear sobre este extravagante Oleg del título– lo que uno se encuentra es a un excéntrico pianista de unos 80 y pico de años, de un talento increíble, que narra historias sobre su vida durante la época stalinista (y sus vecinos famosos, onda Tarkovski) y posterior, su pasión por el Museo Hermitage de San Petersburgo (allí donde filmó Sokurov su ARCA RUSA) en donde tocó muchos años su piano, y sus ácidos y brutales comentarios sobre la «música clásica cómoda», entre otros coloridos momentos. Pero durante casi el mismo tiempo se lo ve tocar el piano con la facilidad de alguien que ha hecho de ese instrumento parte de su cuerpo.
Pero Oleg Karavaychuk no es un intérprete común: puede partir de una melodía simple y clásica y luego aporrear las teclas como si fuera el Jimi Hendrix más zarpado del geriátrico, pasar de algo armonioso y reconocible a escalas e irrupciones tonales extrañísimas, improvisadas ad hoc. A tal punto es «musical» el hombre que por momentos lo vemos tocar «air piano» y parece que lo que no toca suena solo en función de sus movimientos físicos. Duque captura estos momentos sin subrayado alguno, solo siendo testigo de lo que Oleg hace y dice, y seleccionando lo que considera útil para el filme, prefiriendo en todo momento en plano lago y único, lo mismo que las asociaciones libres que hace este carismático y andrógino personaje.
Un repaso online nos dice que Oleg fue un compositor soviético que pasó de ser célebre a estar prohibido, por lo que debió dedicarse a hacer música para muchas películas mediocres, mezclando entre tanto algunas buenas. Recién en los años ’80 su nombre volvió a ser tenido en cuenta y aún hoy continúa siendo un personaje extraño y marginal en su país, más reconocido afuera que localmente. Es de esperar que la película sirva para darlo a conocer aún más. Pocos artistas de esa edad (tiene 89) parecen capaces de combinar talento, inteligencia y una incansable búsqueda por sonidos nuevos y originales.