Cannes 2016: «American Honey», de Andrea Arnold
El cine de Andrea Arnold tiene dos marcas bastante evidentes desde lo formal y lo temático. En lo primero, se nota un acercamiento a sus personajes muy personal, una suerte de neorrealismo en primera persona, como si la cámara quisiera capturar la experiencia casi de manera subjetiva, moviéndose con sus protagonistas y hasta trastabillando con […]
El cine de Andrea Arnold tiene dos marcas bastante evidentes desde lo formal y lo temático. En lo primero, se nota un acercamiento a sus personajes muy personal, una suerte de neorrealismo en primera persona, como si la cámara quisiera capturar la experiencia casi de manera subjetiva, moviéndose con sus protagonistas y hasta trastabillando con ellos, atrapando a su vez la luz de una manera bastante lírica. No llega a los excesos de Terrence Malick pero por ahí anda la cosa. Y temáticamente, Arnold es una cineasta preocupada por los choques sociales entre clases y las vidas de jóvenes que tienen que enfrentarse a futuros decididamente poco promisorios en lo económico y familiar.
En AMERICAN HONEY esos temas se mantienen, pero lo que cambia, tal vez, es que la realizadora inglesa cuenta una historia que sucede en los Estados Unidos, un territorio minado de imágenes y situaciones similares, por lo que sus marcas autorales parecen siempre más cercanas al homenaje que a su propia intuición. La película es una road movie sureña sobre jóvenes white trash que coquetea con mundos ya transitados por Gus van Sant, Harmony Korine, Larry Clark, el propio Richard Linklater y hasta la iconografía de muchos videos musicales. Siendo que la película está plagada de canciones –muy buenas la mayoría, es una gran oportunidad para hacer conocer cierto hip hop y el trap más oscuro–, es difícil no sacarse de la cabeza que uno está viendo decenas de versiones distintas de un lírico spot musical a la manera de de «1979» de Smashing Pumpkins.
Otro problema de la película es su duración en relación a la historia que tiene para contar. El mundo que describe es fascinante, en principio. AMERICAN HONEY se centra en una chica que se une a una banda de pibes que recorren el sur de los Estados Unidos en una van vendiendo suscripciones de revistas, casa por casa. Este raro fenómeno existe, hay empresas que se dedican a esto –pueden googlearlo– y a partir de él se arman una suerte de familias sustitutas de «lost kids» que giran por varios estados parando en moteles, haciendo fiestas en una especie de mezcla de trabajo y viaje de egresados. A ese grupo se integra Star (Sasha Lane), una chica de 18 años que está agotada de cuidar de sus hermanos pequeños viviendo un trailer con padres ausentes. Los deja al cuidado de un familiar y se une a este travelling circus de adolescentes en similares situaciones.
El núcleo de la película es la relación que Star tiene con Jake (Shia LaBeouf), el mayor y más exitoso de los vendedores del grupo, el que está en contacto íntimo y directo con Krystal (Riley Keough, la protagonista de la serie THE GIRLFRIEND EXPERIENCE y nieta de Elvis Presley), que viene a ser la jefa de todos aunque apenas tiene unos años más. Si bien los enredos románticos y el sexo en el grupo parecen ser bastante libres hay permanentes tensiones entre los tres. Jake es quien enseña a Star cómo se hace el trabajo y gran parte de la película consiste en sus intentos de venta –a la LUNA DE PAPEL–, noches de bardo en moteles y musicalizados viajes en la van del grupo. Esto se extiende por 160 minutos, lo cual prueba ser una de las grandes debilidades de un filme que construye muy bien un universo, crea personajes que se adivinan interesantes pero luego no hace más que flotar alrededor de ellos, a lo Malick, sin que realmente lleguemos a conocerlos demasiado. No profundiza ni en ellos ni en sus peripecias por lo cual la película termina girando sobre sí misma.
Es cierto que parte del asunto tiene que ver con mostrar exactamente eso: son vidas sin rumbo y son días iguales entre sí, pero eso podía resolverse con una hora menos para no dar la impresión que la película repite sus recursos y hasta sus planos: otra canción en el auto, otro plano similar desde la ventana, otro motel idéntico al anterior y así. Una larga secuencia con unos cowboys saca por un momento a la película de su coqueta monotonía cool. Tal vez AMERICAN HONEY precisaba algunas secuencias más así, que parecen sacadas del cine independiente de los ’70, espíritu que ronda a la película, con sus referencias al cine de Dennis Hopper y Bob Rafelson.
Arnold es una directora muy creativa y lo que generó aquí en cuanto a inmersión en un mundo es admirable. Es una lástima que uno se quede, al menos en principio, con la reiterada monotonía que termina causando su película. Es esperable que, pasados unos días, sean algunos bellos momentos (líricos, musicales, sexuales, pequeños detalles, un cierre a la CASI FAMOSOS) los que permanezcan y no tanto el agotamiento de la experiencia completa e innecesariamente larga.