
Cannes 2017: crítica de «The Day After», de Hong Sangsoo
De las dos nuevas películas del maestro coreano, ésta –que está en competencia oficial– es la mejor. Una comedia humana que parte de un enredo romántico para reflexionar sobre cuestiones finalmente mucho más trascendentes que las de la mayoría de las películas supuestamente «importantes» presentadas aquí.
Un páramo en medio en medio de una competencia cuyo tema podría ser las miles de variantes posibles de la maldad, la nueva película del realizador coreano nos devuelve a un universo reconocible, habitado por personas complejas y contradictorias, que se pierden, se encuentran y se vuelven a perder en sus universos románticos. Filmada en blanco y negro, con sus clásicos zooms, mesas de bares regadas de alcohol (esta vez no tanto como otras) y escenas de extraordinaria longitud, el director de THE DAY HE ARRIVES vuelve a entregar una joyita de tramposa simpleza, casi una serie de conversaciones, desencuentros y confusiones que parecen propios de una comedia romántica (a su manera, lo son), pero que también, como es costumbre en el realizador, dejan entrever cuestiones, si se quiere, un tanto más metafísicas.
La segunda de las películas de Hong en verse acá (la otra, CLAIRE’S CAMERA, con Isabelle Huppert, es uno de los trabajos menores del director, casi un pasatiempo filmado durante Cannes 2016) se centra en Bongwan (Kwon Haehyo), un crítico literario, dueño de una editorial, que está casado y engaña a su mujer con la empleada de su compañía. En un juego temporal que no queda del todo claro, el affaire parece mostrarse como un flashback que se divide entre escenas entre el escritor y su amante, Changsook, las tribulaciones del protagonista y las sospechas de parte de su esposa. Y si bien está montada en forma paralela, la otra parte de la historia (con Bongwan contratando una nueva empleada y empezando a flirtear con ella) transcurre un poco tiempo después.
Es esta la parte que tendrá mayor peso y desarrollo, con Kim Minhee como Aerum, la recién llegada que, en un par de largas conversaciones, pone al escritor y editor en aprietos con su historia de vida, sus reflexiones y análisis. Ella es quien de alguna manera desnuda ciertas miserias y justificaciones del sufrido pero a la vez un tanto insufrible protagonista. Cuando, en su primer día de trabajo, se termina revelando la historia de amor oculta de Bongwan, las cosas se empezarán a complicar para los cuatro involucrados.
Como en las mejores películas de Hong, el secreto está en los detalles, en cómo las conversaciones casuales sobre temas en apariencia banales van mutando hacia asuntos más importantes, muchas veces con la ayuda del alcohol. Del deseo como motor de todos los actos hasta ciertas reflexiones de orden filosófico de Aerum, THE DAY AFTER va proponiendo un juego en el que los personajes se ven enfrentados a sus límites y a lo que son capaces o no de hacer para poder mantener vivos esos deseos, pese a los inconvenientes que estos puedan provocar en ellos mismos o en los demás.
Con otra actuación discretamente conmovedora de Kim –una escena de ella en un taxi se cuenta entre las mejores de la carrera del director–, la nueva película de Hong tiene sus momentos de malicia y crueldad, pero es el propio protagonista (un alter-ego del cineasta) el más hipócrita de todos. Ella, en tanto, es lo más parecido a un rayo de luz que ilumina este negrísimo Cannes. Cuando su personaje reflexiona sobre la brevedad de la vida y el valor de disfrutar lo maravilloso que ésta tiene para ofrecer, parece hablar sobre las otras películas de la competencia del festival. Y el espectador, agobiado por la negrura cinematográfica de todas ellas, la escucha, la ve y siente que sus palabras y su mirada son un oasis en medio de tanta miseria.
Son diversas las lecturas que ofrece la película. O, mejor, los puntos de vista desde la cual puede ser considerada. En principio se trata de una muestra de cine «textual» o «sustantivo / adjetivo» ya que es clara la ausencia de «acciones» o «verbos». En ese sentido, más allá del contexto de su origen, no parece contar una «historia verosímil» sino la sucesión de escenas (casi teatrales) para referir a aspectos morales, éticos y demás universos que hacen la reflexión sobre temas de la vida. Si así no fuera habría que preguntar porqué tanto maltrato femenino hacia un ser, masculino, que recibe calificativos demoledores (Cobarde, Traidor, Mentiroso, otra vez Muy Cobarde). Sólo la aparente admiración ingenua de la nueva secretaria se presenta como paliativo, insuficiente, a su condición de sumiso realizador de ansias ajenas. Curioso. Normalmente ese lugar está ocupado por mujeres que son maltratadas por impiadosos caballeros de claras tendencias sádicas. No es el caso. Más bien parece ser muy adrede que le toque al señor tener este karma sobre su figura. ¿Será porque Sangsoo ama intensamente a las damas y les concede el lugar del poder? Quién sabe. De todos modos está claro que el cineasta se rebela contra la convención narrativa: exteriores carentes de extras, paisajes urbanos que presentan al protagonista que gasta energía física en una carrera para culminar sentado en un banco sumido en lágrimas (los hombres también lloran) o llegando solitario a una estación de tren para tomar fotografías con su celular. Otro índice: el manejo de los tempos de las escenas. Nada que ver con lo que estamos habituados. Ni hablar de un antes y un después. La elipsis de la última entrevista está notablemente resuelta por (nuevamente) el diálogo. El plano final de la película es singular: la protagonista se aleja (al mejor estilo chaplinesco) y aparece un motociclista que trae un encargo con destino a la editorial del intelectual. Habrá que empezar otra película.