San Sebastián: críticas de «Visages, Villages», de Agnès Varda y JR, y «The Florida Project», de Sean Baker
Dos de los mejores –más nobles y humanos– filmes estrenados mundialmente en Cannes llegan al Festival de San Sebastián: el nuevo documental de la mítica realizadora francesa y otro muy buen largometraje del joven director de «Tangerine».
VISAGES, VILLAGES, de Agnès Varda y JR
La ya mítica realizadora francesa, una de las pocas sobrevivientes de la generación de la Nouvelle Vague, entrega otro de sus documentales personales, casi diarios íntimos, de los últimos tiempos, sólo que esta vez realizado en compañía del artista visual conocido como JR. El proyecto que los une es recorrer distintas regiones y ciudades de Francia, conociendo a los habitantes de esos pueblos y ciudades en las calles y en sus trabajos para luego retratarlos en enormes murales a la vista de todos.
Esa excusa es la que le sirve a Varda para ni más ni menos que conocer gente y darla a conocer, entablar conversaciones sobre sus vidas, observar cómo se vive y se produce en distintos lugares y homenajear a esas personas en murales que son una suerte de reflejo de esa mirada respetusa, cálida, noble y cariñosa de la artista, muy alejada de la reciente moda del relato de vidas pueblerinas patéticas y/o miserables que pueblan el universo del documental pretendidamente cool, provocador o supuestamente gracioso. Acá nadie se ríe ni se burla de nadie. Las risas y las lágrimas son compartidas entre cineastas, protagonistas y espectadores.
Sobre el final del filme –que no spoilearemos– la película toma un giro un tanto más gris, más bien gris oscuro, ligado en cierto modo a la historia de Varda y de algunos otros personajes de la Nouvelle Vague. No diremos más: hay que verlo. Es un cierre raro pero tocante y emotivo de otro documental excepcional y humano de la realizadora de LA FELICIDAD.
THE FLORIDA PROJECT, de Sean Baker
Lo que une a esta película del realizador de TANGERINE con la de Varda es que ambas fueron anomalías dentro de un Festival de Cannes plagado de películas crueles y hasta sádicas. Baker también se acerca a sus personajes con un respeto y cariño que la mayoría de los realizadores no consigue. A quienes retrata aquí es a un grupo de personas que vive en un motel de Orlando que recibe el «apodo» que da título al filme. Habitan cerca de DisneyWorld pero sus vidas están bastante alejadas de ese modelo. La particular familia protagonista la conforman una madre y su pequeña e hiperactiva hija de seis años. A la madre no le queda otra que prostituirse para sobrevivir –metiéndose en varios problemas– mientras que la hija se divierte jugando y corriendo por el lugar como si estuviese en el mismísimo paraíso.
Pero el filme está muy lejos de juzgar a su protagonista. Al contrario. Ni Baker ni el supervisor del motel que encarna muy bien Willem Dafoe (aunque su cara archiconocida le quita la espontánea naturalidad que tienen los actores no profesionales de la película) se colocan en ese lugar si no que parten de algunos de los problemas que genera el trabajo de la chica para explorar más acerca de sus vidas y conocerlos más de cerca. A ellas y a quienes las rodean.
Por momentos la película es my desestructurada y lúdica (las mejores partes) y por otros un tanto más sentimental y «construido», pero en ningún momento Baker pierde el eje: retratar esas vidas que pueden ser complicadas, duras y amargas con una mirada realista, al nivel de los personajes, y muy humana. El realizador jamás intenta bajar línea, sentenciar ni darnos lecciones de nada haciendo pasar a sus personajes por situaciones miserables o repulsivas. Al mostrarnos sus vidas tal como parecen serlo, con sus alegrías cotidianas y también sus esperables complicaciones, a los espectadores nos queda muy en claro lo que sucede ahí. Y no necesitamos más que eso.