San Sebastián: «El autor», de Manuel Martín Cuenca y «Handia», de Aitor Arregi y Jon Garaño
Las dos primeras películas españolas presentadas en el festival resultaron apenas correctas y bastante menos interesantes que lo esperado. Lo nuevo del director de «Canibal» es un relato sobre la relación entre un escritor y sus vecinos/personajes. Y la película hecha en el País Vasco rescata una leyenda local: un hombre gigante que vivió en el siglo XIX.
EL AUTOR, de Manuel Martín Cuenca
Las cinematografías nacionales suelen ser un problema en la mayoría de los festivales ya que –con algunas excepciones, como Francia y Estados Unidos– suele ser muy difícil que la selección local esté a la altura de la internacional en las competencias. Sucede en Berlín, sucede en Venecia y también aquí, en San Sebastián. No siempre, claro, pero es algo habitual.
La primera película española en la competencia, EL AUTOR, de Manuel Martín Cuenca, cae lamentablemente en ese bloque. Una adaptación rutinaria, deslucida, gris, de una novela de Javier Cercas, el filme toma el ya trillado eje del escritor –en este caso, aspirante a escritor– que utiliza la realidad que lo circunda para inspirarse y poder escribir su primera novela, causando problemas, engañando y siendo engañado en la tarea.
Javier Gutiérrez encarna a un gris empleado de una notaría cuya esposa es una exitosa y premiada escritora. El la descubre con otro hombre, se separan y el hombre decide empezar a escribir lo suyo, dejando de ir al trabajo. Como inspiración utiliza lo que lo rodea: una pareja de vecinos mexicanos con problemas personales y de trabajo a quienes escucha conversar por la cercanía de sus casas, una particular encargada del edificio un tanto mayor que él (y bastante cargosa) y otro señor mayor con el que juega al ajedrez –y pierde de la manera más idiota siempre– y que tiene algún secreto que puede servirle para su ficción. O en la realidad.
Pero como cualquiera que haya visto o leído historias de este tipo, pronto quedará claro que no todo es lo que parece en este juego de ficciones y realidades, verdades y mentiras, engañadores y engañados. La trama tiene una estructura más o menos clásica y predecible, pero cinematográficamente la película es muy pobre, gris, desangelada, con las situaciones telegrafiadas permanentemente y una galería de estereotipos que, más allá de ser parte del juego de engaños, terminan resultando simplemente eso, estereotipos.
Es un tipo de guión supuestamente de relojería (en este caso no lo es tanto pero se puede ver que es eso lo que fascinó a los guionistas) que debería conducir la narración casi sola con su pulso de intrigas sobre intrigas. Que lo haga o no, en este caso, es secundario. El cine es más que apilar prolija y rutinariamente situaciones para generar efectos y EL AUTOR nunca trasciende esa mecánica de su relato. Que a veces divierte, en algunos otros (pocos) momentos intriga y en la mayoría de los casos se extiende con la gris letanía de un cuento supuestamente ingenioso contado sin demasiada pasión.
HANDIA, de Aitor Arregi y Jon Garaño
Uno de esos cuentos que lo tienen todo para ser fascinantes pero que, por distintos motivos, terminan siendo un tanto agotadores, como cuando uno le cuenta una historia a un niño para que se duerma y el niño no se duerme y el cuento comienza a volverse repetitivo. Eso es HANDIA. Una de esas historias que en papel suenan fascinantes –y que probablemente en la vida real lo hayan sido– pero a la que los realizadores (del mismo equipo de los que hicieron LOREAK) no le han encontrado una forma cinematográfica capaz de sacarle el máximo jugo posible.
En el País Vasco, en medio de cambios políticos a principios del siglo XIX, uno de dos hermanos va a la guerra y, al volver, se topa con que su hermano menor ha crecido al punto de convertirse en un gigante de 2,20 metros. Es ya un mito del pueblo, pero para el gigante en cuestión la cosa no es tan sencilla ya que su altura es un verdadero problema ya que, además, sigue creciendo sin parar. Necesitados de dinero, empiezan a hacerlo recorrer pueblos, ciudades y países en una suerte de freak show popular por el que la gente paga dinero. A ninguno de los dos les gusta demasiado hacerlo, pero es su medio de vida. Y la necesidad —-el otro hermano regresó de la guerra con un brazo inutilizado y no hay muchos trabajos que pueda hacer– los lleva por caminos impensados.
Muchas cosas pasarán a lo largo de los viajes, las idas y las vueltas de estos hermanos y la película, de ritmo y tempo pausado, las cuenta con cuidado y elegancia, bordeando en cierto preciosismo de salón un tanto innecesario. HANDIA nunca está contada como un relato fantástico ni extravagante por lo que la película nunca sale del clasicismo del antiguo relato de época pese a tener a un personaje central que permitiría que la película se volviera un tanto más, digamos, «timburtoniana». Pero no. El pulso es siempre cadencioso y por momentos épico, y hay una necesida excesiva de mostrar paisajes como si fuera un prerequisito de los financistas locales, lo cual le quita nervio, tensión y extrañeza para volverla un cuento que, a los 114 minutos, se vuelve un tanto cansino.
No hay dudas que es una bella película y realizada con el máximo cuidado y prolijidad. Pero acaso esta historia (que alguien definió como la de «el hombre elefante vasco») necesitaba un espíritu más cercano al de David Lynch o de un Guillermo del Toro que la caligrafía manierista, la fotografía demasiado perfecta y el ritmo de cuento para la hora de la siesta de esta película.