San Sebastián: críticas de «La familia», de Gustavo Rondón y «Los perros», de Marcela Said
En la sección Horizontes Latinos se presentan dos películas que pasaron por Cannes y que reflejan, de distintas maneras, la situación política del continente. La opera prima del venezolano se centra en la actual violencia urbana del país mientras que el filme de la realizadora chilena analiza las consecuencias de la dictadura en la clase alta trasandina.
LA FAMILIA, de Gustavo Rondón Córdova
La película venezolana presentada en la Semana de la Crítica de Cannes es un sólido y elocuente relato de la violencia que atraviesa al país, inundándolo todo. El filme es una historia familiar, un relato de la relación padre-hijo, a partir de un hecho violento que tiene sus fuertes consecuencias. Pedro, un niño, en una pelea callejera, mata por accidente a otro chico que pertenece a un barrio rival y más difícil y duro que el suyo. Temiendo una segura venganza, su padre Andrés decide irse del barrio con su hijo y llevárselo lo más lejos posible, escapando de cualquier posible amenaza.
El escape no estará exento de otras situaciones complicadas, peligrosas y violentas pero el eje allí es la relación entre un padre y un hijo que casi por la fuerza retoman una relación que tenía sus problemas y distancias. El realizador Rondón Córdova, en su primer largo, tiene muy claro que no hace falta forzar ni la brutalidad de la situación que viven (es evidente, se siente sin necesidad de ser demasiado gráficos) ni empalagarse con esa otra posible película sobre una familia que se recompone a partir de una tragedia porque no pasa solo por ahí el eje del filme.
Esta familia emparchada recorre circunstancias duras y LA FAMILIA es, a la vez, un retrato de esa relación y de la dificultad de conformar una sociedad que se piense a sí misma como tal. Allí manda una suerte de espíritu de tribu, donde la violencia se aplica al que aparece más debil, menos masculino o sin tantas conexiones como otros. La dupla padre e hijo puede hacer recordar a los de LADRONES DE BICICLETA, de Vittorio de Sica, pero la principal conexión es con el cine reciente de América Latina que trata de reflejar la violencia urbana. Y Rondón logra, con lo justo, escapar del cliché de exportación para festivales para crear algo que se siente sincero, honesto y vital.
LOS PERROS, de Marcela Said
Reconozco una dificultad central con muchos filmes chilenos sobre la dictadura, especialmente los de ficción. A diferencia del cine argentino (o de la Argentina en general), la sociedad chilena ha sido mucho más ambigua y menos determinada a la hora de juzgar los crímenes de la época de Pinochet. Y muchos filmes de hoy –en los que miembros de la alta sociedad, cuyos familiares fueron cómplices y parte de ese gobierno, descubren esas conexiones– me resultan un tanto viejos y algo banales, como si estuviera viendo remakes de LA HISTORIA OFICIAL, una película hecha aquí menos de dos años después del fin de la dictadura, en 1985.
Aceptando esas diferencias –a las que hay que sumar que buena parte de la clase alta chilena sigue defendiendo algunas o muchas de las cosas que se hicieron durante la dictadura y que el sistema económico neo-liberal en extremo no cambió demasiado–, LOS PERROS plantea una situación clásica, ligada al descubrimiento que una mujer (Antonia Zegers) hace respecto al rol no solo de su familia sino de buena parte del universo que la rodea en esa criminal etapa del país.
Si bien cuesta creer que a casi tres décadas de la caída de Pinochet haya gente de 40 años que no sepa mucho lo que pasó en esos aciagos tiempos, esta joven altiva, orgullosa y un tanto insoportable entra en una relación casi perversa de maestro-alumna con un profesor de equitación cuyo pasado ligado a crímenes de la dictadura es, por decirlo suavemente, más que dudoso. Pero más que ponerse en investigadora, a Mariana la situación parece excitarla, llevándola a alejarse de su marido para flirtear con el veterano y denunciado ex militar (Alfredo Castro), entre otras personas. Se ve que meterse a lidiar con la dictadura, de algún modo, la excita.
El juego, un tanto perverso y a la vez bastante banal, intenta subrayar la ceguera de la clase alta chilena respecto a los crímenes cometidos en su país. El tema no necesita una película para ser entendido ya que es bastante evidente. Si lo necesitara, de todos modos, la película no sería esta sino algo más parecido a EL PACTO DE ADRIANA que pone en conflicto de forma más honesta y menos forzada una similar situación de tardío descubrimiento. La película de Said quiere jugar con los límites y reglas que la clase alta chilena ha roto y sigue rompiendo –empezando por las evidentes y casi caricaturescas negaciones, que incluyen estereotipados personajes de la clase alta argentina, como el que sobreactúa Rafael Spregelburd–, pero se queda a mitad de camino en un juego pícaro que es más banal que provocativo.
La directora y guionista chilena MARCELA SAID decidió filmar una dura película que tiene un tema excluyente como es la naturalización que una parte importante de la sociedad chilena ha hecho con los crímenes de la dictadura de Pinochet. A esto la directora le agrega un personaje protagonista femenino que naturaliza la degradación que los hombres realizan con ella ya sea su padre, su esposo o sus ocasionales amantes.
En la pintura de los personajes de la historia que narra la directora y guionista acierta al buscar la atención del espectador en la relación entre MARIANA, una mujer de clase alta de 42 años que está en crisis matrimonial y tiene una relación paralela con un profesor de equitación que se llama JUAN, un coronel retirado que es acusado de haber participado en la represión ilegal en la dictadura de PInochet en Chile.
Película inquietante con dos grandes actuaciones protagónicas, más allá que algunos personajes están poco desarrollados, resulta interesante y merece verse (7/10)