Estrenos: crítica de «El ornitólogo», de João Pedro Rodrigues
La nueva película del realizador portugués de «Morir como un hombre» se centra en el extraño, revelador y místico viaje de un hombre a través de un río tratando de capturar el sonido de los pájaros. Película de extrañas aventuras con elementos de alegoría religiosa, es otra obra excepcional de un director único. En el Malba, los sábados a las 22.
Un verdadero viaje, en el sentido más recargado de la palabra, es el que propone el director de MORIR COMO UN HOMBRE en su más reciente película. El filme, que le permitió ganar el premio a mejor director en el Festival de Locarno, comienza de modo relativamente convencional contando la historia del ornitologo en cuestión observando pájaros desde un kayak en un río. Sin embargo, los planos que lo muestran a él desde la perspectiva de los propios pájaros –y, claro, haber visto otros filmes de Rodrigues– nos hace sentir que pronto el asunto empezará a cambiar hacia otras zonas. Y lo hace cuando el kayak de Fernando se mete en una correntada y el hombre sufre un accidente del que lo recogerán, casi al borde de la muerte, dos caminantes chinas que están un tanto perdidas haciendo la peregrinación a Santiago de Compostela.
Dos elementos hacen su entrada ahí: el religioso y una idea de extrañeza y misterio que va creciendo mientras Fernando sigue recorriendo esos bosques tratando de encontrar una salida o, al menos, algo de recepción en su celular para comunicarse con su pareja que lo busca y espera. Las caminantes chinas prueban ser un tanto más bizarras en su comportamiento de lo que él suponía y, una vez que literalmente se libera de ellas, el hombre va encontrando más y más personajes extraños y metiéndose en situaciones curiosas y peligrosas que no adelantaremos acá.
Pero lejos está Rodrigues de trabajar tomando como referencia el relato de aventuras clásico a la DELIVERANCE: su devenir va volviéndose casi onírico, con encuentros que bordean los límites de la realidad. La película abre con una cita de San Antonio de Padua y pronto empezará a quedar claro que esta suerte de “via crucis” del protagonista está ligada, de una manera un tanto particular, a la saga de ese santo del siglo XIII. Y así, mientras los pájaros siguen observando los acontecimientos como testigos privilegiados, Fernando se va transformado, casi literalmente, en Antonio, y su “hoodie” (su buzo con capucha) bien puede hacer las veces de la vestimenta del cura franciscano de origen portugués.
La religiosidad del filme va in crescendo y, los que conocen (seguramente más que yo) los episodios de la vida del santo reconocerán algunos de sus encuentros como virtuales relecturas de dichas situaciones, al punto que para la última parte ya tendremos hasta su famosa prédica a los peces. Pero en su bloque central Rodrigues va casi a contramano de cualquier texto religioso, empezando por las experiencias sexuales de Fernando en la playa (con un hombre llamado Jesús), sus encuentros con una extraña tribu y pasando por, bueno, ya verán cuáles otras cosas.
Cuánto hay de real y cuánto de imaginado en las experiencias de Fernando es secundario (si bien haber perdido su medicación a manos de las chinas da a entender que todo esto pueden ser visiones). Lo central es compartir con él los singulares caminos por los que Rodrigues va llevando a esta especie de hombre que reencarna en un célebre santo, en una película que bien podría ser una combinación del Rossellini de FRANCISCO, JUGLAR DE DIOS con alguna película de Apichatpong Weerasethakul.
En su devoción por la materialidad de la naturaleza y los seres vivos –el bosque, el agua, los pájaros y los peces–, Rodrigues trata de darle a su filme una religiosidad desde la propia puesta en escena. Y es ahí, más aún que en lo específico y singular de los encuentros, que EL ORNITOLOGO se convierte en una experiencia, si se quiere, hasta sacra. O, como aseguran que el propio santo le dijo a los peces reunidos para escucharlo: “Bendito sea el eterno Dios, porque los peces de las aguas le honran más que los hombres herejes, y los animales irracionales escuchan su palabra mejor que los hombres infieles.”
(En el Malba, todos los sábados de enero a las 22)