Berlinale 2018: crítica de «Touch Me Not», de Adina Pintilie
Sorpresiva ganadora del Oso de Oro del Festival de Berlín, esta mezcla de ficción y documental de la realizadora rumana que viene del cine experimental es un ensayo casi terapéutico sobre las distintas posibilidades de la sexualidad en personas con problemas físicos o traumas psicológicos.
Olvídense de todo lo que suponen con respecto a «una película rumana», al menos en cuanto a lo que ese concepto representa hoy. TOUCH ME NOT no tiene nada que ver –o muy, muy poco– con la nueva ola de cine de ese país que viene arrasando premios en festivales por todo el mundo. Tampoco tiene que ver con un cine del Este de Europa más clásico, el que supimos conocer décadas atrás. No. La opera prima de la realizadora es un curioso combo entre documental y ficción, entre película de autoayuda, cine experimental y fuerte experiencia emocional. Un filme más destinado a una sección paralela, por su forma y búsqueda, que a una competencia. Pero compitió. Y ganó. Y el tema es que ahora esta pequeña película noble, honesta y humana –que tiene sus problemas, pero no es el horror que dicen algunos colegas– será juzgada con una vara un poco alta. O, al menos, cambiada.
El filme de Pintilie parte de una suerte de experimento en el que documental y ficción parecen combinarse. La protagonista es Laura (Laura Benson) una mujer británica de unos 50 años sobre la que la directora está haciendo un filme. De hecho, la propia Adina se comunica con ella mediante lo que aparenta ser una transmisión en video que la actriz/protagonista ve en varias escenas. Laura (nunca sabemos del todo si hace de sí misma o personifica a alguien) tiene una disfunción que la afecta especialmente en el ámbito sexual: no tolera que la toquen. Cualquier cuerpo, mano o rostro que se acerque al suyo la espanta y traumatiza de manera brutal.
Es por eso que sus relaciones sexuales consisten en situaciones de voyeurismo, tanto con hombres como con mujeres o travestis como Hannah, a quienes mira tocarse y masturbarse. O, simplemente, conversa. Pero Laura no es la protagonista excluyente del filme. En un momento, ella empieza a observar a un grupo terapéutico compuesto por personas con algunos problemas físicos o con capacidades diferentes que se relacionan entre sí de una manera en la que ella no puede: a partir del contacto, la caricia, el reconocimiento del cuerpo. Este grupo lo integran Christian –un hombre con una severa atrofia muscular en la columna– y Tómas (Tómas Lemarquis, el actor de NOI ALBINOI) quien sufre de alopecia y no tiene pelos ni cejas, entre otras personas.
Laura y Christian son el centro del relato. La primera va luchando contra su trauma a partir de una muy particular terapia que la empuja a aceptar, a los gritos, ser tocada. Y él, siguiendo a una ex novia y metiéndose en el mundo del sadomasoquismo. Con menos minutos en cámara, de todos modos, la figura que todos recordarán será la de Christian, un hombre que posee una sexualidad bastante activa (y tiene novia) pese a sus severas limitaciones físicas.
La película es un ensayo sobre la sexualidad que elige personajes en cierto espectro que se podría considerar inusual, aunque no necesariamente fuera de lo común. Más allá de las escenas más narrativas que el filme posee, mucho espacio se deja a escuchar a los protagonistas describir sus sensaciones y pensamientos, muchas veces hablándole a la imagen de la directora en la pantalla. Ella, por su parte, usa su voz para ir pensando también los temas del filme y hablando con sus «actores».
Mientras la veía tenía la sensación que, más que una película en un sentido convencional, TOUCH ME NOT era una suerte de muy cool/progre video de auto-ayuda, de esos que podrían pasarse en cursos o terapias sobre sexualidad. Así como cierta gente se fastidiaba por ese tono un tanto new age y se iba de la sala, a otros se los veía visiblemente emocionados. Pintilie enmarca su «abrazo de grupo» de una manera un tanto clínica y seca que viene claramente de su pasado como cineasta experimental y eso le da al filme una consistencia cinematográfica específica. Es una película que, si solo fuera por sus planteos temáticos, no tendría la potencia y belleza que por momentos tiene.
Pero también por momentos es una película sin rumbo o un tanto ombliguista y dispersa. Pintilie no tiene muy en claro, acaso, de qué trata finalmente la película (¿de la sexualidad en general?) y eso hace que haya muy buenas y potentes escenas seguidas de otras bastante anodinas. Es provocativa, sí –hay muchos desnudos y actos sexuales en el filme– pero jamás desde una distancia a lo, digamos, Ulrich Seidl. Sus personajes podrían parecerse a los de los documentales de ese realizador, pero Pintilie los mira con una empatía y cariño imposibles en el cine del austríaco. De hecho, es tan su opuesto que por momentos se pasa de rosca y al salir de su película uno no puede evitar sentirse como si atravesó una experiencia más del tipo terapéutica que cinematográfica. Y abrazar al del asiento de al lado. Si es que no le molesta, claro…