Estrenos: crítica de «Verano 1993», de Carla Simón
Premiada en Berlín, en Bafici, en los Goya, en los Fénix y en cada festival y evento en el que participó, esta opera prima catalana es una verdadera revelación: una «memoir» humana y sensible que refleja las dificultades y placeres de la niñez como pocas películas recientes lo han logrado hacer.
La autobiográfica opera prima de Simón, ganadora del Premio a la mejor Opera Prima en la Berlinale (al que luego sumó muchos otros galardones), es una magnífica película acerca de la niñez, tomando con un enorme poder de observación, mucha humanidad y un magnífico entendimiento de su propia historia las dificultades de Frida, una niña de seis años que, a partir de la muerte por causa del sida de su madre en 1993, se va a vivir a la casa de sus tíos, en el campo, a unas horas de Barcelona.
Los tíos la adoptan como una hija suya, pero ellos ya tienen una propia, de cuatro años, y la adaptación de la recién llegada no será sencilla por más amor y comprensión que todos le ofrezcan. A lo largo de esa temporada que cuenta VERANO 1993, Frida atraviesa una situación emocional complicada que no alcanza a procesar del todo y por más que se entretenga con su prima convertida en hermana pronto comenzará a irritarse y a irritar a sus nuevos padres y hasta pondrá en peligro la delicada armonía de esta nueva familia a partir de sus actos.
Si a eso se le suma la constante visita de sus amables pero excesivamente religiosos abuelos y los análisis de sangre que le hacen permanentemente (los que por momentos la transforman casi en una paria social, “la chica a la que no hay que tocar” por las dudas de que pueda existir algún contagio), la vida de Frida y su nueva familia se vuelve menos bucólica de lo que podría ser, pese a la bella casa y la apacible y bonita zona campestre en la que viven.
Simón captura a la perfección las delicadas emociones de la niña y de sus nuevos padres. VERANO 1993 (ESTIU 1993 en el original catalán) no busca sobredramatizar ninguna de las situaciones que se viven y va desde lo más narrativo-episódico (las travesuras, berrinches y caprichos de Frida) a otra zona un tanto más observacional e impresionista, tratando de capturar en imágenes y gestos las ambiguas vivencias de la niña y de los que la rodean. La inolvidable escena final, seguramente, hará que los espectadores salgan del cine no solo con lágrimas en los ojos sino con la sensación de haber atravesado una experiencia emocional honesta y verdadera. Tan confusa, extraña y memorable como la niñez.