Estrenos: crítica de «El legado del Diablo», de Ari Aster
Esta opera prima sorprendió en el Festival de Sundance al contar una historia de fantasmas y posesiones diabólicas en un estilo más cercano a películas como «El bebé de Rosemary» y «El exorcista» que a las modas actuales y más efectistas del cine de terror. Pese a su genérico título local, esta historia protagonizada por una extraordinaria Toni Collette tiene mucho de inquietante y muy poco de convencional.
Si uno se guía por el título local no debería esperar demasiado de HEREDITARY. Es esa clase de título que hace pensar que se trata de una película de terror más, de una de las que se estrena semana a semana y es rápidamente olvidada. Titularla EL LEGADO DEL DIABLO puede ser una inteligente decisión comercial tal vez, pero la película es muy distinta a las mínimas expectativas que ese título puede generar. De hecho seguramente terminará por confundir a los que esperan un relato de suspenso y terror convencional.
Al menos durante su primera hora hay muy poco de horror convencional en HEREDITARY. Es la historia de una desintegración familiar –psicológica y luego física– producida por el trauma y la muerte. La película arranca con el entierro de la madre de Annie, una mujer que –cuenta su hija– fue siempre un poco reservada y rara. Annie (Toni Colette) ha formado una familia que aparenta mucha normalidad pero rápidamente logramos ver las turbulencias: marido frío y distante (Gabriel Byrne), un hijo adolescente un tanto desganado/deprimido (Alex Wolff) y una chica de unos 13 años (Milly Shapiro), de extraño aspecto y aún más extrañas costumbres.
La puesta en escena de Aster tampoco condice con los códigos habituales del cine de terror. Los planos son largos y sostenidos, manteniendo la cámara mucho tiempo y muy encima de los rostros y dejando muy de a poco entrever algo relacionado a lo fantástico, un poco como sucedía en las películas de terror de los ’60 y ’70, como EL BEBE DE ROSEMARY y EL EXORCISTA, dos títulos con los que es justo relacionarla tanto en temática (si se quiere, «diabólica») como en tempo y ritmo. La actividad principal de Annie (una artista que trabaja con realistas miniaturas y que se inspira en su vida para hacerlas) también genera un curioso juego de «caja de muñecas» que cobrará más peso cuando el relato avance hacia el abismo.
Algunos elementos fantásticos ligados a la abuela muerta y su posible conexión con la nieta empiezan a ser revelados por Annie cuando va a un grupo de apoyo para superar el duelo. Allí ella no solo cuenta la muy mala relación que tenía con su madre sino lo difícil que ella era y la especial relación que había establecido con la pequeña. Si bien allí parece establecida la dinámica del resto del relato, la película dará un inesperado golpe de timón con otro shock emocional que desestabilizará aún más a la familia. Para Annie la desesperación es tal que termina enganchándose con Joan (Ann Dowd), un miembro de ese grupo de apoyo que ha optado por conectar con los muertos de maneras más típicas del cine de terror.
Esto es solo el principio de lo que será en su segunda hora una brutal cadena de horribles acontecimientos que conmueven especialmente porque el espectador, durante media película, logró conectar con ese grupo humano de una manera mucho más profunda y compleja de lo que suele suceder en una película convencional del género. Si bien ese giro de drama familiar a historia de fantasmas, posesiones y dominación diabólica es un tanto brusco y produce la sensación de estar viendo dos películas en una (la primera más realista y, si se quiere, «psicologista»; la segunda, una completamente fantástica con horribles apariciones y raros «libros sagrados»), a la larga esa operación funciona por que el espectador se involucra con los personajes más allá de los golpes de efecto.
De hecho, esa segunda parte puede ser más convencional en su guion pero no lo es en lo que respecta a la forma. Ari Aster no parece tener apuro ni apuesta por una estética clipera ni efectista a la hora de incentivar el terror. Si bien los asuntos (un ático lleno de insectos, cadáveres, personas que se prenden fuego y todo tipo de sucesos extraños) están más cercanos a los de una película tradicional de posesión diabólica, el director no se deja tentar por el shock y en su estilo más cercano al de cineastas como Polanski o Friedkin, construye sus escenas de una manera casi parsimoniosa, haciendo que cuando el golpe de efecto llega golpee doblemente. En la construcción de la casa como el espacio en el que los terrores familiares se manifiestan, Aster también se muestra deudor del Kubrick de EL RESPLANDOR, con una madre no tan diferente en cierto punto al Jack Nicholson de aquel aterrador filme.
Para eso es necesario un elenco que sostenga la credibilidad del asunto cuando la trama empieza a girar en mil direcciones, no todas igualmente efectivas. Y Toni Collette es el principal «efecto especial» de la película. Como en SEXTO SENTIDO, aquí encarna a otra madre preocupada por sus hijos y completamente atravesada por los acontecimientos, siendo víctima y victimario al mismo tiempo, repartiendo su dolor y su desesperación a los miembros de su familia y convirtiendo en diabólica catarsis ese doble duelo traumático que tiene que atravesar. Los hijos (Wolff y Shapiro), de modo muy distinto, aportan muchísimo a crear esa atmósfera que es pesadillesca pero tiene sus fuertes raíces en la vida real.
HEREDITARY, un título mucho más acorde a los temas del filme, busca establecer claramente esa conexión que siempre flota sobre el cine de horror: los fantasmas y las posesiones diabólicas pueden ser «creíbles» en tanto y en cuanto estén relacionadas con una perturbación psicológica personal irresuelta. Aquello de que las personas tienen que «lidiar con sus demonios» toma forma literal aquí pero, aún en sus momentos más extraños y salvajes, la película deja en claro que importan más las personas que los demonios.