Streaming: «The Staircase», de Jean-Xavier de Lestrade (Netflix)
En esta serie documental, cuyos ocho primeros episodios se estrenaron en 2005, se completa y actualiza el juicio al escritor Michael Peterson por la muerte de su mujer, Kathleen, que tuvo lugar en 2001 y de la que se declara inocente. A lo largo de 16 años, esta historia recuenta en etapas como un extraño caso policial (o accidental) destruye la vida de una docena de personas afectadas por un sistema judicial perverso.
Una especialidad –casi una garantía– dentro de la ecléctica programación de series de Netflix en estos años han sido los documentales, algunos de los cuales se han transformado en clásicos del género como MAKING A MURDERER o el reciente WILD WILD COUNTRY, entre otros, generalmente de corte investigativo/policíaco. El caso de THE STAIRCASE es, en ese sentido, bastante particular. Se trata de una serie que transcurre en Estados Unidos pero de producción y dirección francesa y se estrenó, en parte al menos, en 2005, mucho antes del furor de este tipo de programación.
Lo que Netflix exhibe ahora es, en cierto modo, curioso: a esa serie original de 8 episodios se le han sumado otros cinco que actualizan la situación de los implicados en el caso, que en cierto modo no ha terminado de cerrarse. Estos cinco episodios (dos de los cuales también se habían dado a conocer antes, en 2013, y otros tres son los que traen la situación hasta hoy) nos traen la situación hasta la actualidad, transformando si se quiere el caso de una serie policial de investigación a una reflexión un poco más amplia y desencantada del sistema judicial norteamericano.
Antes de entrar en el caso en sí, hay otro detalle que es importante adelantar: el equipo de documentalistas tuvo un acceso que parece casi irrestricto al juicio y buena parte de las investigaciones y el detrás de la escena del caso. Lo que logra es casi inédito: no hay repaso de situaciones (salvo del asesinato/accidente que origina todo) sino que el filme parece funcionar casi en tiempo presente, con los vaivenes del caso. Eso sí, siempre del lado del acusado. Esto es: si bien no toma posición de manera directa, THE STAIRCASE invita al espectador a simpatizar con uno de los «bandos» en disputa en este asunto que puede o no ser criminal.
La situación a resolver es en apariencia simple (no hay spoilers aquí). Una noche de 2001, en su enorme casa de Durham, Carolina del Norte, el escritor Michel Peterson y su esposa Kathleen están pasando una noche tranquila junto a la piscina. Ella entra a la casa y no vuelve. Cuando él va a buscarla la encuentra en la base de una larga escalera, caída, ensangrentada de manera excesiva para un accidente de ese tipo y al borde de la muerte. Michael llama al 911 pero al llegar los paramédicos la mujer, de 48 años, ya murió. A partir de la cantidad de sangre encontrada –y los cortes y golpes en la cabeza de la mujer–, Michael pasa a ser sospechoso de haberla asesinado.
THE STAIRCASE contará, en sus primeros ocho episodios, el proceso judicial en detalle casi forense: evidencias, recorrido de la sangre, posiciones del cuerpo, huellas, etc. Y a la vez irá adentrándose en la historia de Michael, quien se casó en segundas nupcias con Kathleen, cada uno con un hijo (una hija, ella, y un hijo, él) de un anterior matrimonio. A la vez, en los ’80, adoptaron a las bebés de un matrimonio amigo quienes fallecieron mientras vivían en Alemania, con la curiosidad de que la mujer de esa pareja murió… al caerse de una escalera. Pero las dos hijas hoy siguen junto a Michael y lo defienden siempre, lo mismo que un único hijo que sí tuvo él con Kathleen. La hija de ella, en cambio, lo acusa de matar a su madre y lidera las acusaciones contra él junto a sus tías, hermanas de Kathleen.
El problema es que si hay asesinato no parece haber causa ni motivo alguno, más allá de alguna posible repercusión de un costado secreto de la vida de Michael –que es un veterano de Vietnam– que no revelaré aquí pero que difícilmente pueda tomarse como causal del crimen. Sí sirve, claro, para entender un poco más la complejidad que existe por debajo de las vidas en apariencia perfectas y convencionales de muchas parejas. En este caso, una bastante moderna, intelectual y ensamblada.
Los ocho primeros episodios de THE STAIRCASE –los de 2005– hacen centro en el minuto a minuto del caso. Un poco como la serie documental sobre O.J. Simpson –pero del lado opuesto– vemos en detalle testimonios y testimonios, expertos y expertos, que dan sus pareceres y visiones sobre el caso. Entre ese cúmulo de detalles (que parecen excesivos pero tendrán un peso clave en la segunda parte) lo que la serie deja en claro es lo trastocado del sistema judicial de Estados Unidos, en donde muchas veces la ciencia pesa menos que la simpatía o no que provoque un personaje, sus actos y/o su historia. En ese sentido, la serie peca de un acercamiento excesivo a su personaje, no permitiendo que el espectador pueda hacerse una pintura más imparcial del caso.
Esa parte termina y los cinco episodios posteriores recuperan la situación varios años después de ese final, retomando el caso cuando algunas revelaciones llevan a revisarlo. Pero esa segunda instancia, que parece de más sencilla resolución, vuelve a complicarse por lo mismo: el sistema judicial se ha convertido en una maraña tal de perversos juegos que es imposible determinar casi nada. Las evidencias no sirven porque tal vez no fueron bien recolectadas, la escena del crimen está posiblemente manipulada y, acaso la más importante de todas: que a ninguno parece importarle la verdad del hecho sino manipular al jurado o al juez para convencerlos de su posición, no importa cuanto haya que torcer los hechos.
En cierto modo, como análisis de la justicia, el documental falla al ponerse demasiado cerca de uno de los sujetos (hay situaciones del detrás de escena que la serie no cuenta, aunque sí termina el propio documental siendo mencionado en el propio juzgado), pero a diferencia de MAKING A MURDERER no trata necesariamente de «arreglar algo mal hecho» por el sistema sino poner en juego como el propio funcionamiento de ese sistema termina enredando todo más, mucho más. No hay triunfadores aquí: solo una mujer muerta y una docena o más de vidas que nunca volverán a ser las mismas.
Si bien es una serie larga (sus once horas son demasiado extensas, podría resolverse con varias menos, aunque es imposible por la lógica en etapas de su producción) su potencia está también en el tiempo que recorre: casi 17 años en la vida de personas a las que vemos envejecer, cambiar, transformarse y, esencialmente, ir perdiendo la fe en el sistema. THE STAIRCASE no tiene como objetivo principal determinar si Michael mató o no a su mujer (él sostiene que no lo hizo) sino entender cómo ese tipo de ambiguedad es inaceptable tanto para el jurado como para la prensa y la «opinión pública» que necesita de manera más clara héroes y villanos en sus historias. No sabemos si el protagonista –amable, simpático, inteligente, tal vez demasiado conciente de estar siendo todo el tiempo filmado y tratando de mostrarse así al mundo– es una cosa o la otra y tal vez no importa demasiado. Los misterios de la vida en pareja (y en familia) son complejísimos de entender en un sistema judicial tan viciado. Y la verdad –más allá que probablemente él la sepa– sigue siendo inasible.