Estrenos: crítica de «Dovlatov», de Alexey German Jr.
El realizador ruso homenajea a los escritores censurados en la Unión Soviética en este filme centrado en una semana en la vida del prohibido autor Sergei Dovlatov. German Jr. muestra otra vez su excelente dominio de la puesta en escena para una película política y nostálgica pero a la vez liviana y divertida.
De las mejores películas de la competición de Berlín vistas hasta el momento, DOVLATOV, del cineasta ruso Alexey German Jr. (UNDER ELECTRIC CLOUDS) narra una semana en la vida de Sergei Dovlatov, en 1971, cuando era un joven escritor disidente al que nadie quería publicar por sus puntos de vista alejados de la posición oficial de la entonces Unión Soviética. Con sus exquisitos y complejos planos largos, el hijo del fallecido y mítico director de HARD TO BE A GOD construye una película política y nostálgica pero a la vez con mucho humor que reconstruye el mundo en el que Dovlatov y otros artistas, poetas y escritores «marginales» se movían en aquel entonces.
La película va sumando anécdotas en la vida de este pícaro e inteligente personaje que debe trabajar en una revista de una fábrica escribiendo loas oficialistas a los héroes de la revolución, los grandes de la cultura soviética (en un genial gag inicial de la película) y otros pedidos en plan «optimismo socialista», cosa que hace a regañadientes. Pero sus textos no son aceptados por sus ironías o comentarios mordaces. Lo mismo pasa con sus poesías que no respetan los lineamientos de lo que se debe escribir y que, por eso, no le permiten ser aceptado en el Sindicato de Escritores, condición necesaria para ser publicado.
La película cuenta en un tono más amable y cómico de lo que podía preverse por su tema, las desventuras de Dovlatov con sus textos rechazados, su relación con su ex mujer y su hija, con su madre y, especialmente, con otros escritores en similar situación a la suya, como el luego igual o más famoso Joseph Brodsky, entre otros. Una suerte de broma recurrente ligada a Nabokov y «Lolita» funciona también muy bien, mientras que un «encuentro» con el pasado ligado a la Segunda Guerra resulta una metáfora un tanto más burda.
Con fotografía del polaco Lukasz Zal (IDA), German vuelve a lucir sus dotes para la composición de cuadros en movimiento perpetuo, con personajes que entran y salen, diálogos que se mezclan y superponen, generando un clima que permite entender, a la vez, la vitalidad del movimiento cultural underground en el que se movía el protagonista y su burocrática y declaradamente kafkiana relación con la «oficialidad» de la cultura soviética. La movida cultural de esos años en Leningrado queda muy bien retratada en lo que es un homenaje a esos poetas que prefirieron ser fieles a sus convicciones que ceder a los poderes de turno. Sin embargo, algún (seguramente obligado) reconocimiento «oficial» en los créditos del final del filme hace pensar que German no es tan radical como sus héroes.