Estrenos/Streaming: crítica de «El irlandés», de Martin Scorsese

Estrenos/Streaming: crítica de «El irlandés», de Martin Scorsese

por - cine, Críticas, Estrenos, Streaming
26 Nov, 2019 07:15 | comentarios

La nueva película del realizador de «Buenos muchachos» retoma los temas de muchas de sus historias sobre hombres violentos desde una perspectiva madura para preguntarse: «¿Valió la pena?». Crítica publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires.

Qué hace que una vida merezca ser vivida? ¿Lo que hiciste? ¿Tu trabajo? ¿Tu familia? ¿Tus amigos? ¿Haber sostenido tus convicciones? ¿Haber cumplido siempre con tus obligaciones? Cuando Frank Sheeran, sentado en un geriátrico, en el plano que abre “El irlandés” –y que resume los temas de la película en función de su relación con un muy similar y famoso plano secuencia que se ve en “Buenos muchachos”–, empieza a contar la historia de su vida, sabemos que la secuencia lógica de los acontecimientos estará invertida, dada vuelta. No hay nada de glamoroso ni de exótico en ese recorrido, por más que la cámara se meta por los pasillos del lugar a toda velocidad. No se encuentra con un gangster en su apogeo pop dejando propinas al paso y siendo saludado con reverencias mientras se lo ubica al frente del salón, sino con uno anciano, que está solo y a poco de dejar el mundo de los vivos. Un mundo que, acaso sin saberlo, dejó varias décadas antes, en medio de la Segunda Guerra Mundial. 

Desde su vejez Frank cuenta su historia, que abarca cinco décadas y que en un momento encuentra, gracias a un rápido flashback a un hecho específico de esa guerra, no un trauma original que explique el resto de su vida (Frank no es, al menos de manera consciente o fácilmente reconocible, una persona con miedo o algún tipo de stress post traumático), pero sí un cruento punto de partida para una vida marcada por una falta de sensibilidad sorprendente a la hora de cometer violentos asesinatos y acechar brutales golpizas. «Es que no conocía a sus familias», le dirá más adelante a un cura que intenta sin suerte que Frank se arrepienta de muchas de las cosas que hizo. «Salvo a una», agregará. Y ahí dejará escapar, casi como pidiendo permiso, algún tipo de remordimiento. Pero tan solo por esa familia. Y por lo que él siente que, acaso, fue su única traición.

“El irlandés” es la historia de un hombre que ha vivido su vida en función de una idea regidora: «Si cumples órdenes, tendrás tu recompensa». Eso puede funcionar en la guerra, en la mafia y aún en su paso por la vida sindical, pero no es una garantía de nada. La vida, al final, no te recompensa por haber seguido órdenes. Podrás haber ganado muchas batallas pero lo más probable es que vayas a terminar perdiendo la guerra. En el caso de Frank, un cartel puesto en un momento doloroso, un llamado telefónico angustiante, una mirada inquisidora. Todo eso suma para entender la soledad de un hombre que, al llegar al final de su vida, descubre que la supuesta recompensa es un bien tramposo y perecedero. Que fascina, atrae y se puede convertir en adicción, pero que es un golpe de adrenalina que, más que dar, quita, distancia, aleja.

Frank Sheeran sería un secundario de una película de mafiosos clásica (un Tessio o un Clemenza de “El Padrino”, por ejemplo). De hecho, ni siquiera es italiano. Es un camionero de Pennsylvania que de a poco empieza a llamar la atención de los capos de su estado al cometer algunos robos en la ruta. Gracias a ese “talento”, conoce a Russell Bufalino (un impecable, conmovedor trabajo de Joe Pesci) y a otros jefes de la zona (como Harvey Keitel, en un rol llamativamente pequeño para el más histórico de los históricos de Scorsese), quienes lo empiezan a llamar para más y más trabajos, subiendo en cada caso la apuesta en cuanto a la violencia que debe ejercer. Y cuando a Frank le toca despachar a gente con un par de secos tiros, no tiene ningún problema en hacerlo. Es un soldado eficiente y brutal, de esos que parecen no tomar jamás conciencia de lo que hace. Ni cargar con culpas.

La primera parte del film se centrará en su formación como matón en las filas de Russell. «Escuché que pintas casas», le dicen usando esa frase –que es el nombre del libro en el que el film se basa y que funciona aquí como suerte de subtítulo– como metáfora de su capacidad para manchar las paredes con la sangre de sus víctimas. Sheeran hasta parece orgulloso de serlo. Sus «éxitos» en la mafia lo llevan a crecer en poder y en su amistad con Russell. Y es así que cuando el capo le propone trabajar haciendo algo similar para el mítico líder del poderoso gremio de camioneros, Jimmy Hoffa, Sheeran se alejará un poco de la mafia y se pondrá a las órdenes –y luego se hará amigo– de este sindicalista fervoroso e idolatrado que a los argentinos seguramente nos hará recordar a un tal Juan Domingo Perón. Y no solo por su aspecto.

Es Al Pacino el encargado de poner cara, voz y cuerpo a este hombre, una suerte de celebridad de la política de entonces, a quien Sheeran compara con Elvis y con los Beatles. Y cada intervención suya es un momento armado para que el actor de “Scarface” se luzca en el que es –créase o no– su primer trabajo para Scorsese. Y si bien lo hace de modo un poco excesivo y grandilocuente (es Pacino en su salsa, puro jazz interpretativo), los archivos de video de Hoffa transmiten una sensación similar de un hombre locuaz, cegado por el poder y el narcisismo. Hoffa es expansivo y Sheeran, todo lo contrario. Es más bien silencioso y parco. Un ejecutor, un hombre al servicio de otros, un eficiente empleado. Pero a la vez un tipo que puede organizar la quema de una flotilla de taxis como si nada o matar a sangre fría a varios rivales y hacer bromas acerca de las armas acumuladas, gracias a estas ejecuciones, abajo de un puente. “Se podría armar al ejército de un país pequeño con lo que hay allí”, dirá.

NOTA: Para los que no la vieron y son hipersensibles al tema “Spoilers” acá puede haber algunos.

La película podría dividirse en cuatro actos. O tres y una coda, encadenados los tres primeros a partir de un aparentemente inocuo viaje que Russell, Frank y sus respectivas esposas hacen desde Filadelfia a una boda en Detroit. El primer acto se centrará en la relación entre ellos dos y en el crecimiento de Frank en el oficio. El segundo, en la aparición de Hoffa y, con él, toda una saga que enreda, indirectamente, al propio Sheeran en los acontecimientos políticos más importantes de la época, desde la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba hasta los asesinatos de John y Robert Kennedy. En esta etapa Scorsese se dedica especialmente a mostrar cómo se forja la amistad de Frank con el líder sindical (hay tres o cuatro diálogos entre De Niro y Pacino que son para memorizar por lo brillantes) y, a la vez, a dar a entender una posible rivalidad entre sus dos “mentores”. La que juega un papel silencioso pero importante allí es Peggy, una de las hijas de Frank, que no mira con buenos ojos el trabajo de su padre (a quien vio hacer de las suyas en vivo) y que se siente más a gusto con el más típicamente cariñoso Hoffa que con el “tío Russell” y su propio padre.

En el tercer acto el tono y el tempo empiezan a cambiar. Allí la relación entre la mafia y Hoffa se complica. Con el hombre empiezan a tener diferencias durante el gobierno de JFK y el conflicto luego crece a partir de la competencia interna que tiene el sindicalista en su propio territorio, competencia que dará para varias de las mejores escenas de la película, muchas jugadas entre Pacino y Stephen Graham, que encarna a Tony Pro (“¿Otro Tony? ¿Todos ustedes se llaman Tony?”, dice el quisquilloso Hoffa, que no es italiano, sobre los mafiosos), otro líder de los camioneros mejor conectado con los capos. La lealtad de Frank empieza a ponerse en riesgo cuando Russell le da a entender que si Hoffa no se baja de la carrera sindical por sí mismo, habrá que bajarlo. “It is what it is”, le dice. Y todos entendemos a qué se refiere con eso.

A esta altura, Scorsese se escapa de su propio y aceitado sistema de acumulación de crímenes, de descripción del funcionamiento de un corrupto sistema de economías paralelas (los fondos de pensión sindicales como sostén económico de los emprendimientos mafiosos como Las Vegas o… Cuba) y de juegos de poder dentro de ambas organizaciones para enfocarse directamente en el conflicto interno de Frank. El viaje que el hombre hace con Russell toma un desvío y ese desvío es el de la película, que allí empieza a tomar las características de un noir francés, con Sheeran casi como un criminal al estilo Melville o Becker (la música de su “Grisbi”, tan similar a la de Nino Rota para “El Padrino”, es importante leit motiv de la película): un hombre con una peligrosa misión pero, por primera vez, con un conflicto ético, algo con lo que va a tener que lidiar en su vejez, que ocupa la larga coda y que es la que da verdadero sentido y grandeza a esta extraordinaria película.

En el cine de Scorsese sobre el crimen organizado (y en otros de sus films también), los protagonistas solían traicionar o delatar a los suyos para luego terminar solos, en trabajos y vidas banales, añorando los momentos “de gloria” de sus años como criminales. En este caso es distinto. Y eso es lo que diferencia a “El irlandés” de las otras, la que hace que no solo sea un “Grandes Éxitos” del estilo y los modos del realizador de “Taxi Driver”. Si bien en la primera hora y pico, por el tono y el ritmo, uno podría pensar que lo es, lo que Scorsese hace aquí es recoger el guante de las otras y agregarle un aura, si se quiere, entre trágica y desoladora. Frank, como vemos al principio, ha sobrevivido a todo y a todos. Y, en la vejez, se da cuenta que la “recompensa” en cuestión acaso no era tan importante. Ha perdido lazos fundamentales en su vida, se ha quedado solo y ni siquiera sabemos si lo que dice recordar es verdadero o no. Acaso sea solo un fabulador que inventa su propia leyenda antes del final para adjudicarse un peso en la historia, uno que quizás nunca tuvo en la realidad. 

Pero no olviden que esta es una película de Scorsese por lo que no encontrarán un cambio brusco de Sheeran que apunte a la emoción del espectador. El tipo sigue siendo, al menos para afuera, él mismo de siempre: no hay arrepentimiento, no hay un súbito descubrimiento de la religión ni demasiada auto-reflexión. “No tienes que arrepentirte de verdad –le dice el cura en cuestión, cuando parece quedarle poco tiempo de vida–, pero al menos puedes decirlo”. Si lo hace o no de verdad, no lo sabremos. Sheeran, con su rostro más añoso pero igualmente impertérrito (la actuación de De Niro acaso sea menos llamativa que las de sus colegas, pero es poderosísima desde la contención) no nos deja casi nunca penetrar detrás de los extraños ojos azules de “el irlandés”. No nos termina por decir qué es lo que siente él acerca de la complicada aventura que fue su vida. Es Scorsese –y el notable guionista Steven Zaillian–, los que nos dejan a nosotros la tarea de entender si valió o no la pena, si “seguir órdenes” tuvo o no su recompensa, si la cercanía con la muerte pone o no las cosas en perspectiva.

En paralelo, la película del director de “Toro salvaje” –otro film donde la idea de un triste y solitario final es explorada– puede ser vista como una suerte de despedida grupal y, quizás, hasta una experiencia autorreflexiva por parte del propio Scorsese y de su gente respecto a su propia obra, a su trabajo en conjunto. El hecho de que se los vea “des-envejecidos” (mediante una técnica que parece rara al principio pero luego se incorpora naturalmente) transforma por momentos a “El irlandés” en una película de espectros y es también una manera de permitirse y permitirnos hacer un recorrido por las carreras de todos esos actores a lo largo de las últimas cinco décadas. Así como Sheeran, los propios De Niro, Pesci, Pacino y hasta el mismo Scorsese están llegando a una edad en la que el pasado tendrá más peso en su biografía que el futuro. Y ese mirar atrás, ese reflexionar sobre lo que se hizo y se dejó de hacer, sobre las oportunidades perdidas y las buenas decisiones, es seguramente también el motivo que los llevó a reunirse y hacer esta película elegíaca, que también funciona como una especie de álbum familiar. “El irlandés” se ve como el fin de una era –la de hombres rudos y oscuros, antihéroes violentos que forjaron a los tiros una complicada nación– y, a partir de su cierre crepuscular, como el legado que una generación que supo hacer gran parte del mejor cine norteamericano le pasa a las siguientes. («El irlandés» está en salas desde el jueves 21. Desde el 27, estará disponible en Netflix)

Nota: Una versión de esta crítica fue publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires. Esa versión –apenas más breve– se puede leer aquí.