Berlinale 2020: crítica de «The Woman Who Ran», de Hong Sangsoo (Competencia)
La 24ª película del realizador coreano se organiza a partir de los encuentros de una chica con tres amigas, cada uno de ellos interrumpido por algún hombre molesto. Un Hong depurado y esencial.
Con el correr de los años, tengo la sensación que el cine de Hong Sangsoo se está volviendo, de ser eso posible, cada vez más simple, más básico, más esencial. En la extraordinaria THE WOMAN WHO RAN ya no le hace falta ningún juego temporal, ningún recurso de guion simpático y ninguna solución aparentemente fantástica para lidiar con los asuntos centrales a cualquier ser humano. Alcanza, solamente, con armar una serie de conversaciones entre personajes teniendo un sutil eje en común y ya. No me extrañaría que la próxima película de Hong sea solo un largo y único plano. O, quién sabe, acaso hasta una obra de teatro.
Estarán quienes piensen que su nueva película podría ser tranquilamente puesta sobre un escenario. Y tendrían acaso razón, pero eso no le quita absolutamente nada a su gracia, a su verdad, a su conexión con lo que tiene que contar. La película consiste en tres encuentros –y sus breves e inesperadas derivaciones– que tiene Gamhee (Kim Minhee) a lo largo de lo que parecen ser unos pocos días en los que su marido se fue de viaje de negocios y ella fue a visitar a amigas.
La musicalidad del film está en la repetición de sus formas y en la sutil aparición de sus temas. Primero, Gamhee visita a una vieja amiga que vive con otra mujer (no queda claro si en pareja o no). Con ella/s hablan de comida, de vegetarianismo, de su vieja amistad, del consumo o no de alcohol y de la belleza de vivir en las afueras de Seúl. Luego verá a otra, que vive sola y está más conectada con artistas, que le cuenta de sus desencuentros románticos con un vecino separado y le habla de su carrera profesional. Por último (la película dura poco más de 75 minutos y cada encuentro ronda los 25) la chica va al cine y se topa allí con otra vieja conocida con la que había dejado de hablarse porque ya hace muchos años ella «se quedó» con su pareja de entonces, hoy un famoso escritor.
Pero lo fundamental corre en paralelo a las anécdotas y a lo específico de sus conversaciones y tiene que ver con dos ejes. Por un lado, lo poco que cuenta Gamhee de su vida. De hecho, después de toda la película no sabemos casi nada de ella más allá de su repetido comentario, en cada charla, de que es la primera vez que está sin su marido en los cinco años que llevan casados porque a él le gusta que estén siempre juntos. Aparentemente, el hombre cree que las parejas que se aman no deben separarse ni por un segundo. Y de a poco nos damos cuenta que la chica no está nada contenta con ese mecanismo de convivencia forzosa, que no está muy segura de amarlo y que parece disfrutar muchísimo con estos días de libertad en los que puede reencontrarse con amigas que no ve porque, en algunos casos, «a él le caen mal.»
El otro tiene que ver con pequeñas derivaciones de cada una de esas conversaciones con amigas. Entre una y otra charla se producen situaciones tensas y encontronazos de sus anfitrionas (o de ella) con hombres que –por distintos motivos y situaciones que es mejor no adelantar– vienen a quebrar la plácida y amable charla de mujeres. En la suma de esas fricciones y los comentarios de Gamhee, THE WOMAN WHO RAN empieza a convertirse en un discreto pero revelador relato feminista que parece mostrar que los hombres son apariciones no solo disruptivas de la calma y tranquilidad de las chicas sino que insertan en las vidas de todas ellas juegos de poder, sutil violencia y discretos maltratos. En ese sentido, «la mujer que escapó» del título puede ser Gamhee por esa especie de liberación –quizás breve, quizás no– de las garras de su posesivo marido. Pero también pueden ser sus amigas, que han decidido alejarse de la ciudad y de convivir con hombres.
Para un cineasta como Hong Sangsoo, que hizo toda una carrera siguiendo las vidas de los hombres más tóxicos imaginables, esta última etapa (ligada también a su colaboración con la actriz Kim Minhee) está signada por un potente cambio de punto de vista y una suerte de mirada desde el otro lado de las mismas situaciones que antes contaba. Esos hombres caprichosos y confundidos que protagonizaban sus películas hoy en día son el contraplano, los tipos que aparecen e irrumpen en la vida de una mujer muchas veces para intentar torcer su rumbo en función de sus caprichos y necesidades más egoístas.
Formalmente Hong sigue manejándose con sus planos largos (la película debe tener no más de veintipico), con sus particulares zooms y su oído afinado para las conversaciones cotidianas que van de lo puramente funcional a lo discretamente personal. Da la sensación que esta película pudo haberse filmado en apenas unos pocos días pero, a la vez, que no le hace falta nada más. Que lo esencial que tiene para contar está ahí, en esas mujeres que conversan amablemente y en esos hombres que, desde afuera, no hacen más que entrometerse en sus vidas y darles ganas de echarse a correr.