Estrenos online: crítica de «Chicas perdidas», de Liz Garbus (Netflix)

Estrenos online: crítica de «Chicas perdidas», de Liz Garbus (Netflix)

Este drama policial comienza con la desaparición de una joven que se dedica a la prostitución y se centra luego en los esfuerzos de la madre para determinar qué pasó frente a la ineficiencia y el desinterés policial. Amy Ryan y Gabriel Byrne protagonizan este drama basado en un caso real que está en Netflix. Crítica publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires.

CHICAS PERDIDAS es un policial que de entrada nos avisa, mediante un cartel antes de empezar la acción, que estamos por ver un “misterio sin resolver”. Esto es: el eje no pasará por la resolución de un crimen sino por el proceso, los hechos, sus derivaciones y, fundamentalmente, por los personajes involucrados. La primera película de ficción de Liz Garbus –una cineasta especializada en documentales, nominada al Oscar por WHAT HAPPENED, MISS SIMONE?, también disponible en Netflix— se basa en un hecho real que ocurrió en 2010, con un objetivo que parece claramente ir por un lado distinto al habitual en los relatos policiales: su interés pasa por denunciar la impericia, los malos manejos y la inherente misoginia que existe en las fuerzas policiales, especialmente cuando se trata de prostitutas que han desaparecido o fueron asesinadas.

La película –que tuvo su estreno mundial en el reciente festival Sundance y llegó muy rápidamente a Netflix— tiene como protagonista a una excelente Amy Ryan en el rol de Mari Gilbert, madre de tres hijas entre veinteañeras y adolescentes, de la clase trabajadora de Long Island. La mayor, Shannan, vive sola y no solo es independiente sino que es bastante inconstante y, en apariencia, poco confiable, en especial en lo que respecta a cumplir con sus compromisos. Es por eso que, en una noche en la que la esperan para cenar y nunca llega, nadie parece preocuparse demasiado. Ni siquiera cuando no contesta el teléfono ni responde mensajes. A medida que pasan las horas y nadie sabe de su paradero, finalmente la impetuosa y un tanto brusca de modales Mari comenzará a movilizarse. Pero nadie le prestará mucha atención.

Es que la chica trabajaba como prostituta y la policía un poco asume que esa ausencia puede ser parte de una mecánica que seguramente involucra otros asuntos. Pero Mari es terca y persistente. Y logra incomodar tanto a la fuerza local comandada por el veterano y circunspecto Richard Dormer (Gabriel Byrne) que finalmente la policía se pone a investigar una zona de Long Island en la que hay un enorme barrio cerrado. Y lo que encuentran ahí es shockeante: los cuerpos de otras cuatro mujeres asesinadas, todas ellas prostitutas también, dejados allí a lo largo de lo que parecen ser varios años. Pero el de Shannan no aparece. A Mari no hay quien la calme y la policía actúa como el emoticón ese con los bracitos extendidos…

Garbus no hace un film de investigación en el sentido convencional, pero la investigación está. En general, lo que trata de demostrar –a veces de manera no muy sutil— es la inutilidad de las fuerzas policiales y cierta complacencia a la hora de investigar estos casos, una tácita misoginia que parece implicar que “de alguna manera se la buscaron”. En el desarrollo de los acontecimientos –en los que Mari se unirá a madres y familiares de las chicas “oficialmente” asesinadas–, CHICAS PERDIDAS se irá convirtiendo en una película acerca de los complicados lazos familiares en un universo de mujeres que tienen que luchar, la mayor parte de las veces, en un mundo de hombres que no les prestan demasiada atención… ni les creen tampoco.

Mari logra despabilar a la policía a fuerza de agresividad y prepotencia. No es, claramente, la mejor ni la más sensible y cuidadosa de las madres –y la relación con sus otras dos hijas, especialmente la del medio, así lo prueba, lo mismo que algunos hechos complicados de su pasado–, pero es una mujer que tuvo que construirse a sí misma frente a todo tipo de adversidades. CHICAS PERDIDAS es una suerte de reconocimiento a la lucha y esfuerzo de esas mujeres marginadas socialmente por factores que van desde el evidente patriarcado a cuestiones puramente económicas (forman parte de lo que habitualmente allí se llama white trash), en un tono que es más elegíaco que celebratorio. Tanto la madre como la hija pueden no ser modelos de conducta clásicos para nadie, pero es claro que han tenido que llevar vidas que no necesariamente han elegido. Y que sufrieron, sufren y seguirán sufriendo las consecuencias.

En su paso del documental –donde tiene una larga experiencia– a la ficción, Garbus prueba tener más capacidad y poder de observación para analizar el comportamiento humano que para tensar las cuerdas del relato policial. Ni siquiera intenta ser sutil –el retrato del principal sospechoso es casi caricaturesco, por ejemplo— porque, de alguna manera, está más preocupada en denunciar un sistema que en alimentar intrigas y misterios. Pero gracias a los trabajos de Ryan, a la notable Thomasin McKenzie (que encarna a la conflictuada hija del medio), al veterano Byrne (cuya casi depresiva gravedad siempre aporta un halo de seriedad a todo proyecto que lo involucra) y al resto del elenco, consigue superar ciertas limitaciones y subrayados del guión para entregar una película compleja sobre las dificultades de supervivencia de las mujeres en un mundo regido por la violencia –directa o sutil, física o psicológica— de los hombres.

Nota: ver crítica, ligeramente modificada, en La Agenda de Buenos Aires, aquí.