Estrenos online: crítica de «Atleta A», de Bonni Cohen y Jon Shenk (Netflix)
Este documental se centra en los abusos sexuales y psicológicos cometidos contra las gimnastas olímpicas por parte de sus entrenadores y uno de sus médicos. Una mirada honesta y brutal a una problemática cultura deportiva que prioriza la victoria sin importar los costos.
Una de las cosas que más me sorprendía de THE LAST DANCE, la serie documental sobre Michael Jordan que se emitió recientemente también por Netflix, fue la diferente recepción que generaba una particularidad de la personalidad del atleta: su agresivo y muchas veces brutal comportamiento con sus compañeros de equipo. Para muchos espectadores –y para el propio Jordan– era una exigencia válida si se querían ganar campeonatos. Para otros, era una forma de tortura psicológica un tanto excesiva, que no hablaba necesariamente bien del basquetbolista. Y del sistema que las toleraba.
Viendo ATLETA A es probable que ese debate se presente también. No necesariamente en su tema central –el acoso y abuso sexual a centenar de gimnastas estadounidenses menores de edad por parte del médico que trabajó casi 30 años con el equipo olímpico–, pero sí en lo que respecta a cierta cultura de algunos deportes del «todo vale» con tal de ganar. Es que su eje principal de algún modo se conecta a esta forma de entender la competencia: si algo no te gusta o te molesta te lo guardás para vos porque tenés que asumir que se hace en pos de la «gloria deportiva». Y, encima, hay un negocio millonario alrededor de eso que, de ensuciarlo, podría arruinarse.
Se puede decir que los métodos del matrimonio Karolyi para entrenar a las gimnastas olímpicas era casi militar, con un montón de exigencias y humillaciones físicas que ATLETA A deja bastante en claro. Son parte de esa cultura y la aprendieron entrenando en su nativa Rumania a figuras como Nadia Comaneci. El Doctor Larry Nassar parecía no formar parte de esa cultura. De hecho, funcionaba como policía bueno de esa brutal institución: el médico amable, simpático, que permitía algún escape de las chicas a la dieta y que se transformaba en su aliado. El problema de Nassar, mucho peor que el de los entrenadores, es que usaba esa confianza para acosar y abusar de las niñas con la excusa de hacer específicos tratamientos físicos en zonas íntimas. Pero el ambiente de silencio jugaba su rol allí también, ya que no había espacio para la queja o el reclamo.
El documental se centra, principalmente, en el caso de Maggie Nichols, una chica que tenía muchas chances de quedar en el equipo olímpico de gimnasia de Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de 2016 pero que quedó descartada a último momento. Quizás no casualmente, un año antes de las pruebas nacionales, los padres de Nichols habían elevado una denuncia a sus entrenadores –y también al entonces director de USA Gymnastics, Steve Penny– respecto a los abusos de Nassar a su hija. Ellos, en lugar de actuar como prometieron hacer, desestimaron la denuncia, demoraron su investigación y prefirieron marginarla del equipo olímpico.
La película –informativa, clásica– sigue la investigación hecha por el diario Indianapolis Star que fue el primero en denunciar el problema poco tiempo después de los juegos de Río de Janeiro. En algo que parece haber sido grabado en el momento de la investigación (si no lo es, es una suerte de efectivo reenactment por parte de los periodistas verdaderos), ATHLETE A va descubriendo más información, contactando a más y más víctimas de Nassar y haciendo denuncias que lo llevaron a ser juzgado y detenido. Pero los directores no se contentan con eso –que es un hecho público y conocido– sino que se plantean explicar cómo funciona el sistema. No solo los muchos «Nassar» que puede haber en el deporte, sino el sistema de encubrimiento que se perpetúa bajo la creencia de que hay solo «algunas manzanas podridas» con tal de mantener la credibilidad de la institución.
Los testimonios de ex gimnastas como Jamie Dantzscher y Rachael Denhollander, algunos duros y difíciles momentos competitivos que se exhiben (gimnastas compitiendo lastimadas, siendo maltratadas por sus entrenadores en público y así) y, especialmente, el muy desgarrador y emotivo juicio a Nassar son algunos de los elementos que hacen de ATLETA A una muy buena película. Cohen, Shenk (codirectores de AUDRIE & DAISY, documental que hablaba sobre el bullying online) y los periodistas del IndyStar van desnudando un sistema que es tan perverso como el que ejercen los poderosos del mundo del espectáculo, uno en el que si no se siguen «las reglas» y se callan los abusos es muy probable que las víctimas se queden sin trabajo. Y es así como el abusado internaliza su abuso, se calla, se culpa y hasta asume que es parte del «trabajo», algo que es especialmente temible en este caso al tratarse de vulnerables niñas de unos 10 a 15 años.
Las denuncias a Nassar lograron trascender públicamente pese a que se hicieron un poco antes del furor del #MeToo que surgió tras los casos de Harvey Weinstein y muchas otras celebridades. Y las diferencias se sienten. Sin embargo, y por suerte, en estos años muchas cosas empezaron a cambiar y el velo de silencio parece haberse corrido bastante en relación a los abusos sexuales. Pero no se ha hablado tanto de los maltratos físicos y psicológicos que siguen existiendo en el mundo del deporte y en muchas otras profesiones también. Y ATLETA A apunta hacia esa otra zona menos explorada de una cultura «laboral» en la que el abuso de poder está incorporado y hasta es celebrado.
Hola, Diego! Me parece que arrancar poniendo en pie de comparación este documental con The Last Dance es un tanto forzado. Aquí estamos hablando de menores de edad puestas a la merced de depredadores sin leyes que las amparen. En el docu de Jordan (porque en todos los sentidos es de él), estamos hablando de adultos compitiendo como un trabajo por mucho dinero en el mejor equipo del mundo. Me parece que no hay punto de comparación.
Como una especie de disgresión: el otro día veía un especial de Riquelme. En un partido de visitante, fue a tirar un centro y tres personas lo escupían en la cara a menos de un metro de distancia. El se reía y lo bancaba sin chistar, sabiendo que su «trabajo» era tirar el corner bien, no importa qué suceda alrededor. Puedo entender entonces, que en las prácticas les exija a sus compañeros al nivel que le van a exigir a él. Es fácil: si no querés que Jordan te grite, andate a cualquier otro equipo que tenga menos exigencias que eso.
Para resumir mi punto: por un lado, menores indefensas ante un sistema a todas luces repulsivo. Por el otro, hiperprofesionales compitiendo al máximo nivel por mucho dinero.
¡Gracias por el blog! Es de lectura obligada para mí.
Quizás no sea igual, es cierto, pero a lo que quería referirme era a algo más amplio y es a los abusos personales en general, los que exceden el ámbito de lo sexual. Por suerte actualmente se puso el foco y la atención en eso, pero creo que existen abusos de todo tipo y nivel en todos lados (no solo en el deporte ni con menores) de los que quizás no se hablan lo suficiente todavía. Y lamentablemente no siempre la gente puede elegir «otro trabajo»…
Saludos,
d
Sí, entiendo… pero bueno. Imagino que Scott Burrell sí podía elegir otro trabajo. Y no es que era maltratado por un excéntrico sádico… O quizás me compré todo el discurso de MJ.