Festival de San Sebastián: crítica de «Edición ilimitada», de Edgardo Cozarinsky, Santiago Loza, Virginia Cosin y Romina Paula
Este filme en episodios trabaja el tema de la literatura –desde la escritura y la lectura– y los procedimientos de ficción dentro de la realidad a partir de cuatro breves historias que transcurren en el mundo literario de Buenos Aires. En Cine.Ar Play del 3 al 10 de diciembre, gratis.
Los cuatro episodios de EDICION ILIMITADA, esta antología de cortometrajes que tuvo su estreno mundial en el Festival de San Sebastián, tienen al mundo de la literatura –sea escritura o lectura– como eje. Y si uno sale fuera del mundo de la ficción notará también que las cuatro personas a cargo de los cortos son también escritores, además de cineastas. En ese sentido, la profesión y el tema se unen de una manera no muy disimulada, lo cual también lleva a pensar en los elementos posiblemente autobiográficos de la obra
Esto, claro, se dispara en el Episodio 1, dirigido y protagonizado por Edgardo Cozarinsky, en el que el cineasta/escritor toma algunos elementos personales –otros, no– para contar la breve historia de un hombre con un problema en la vista que necesita que lo ayuden a leer y que decide operarse de ese problema. La operación le proporciona alguna solución aunque también inesperados contratiempos. Con una música un tanto jazzera que acompañará todos los episodios dándole al conjunto un tono medio woodyallenesco, el episodio dirigido por Cozarinsky es acaso lo más cómico que el director haya hecho en toda su carrera, si bien en el medio aparecen algunos delicados asuntos de salud. Hay un tono entre pícaro y chispeante a lo largo del breve cuento que resulta encantador.
Un tanto más grave es el corto de Santiago Loza, que si bien tiene apuntes de comedia está atravesado por una mayor densidad, algo habitual en el realizador también. Es la historia, en principio, del encuentro entre un veterano escritor y poeta, elegante y refinado, con un joven alumno que es enviado a aprender del maestro pero no parece ser alguien intelectualmente demasiado lúcido para seguir las elaboraciones analíticas y los gustos del escritor. De a poco el asunto dará un par de bienvenidos y hasta sorprendentes giros que permitirán que el espectador descubra que los personajes son un tanto más complicados de lo que parecen.
El episodio dirigido por Virginia Cosin se centra, más que nada, en el monólogo interior de una escritora (interpretada por Katia Szechtman) que está en una fiesta en la que no se siente demasiado cómoda. Treintañera, separada y madre de una pequeña niña, se cuestiona qué hace en un lugar en el que, asegura, siempre quiso estar pero, ahora que puede hacerlo porque pertenece a cierta «elite cultural», lo descubre un tanto vacío y falso. Algún potencial interés romántico aparece a lo largo de esa noche para hacerla sentir aún más incómoda en medio de una fiesta que va ganando en intensidad más allá de su frustración y que incluye una muy buena versión de Paula Maffia de un conocido tema del cancionero de rock nacional.
El cuarto, de Romina Paula, es el formalmente más simple pero de estructura más compleja de todos. Lo que vemos es un grupo de actores/dramaturgos que ensayan una obra (o quizás una película) en una mesa, leyendo los textos. La particularidad de la obra en sí es que, dentro de su trama, se ensaya otra obra (o película), lo cual va complejizando las capas del relato y de las interpretaciones, ya que cada uno de los actores encarna tres versiones de sí mismo. O cuatro, si contamos a la película que estamos viendo en sí. Más teórico que los anteriores, el corto juega con la noción de puesta en abismo y la de acceder a la verdad por la vía de la ficción funcionando casi como análisis y «moño» temático a lo que hemos venido viendo a lo largo de todo el film.
De esa manera lúdica, EDICION ILIMITADA se mete en esas lecturas en las que los realizadores juegan al juego de los alter-egos y de las posibles interpretaciones que los demás puedan hacer acerca de eso. Cozarinsky, Loza, Cosin y Paula pueden o no estar dentro de la diégesis de sus respectivos cortos (representados por actores o, en el caso de Edgardo, por él mismo) o, simplemente, estar jugando a la autoficción dentro de un enredado juego de muñecas rusas que no termina de tener final. Un abismo narrativo, que le dicen, que puede ser lúdico y amable por fuera pero que deja entrever algunos importantes atisbos de amargura y dolor.