Berlinale 2022: crítica de «Rookies», de Thierry Demaizière y Alban Teurlai (Generation)
Este documental sigue a lo largo de un año a chicos de diversos orígenes de una escuela secundaria pública parisina en la que se destacan por su talento para los bailes urbanos. Apertura de la sección Generation 14plus de la Berlinale.
Los documentales que siguen años escolares en las vidas de alumnos y profesores se han vuelto una constante en los festivales de cine. Su atractivo es innegable. Son films que van contando las historias reales de chicos y chicas en una etapa de crecimiento que puede marcar sus vidas para siempre, con cambios e imprevistos que pueden ser sorprendentes. Se trata de un tipo de relato que la ficción raramente puede igualar y que, cuando intenta hacerlo, se siente forzado, poco natural. ROOKIES (ALLONS ENFANTS, en francés) se suma a esta línea que incluye a películas como la reciente MR. BACHMANN AND HIS CLASS, SER Y TENER o el clásico HOOP DREAMS, entre muchos otros de diversos orígenes. Sin lograr tan buenos resultados como esas películas, es de todos modos un documental más que recomendable.
El film, que sirve de apertura de la sección Generation 14plus de la Berlinale, toma a un grupo racial diverso que entra a la escuela secundaria pública parisina Turgot con interés por especializarse en danza. Pero lo que ellos estudian aquí no tiene nada que ver con la danza clásica sino con la callejera, ligada al hip-hop y otros estilos musicales urbanos. Los chicos tienen entre 14 y 17 años, algunos de ellos son repetidores del año anterior, casi todos son hijos de inmigrantes y muchos siguen viviendo lejos del centro, en los suburbios, con un mundo muy diferente al que, dicen, experimentan al llegar a Turgot. «Una máquina de café como la de acá en mi escuela no sobreviviría un día», explica uno de ellos.
Para todos ellos es un cambio grande, un choque cultural fuerte y en general tienden a unirse a otros con pasiones similares o de parecidas experiencias previas. La película va haciendo eje, de un modo un tanto confuso al principio, en algunos de ellos, alrededor de una decena, con historias personales y características diferentes. Y si bien las entrevistas serán importantes para entender qué les va pasando a lo largo del año, en definitiva serán secundarias a la experiencia en sí, muchas veces ligada a los bailes específicos, individuales o grupales. Al hecho de estar en ese lugar y expresarse con el cuerpo.
Se trata de un tipo de danza con movimientos intensos y agresivos, todos muy físicos y deportivos, y los chicos son extraordinarios en lo suyo. Donde tienen muchos más problemas es en el resto de las materias, ya que les cuesta –por distintos motivos– concentrarse, entenderlas o darse cuenta que pueden ser importantes para su futuro. Y por más que los profesores hagan lo posible por mantenerlos atentos, los chicos solo piensan en estar con sus amigos y, fundamentalmente, en bailar. Ahí –lo dicen ellos mismos– pueden expresar físicamente todos sus miedos, tensiones, frustraciones y deseos.
Demaizière y Teurlai van poniendo el foco en ellos a lo largo de un año que incluye una competencia con otras escuelas por el título francés en batallas tipo dance-offs. El año pasado terminaron segundos y esperan poder ganar en éste. Son los claros favoritos (aparentemente la escuela tiene una gran tradición en la materia) pero tienen que lidiar a la vez con un montón de cosas en sus vidas que van más allá de la competencia. Su profesor de danza David Bérillon y el director de la escuela, el Sr. Barrand, están dedicados a tratar de que los chicos puedan hacer ese balance entre la danza, el resto de las materias y sus vidas personales pero no siempre es fácil superar los escollos que se les presentan.
Si la película tiene un problema pasa por cierta utilización del montaje a la hora de mostrar a los chicos haciendo sus espectaculares rutinas. Como son muchas, y en muy diversas circunstancias, los directores suelen montarlas juntas, usando una música no diegética que no es la que los chicos bailan y creando un clima que si bien puede ser muy kinético y de impacto visual no representa realmente qué es lo que esos chicos están bailando. Sí logran transmitir cierto carácter de esforzada épica de movimientos (uso de cámara lenta, ángulos de cámara forzados, compilación de distintos momentos en una misma escena), pero es un truco no del todo correcto en un formato que se presenta como documental.
Más allá de eso, ROOKIES logra transmitir, desde la cercanía y la intimidad con los personajes, las dificultades y los beneficios que existen en este tipo de programas inclusivos que permiten a chicos de bajos recursos llegar a las mejores instituciones académicas de Francia y, en algunos casos, a desarrollar todo su potencial. Y los protagonistas son los que terminan conectando emocionalmente con el espectador a partir de sus historias y de su presente. Algunos logran trascenderlas y encuentran en la escuela su lugar en el mundo mientras que a otros se les hace –por distintos motivos– bastante más complicado. Pero más allá de cada caso específico, la experiencia educativa (y también la cinematográfica) es más que valiosa.