Series: reseña de «Better Call Saul: Temporada 6/Episodio 12», de Vince Gilligan y Peter Gould (Netflix)

Series: reseña de «Better Call Saul: Temporada 6/Episodio 12», de Vince Gilligan y Peter Gould (Netflix)

por - Críticas, Online, Series, Streaming
09 Ago, 2022 01:35 | comentarios

En el anteúltimo episodio de la serie, los destinos de Kim Wexler y Jimmy/Saul se vuelven a cruzar pero con destinos aparentemente muy distintos. Desde el martes 9 de agosto por Netflix.

ALERTA DE SPOILERS!

En el universo cruzado de BREAKING BAD y BETTER CALL SAUL hay dos formas de lidiar con los problemas y dos resultados distintos, dependiendo de lo que uno haga. Están los que no se hacen cargo y redoblan la apuesta creyendo que un error se puede tapar con un acierto más grande, como el jugador del casino al que hace referencia esa metáfora. Tarde o temprano, la jugada sale mal. Y están los otros, los que lidian con las consecuencias, le ponen el literal pecho a las balas y sobreviven. No es una ciencia exacta, nada lo es. Pero las chances suelen ser más si uno empieza por admitir su responsabilidad. Al final de BETTER CALL SAUL la diferencia entre unos y otros puede ser mínima. No es de dinero, seguramente, ni de fama o éxito. Es de tener la conciencia tranquila, algo parecido a una paz interior que permita no estar mirando cada esquina como si fuera a aparecer una patrulla policial en cualquier momento.

Kim Wexler está haciendo ese recorrido. En su primera aparición en la parte “blanco y negro” de la serie, reaparece muy cambiada. Con el pelo más largo y oscuro, en pareja con un hombre que se debate entre qué tipos de mayonesa comprar y con la vida aparentemente gris de una empleada de una fábrica en Florida, Kim se ha transformado en otra persona sin obligación de hacerlo. A diferencia de Jimmy/Saul, que arma un personaje llamado Gene como modo de seguir escapando de sí mismo, la nueva vida de Kim es una elección. Puede haber algún miedo dando vuelta –algún Salamanca que la busque por ahí quizás–, pero ni siquiera se ha cambiado el nombre. Su modo de pagar sus culpas parece ir, como en los finales de varias películas de mafiosos de Martin Scorsese, por el lado de vivir la vida más insípida imaginable, la cara del sueño americano en su versión Titusville, Florida.

Durante casi la mitad de su metraje (y salvo la intro, sobre la que ya volveré), el anteúltimo episodio de esta extraordinaria serie está dedicado al reingreso de Kim en la historia, algo que el llamado telefónico del capítulo anterior había habilitado a pensar como una certera posibilidad. Y sí, como muchos imaginaban, en la nueva vida de la ex abogada lo más relevante parecen los festejos de cumpleaños de oficina, sentarse a ver un reality show o la apertura de un nuevo local de una cadena de restaurantes al que espera visitar con su marido el viernes por la noche. Hasta que llama Jimmy (para ella, es Jimmy) y escuchamos el diálogo que nos retacearon en el episodio anterior. Él le pregunta cómo está y ella hace silencio, un poco asustada. El insiste, trata de buscar algún tipo de conexión, pero ella no entra en el juego. No quiere, sabe que no debe. Y le dice que lo mejor que puede hacer es entregarse. Ya sabemos cómo responderá Jimmy. Doblegando la apuesta, aumentando el riesgo, poniéndose en peligro con sus amigotes de Omaha. «Me alegra que estés vivo», serán sus últimas palabras.

Kim toma el camino opuesto al de Gene. Viaja a Albuquerque a disculparse, a hacerse cargo y, llegado el caso, a pagar las consecuencias de lo que pasó con Howard Hamlin. Visita a su viuda, le muestra un escrito que presentó en la Justicia en el que admite todas las mentiras que plantaron contra él junto a Jimmy y se pone a disposición. Es muy probable, le dice, que no le harán nada. No hay evidencias ni casi testigos (los principales están todos muertos) y, en términos prácticos y concretos, ella no tuvo que ver con la muerte del hombre. Pero la conciencia le pesa dos mil kilos. Y al irse de Albuquerque tras la confesión llora y llora. En un plano fijo de dos minutos en uno de esos buses de terminal de aeropuerto, Kim llora inconsolablemente.

Es un gran momento cinematográfico (llamarlo televisivo es poca cosa) en un episodio, dirigido por el propio Vince Gilligan, que es una clase maestra de manejo de los tiempos, los espacios y los silencios, uno que tiene el exquisito ojo para el detalle visual que es marca registrada de la serie pero que no se desentiende de lo más importante: las emociones de los personajes, lo que pasa por sus rostros, los mínimos e imperceptibles movimientos que permiten entender lo que están atravesando. Si algo convierte a BETTER CALL SAUL en una de las más grandes series de la historia es esa sabiduría que reside en su interior. Más allá de los flashes, los trucos, las trampas, el suspenso, los juegos narrativos y los ángulos curiosos de cámara, la serie es lo que es porque parte de eso para llegar a algo más profundo y revelador acerca de cómo funciona eso que llamamos el alma humana.

Entre la parte Kim y la parte Gene del episodio hay una escena más, relevante también, que transcurre en el timeline de BREAKING BAD. Al comenzar el episodio, Saul está en su oficina y vemos que en sus manos tiene los papeles de divorcio de Kim. Ella, aparentemente, está afuera esperando para entrar a firmarlos. Más adelante en el capítulo veremos ese encuentro, el primero que sucede entre Kim y “Saul” en su estado más grotesco. Es tenso, incómodo, desagradable y muestra otra instancia en la que ambos tomaron distintos caminos a la hora de lidiar con su pasado. Ella, arrepentida y culpable. El, pateando todo para adelante y refugiado en la máquina de hacer dinero, su versión colorinche del sueño americano.

Este segmento cerrará con un cruce inesperado pero uno que, a diferencia de lo que sucedió con el flashback del episodio anterior a Walter y Jesse, tiene un peso dramático fuerte. Kim se topa con Jesse –de algún modo su espejo de la otra serie– en la entrada de la oficina de Saul. Ninguno de los dos puede salir de ahí porque llueve torrencialmente. No se conocen, pero Jesse sabe quién es ella porque fue abogada de un amigo suyo al que ayudó a salir de un problema menor. Pero ahora tiene uno más gordo (ahí verán un cameo de «Emilio», personaje de los inicios de BREAKING BAD) y le pregunta si “Saul Goodman” es confiable, si es un mentiroso con un popular aviso de TV o realmente un buen abogado. “Cuando lo conocí, lo era”, le responde ella, secamente, mientras da un soplido a su cigarrillo y se va del lugar como personaje de un film noir de los ‘50. Ahora, que lo acaba de ver, no reconoce en Saul a la misma persona.

La segunda mitad del episodio estará dedicada a continuar con el embrollo en el que dejamos a Gene al final del anterior. El hombre entra a la casa y roba tarjetas, contraseñas y todo lo necesario para su engaño del momento. Pero no le alcanza, quiere más. Como alguien que está inconscientemente esperando ser atrapado, recorre la casa, su víctima se despierta, la policía aparece (de casualidad, pero están ahí), su amigo taxista se asusta y el asunto se complica más aún. Todo, claro, evitable si salía de esa casa en el momento indicado. El embrollo terminará –como predije, por una vez, correctamente– con Marion descubriendo que Gene es en realidad Saul Goodman y, en una tensa escena, arriesgándose a llamar a la policía con él amenazándola de muerte.

Parece difícil que Jimmy/Saul/Gene pueda escapar esta vez de algún tipo de caída en desgracia. Parece aún más difícil, considerando su paralela descarga emocional, que Kim vaya en su ayuda e intente socorrerlo. Todo, como siempre sucede en el mundo de BREAKING BAD/BETTER CALL SAUL, puede cambiar en un instante, pero aún dentro de las sorpresas que siempre nos deparan los creadores de ambas series, hay algunas constantes que se repiten. Y son las que mencioné en el primer párrafo, las que separaron los destinos de Jesse y de Walter allá lejos y hace tiempo. Y las que, de no mediar algún hecho fortuito, separarán los de una Kim que sigue reconociéndose a sí misma y los de un Gene que ya no sabe que alguna vez supo ser un tal Jimmy.