Festivales: crítica de «Tengo sueños eléctricos», de Valentina Maurel (Locarno/San Sebastián)

Festivales: crítica de «Tengo sueños eléctricos», de Valentina Maurel (Locarno/San Sebastián)

por - cine, Críticas, Festivales
11 Sep, 2022 05:29 | Sin comentarios

Este film costarricense que recibió tres premios en el Festival de Locarno narra la compleja relación de una adolescente con su padre, recientemente divorciado de su madre. Se verá en la sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián.

En su primer largometraje, tras un par de premiados cortos, la realizadora costarricense radicada en Bélgica trabaja sobre la complicada relación entre una hija adolescente y su padre en el marco de un retrato en el que explora otras facetas de la vida de Eva (Daniela Marín Navarro, ganadora del premio a la mejor actriz en Locarno por su trabajo), una chica de 16 años que lidia además con sus deseos sexuales y las tensiones que se presentan en la relación que tiene con su madre, con la que vive.

En la primera escena –que tiene lugar en un coche, una figura ineludible en las películas que involucran algún tipo de coming-of-age— quedan claros los roles dentro de esa familia al borde de la disolución. Los padres de Eva no se llevan nada bien y él, particularmente, tiene unos incontrolables ataques de ira y violencia que usualmente lo llevan a autolesionarse, a darse literales cabezazos contra la pared. Eva vive todo con angustia y desesperación mientras que su hermana más pequeña se hace pis encima. En la escena siguiente, ya están separados.

TENGO SUEÑOS ELECTRICOS parte desde ahí y, en paralelo, narra la vida de Eva junto a su madre y su hermana en una nueva y bonita casa que heredaron de una tía, pero a la que recién están empezando a decorar y ordenar. Es una casa un poco caótica, con un gato llamado Kwesi (por Linton Kwesi Johnson, el poeta performático jamaiquino/británico) que también se mea por todos lados y en la que la madre no parece poder lidiar con la organización, sus propios problemas y los que le presentan cotidianamente sus hijas, con las que choca permanentemente.

Eva, pese a la recomendación de su madre, prefiere pasar tiempo con Martín (Reinaldo Amien Gutiérrez, también premiado en Locarno), su padre, a quien ayuda a buscar un departamento mientras él vive en la casa de un amigo. Martín va de un lado para otro, no tiene demasiados planes en la vida (es traductor pero no parece estar trabajando mucho), está intentando escribir poesía y parece buscar casa más por insistencia de Eva que por otra cosa. Es que la chica parece tener en claro que quiere irse a vivir con él y escapar del control de su madre.

En paralelo, a partir de alguna salida con amigos, una situación incómoda que vive una de sus amigas, masturbaciones varias y las miradas que empieza a cruzarse con el dueño de la casa en la que para su padre, Eva va lidiando con su deseo sexual, a través del cual parece canalizar su angustia y tensiones. En algún momento todo se empezará a mezclar en su vida. Y eso, combinado con la forma muy agresiva y descontrolada con la que su padre actúa cuando atraviesa situaciones complicadas, irán llevando el mundo de la adolescente a un punto de eclosión.

TENGO SUEÑOS ELECTRICOS es un sólido y tenso relato de crecimiento que lidia con las contradicciones de un personaje que quiere vivir en un mundo de adultos y que se topa con que ellos no siempre la tienen en sus planes o la utilizan cuando la necesitan o les conviene. Esa toxicidad mayormente masculina (la madre tiene también su lado intenso pero su objetivo pasa más que nada por cuidar a su hija de un padre que ella sabe peligroso) recorre toda la película y tiñe, quizás de una manera un tanto previsible, los pasos de la historia.

De todos modos, Maurel (que también ganó como directora en Locarno) le agrega a la relación entre padre e hija un toque de comprensión que aparece aún en los momentos menos pensados. Quizás por su costado un tanto autobiográfico, la realizadora parece entender a los personajes que rodean a la protagonista, aún cuando estos no se muestran particularmente amables o afectuosos. Es una forma de «cariño áspero» que muchas familias tienen y en la que la protagonista se reconoce también. Eva es receptora de agresiones pero cuando puede –con la hermana pequeña o la madre– muestra que también esa violencia es parte suya. En lugar de victimizarse, Eva entiende que esa mecánica está incorporada a su familia y que no será sencillo poder cambiarla.