Berlinale 2023: crítica de «Tótem», de Lila Avilés (Competencia)

Berlinale 2023: crítica de «Tótem», de Lila Avilés (Competencia)

por - cine, Críticas, Festivales
20 Feb, 2023 01:02 | Sin comentarios

La nueva película de la directora de «La camarista» retrata un día en la vida de una familia mientras preparan la fiesta de cumpleaños de uno de ellos, que sufre una grave enfermedad. En Competencia.

La mirada de Sol –o «Solecito», como le dicen las tías– lo expresa todo. En medio del caos familiar, del miedo, los nervios, la impotencia y hasta de una inminente fiesta, los ojos de la niña dejan entrever la gigantesca tristeza que rodea y abarca todo. Con sus siete años de edad parece saber más, negar menos y asumir de un modo hasta más íntegro que a su padre, Tona, le queda poco tiempo de vida y que no hay demasiado motivo para estar festejando, por mejores intenciones que la celebración de su cumpleaños tenga. Ella solo quiere ver a su papá, estar con él, abrazarlo, conversar sobre los animalitos que ama y sobre las pinturas que su padre le hace y aprovechar lo que, intuye, son unos pocos momentos compartidos entre ambos, esos minutos robados al tiempo que le quedarán grabados en la memoria por toda la vida.

TOTEM narra un día en la vida de Sol (Naíma Sentíes) y de su extendida familia de primos, tíos y amigos en el marco de la casa (y consultorio) de su abuelo en el que se festejará el cumpleaños de su padre, que está viviendo allí. El muy joven Tona (el escritor Mateo García Elizondo) está muy deteriorado físicamente, víctima de lo que parece ser un cáncer fulminante, y es evidente que no le queda mucho tiempo de vida, que lo que se prepara es más una despedida que otra cosa. Le cuesta salir de la cama, no quiere que lo vean así (ni siquiera Sol), pero su presencia/ausencia absorbe y ensombrece todo lo que se respira afuera del oscuro cuarto en el que él está al cuidado de Cruz (Teresita Sánchez), una amable mujer que lo ayuda con ejercicios y hasta a moverse.

Pero la historia se desarrolla, en su gran mayoría, por fuera del cuarto, mientras los parientes de Tona preparan la fiesta en cuestión –cocinan, queman cosas, las vuelven a cocinar–, lidian con sus problemas personales, reciben insólitas e inesperadas ayudas y hasta siguen trabajando. En un estilo de caos y cacofonía de familia extendida filmada de una manera a la que es inevitable referirse como «lucreciamarteliana», lo que pasa en esa casa adquiere por momentos un tono de comedia absurda y hasta disparatada, con situaciones nerviosas e hilarantes, pero siempre oscurecidas por la evidencia cercana de la muerte. El plan de la fiesta tiene mucho de homenaje y celebración, es cierto, pero también de negación, de desesperación, de apoyarse en lo que sea necesario para superar ese agobiante proceso. Y es Sol, siempre Sol, la que parece darse cuenta de todo.

La tía Nuri (Montserrat Marañon), angustiada, bebe y bebe mientras trata de cocinar y lidiar con su pequeña hija que no hace más que extender el caos ahí por donde pasa. La nerviosa tía Alejandra (Marisol Gasé), principal organizadora del evento, se tiñe el pelo y no para de fumar mientras recibe a una muy peculiar bruja para que expulse a los malos espíritus de la casa. El abuelo Roberto (Alberto Amador) –que es viudo, la madre del clan falleció de cáncer también– es psicólogo y sigue atendiendo pacientes mientras todos corren por la casa y Sol escucha lo que allí se dice. Con problemas en las cuerdas vocales, parco y fastidioso, se dedica más que nada a hacer un elaborado bonsái. Llegará luego otro hermano, Napo, con su propia terapia cuántica. Y más primos y luego amigos e invitados a la fiesta.

Sol, en tanto, hará su propio recorrido, manteniéndose como observadora angustiada de la situación. No le permiten entrar a ver a su padre, su madre está trabajando, sus tíos están en su propio universo y ella recorre la casa sola hurgando en baúles, haciéndole existenciales preguntas a su teléfono móvil, tocando (y rompiendo) cosas y obsesionada por los insectos, moluscos y otras criaturitas que circulan por el hogar. Y cuando empezará la fiesta será la única que no querrá participar. O lo hará, pero a su manera.

Escapando, por suerte, a tanto cine latinoamericano (y especialmente mexicano) que abusa de la crueldad y de los clichés propios de la festivalera «pornomiseria«, TOTEM se arma desde la empatía y la comprensión, mirando a los personajes de igual a igual y no como criaturas exóticas en una exposición. Se trata de un complicado tapiz de personajes y de emociones cruzadas, un retrato duro pero por momentos también gracioso de una familia que lidia a su manera con una situación difícil y angustiante como la que le toca vivir. Utilizando un cuadro cerrado para dar la sensación de agobio y encierro de esa situación, Avilés se las arregla para hacer interactuar a una docena de personajes sin abusar de cortes, explicaciones o recursos inorgánicos. Todos se ubican a distintas distancias en un mismo plano, todos parte de una misma experiencia.

Y si bien la mirada de Sol es también la de la directora, Avilés no juzga las actitudes del resto de los personajes: cada uno lidia o no lidia con la situación con los recursos que tiene o la falta de ellos. Y si bien Sol quizás sienta distancia y hasta cierta incomprensión con lo que ve a su alrededor, la película entiende que finalmente todos están ahí con un mismo objetivo y fin: abrazar a Tona, celebrarlo, apoyarlo, estar con él y agradecerle las experiencias compartidas. Esa nobleza y generosidad de espíritu es la que informa este excelente película. Con la muerte se lidia como se puede, no siempre como se quiere. Y Avilés lo entiende y lo transmite a la perfección.