Series: reseña de «How to With John Wilson: Temporada 3 – Episodio 1» (HBO)

Series: reseña de «How to With John Wilson: Temporada 3 – Episodio 1» (HBO)

Comenzó la tercera (y última) temporada de la serie documental en la que el protagonista filma y observa personajes e historias de la ciudad de Nueva York. En HBO Max, todos los viernes.

En una reciente entrevista, John Wilson, el creador de la serie que lleva su nombre en el título, analizaba el curioso efecto que en algunas personas causa su serie. A lo largo de dos temporadas de seis episodios cada una, la cámara de John ha mostrado los lugares más extraños, las historias más insólitas y las personas más curiosas con las que se va cruzando en sus recorridos, que empiezan en la ciudad de Nueva York –su centro de operaciones– pero que pueden derivar en cualquier otro lado. Si bien la mayoría de ellas pueden no parecer imágenes del todo agradables –el primer episodio de la tercera se centra en la falta de baños públicos y en las consecuencias visibles que eso tiene–, a muchos de sus fans verlas les ha generado el deseo de mudarse a esa ciudad, de convivir con esa extraña galería de weirdos, trabajadores de sueldo mínimo, teóricos conspirativos, oficinistas estresados y personas que duermen en el subte, en la calle o en donde pueden.

Esa ambigüedad está en el centro y es uno de los atractivos principales de esta serie documental de observación: lo que muestra puede no ser bonito, algunas de las personas con las que se cruza quizás estén en el borde de la sanidad mental, pero la cámara y el propio Wilson los miran y los tratan con cariño, con respeto y empatía. Si alguna bronca conserva su creador y protagonista (se lo escucha siempre, con su voz nasal y su ritmo entrecortado para hablar, pero pese a lo que parece por las fotos promocionales, casi no se lo ve) siempre estará dedicada a los poderosos, los empresarios, las autoridades, la policía y aquellos que, en este caso, impiden que el espacio público sea realmente público.

En «How to Find a Public Bathroom», el primer episodio de la tercera temporada, esta moderna versión de Jonas Mekas recorre la ciudad buscando específicamente eso –algo que nos ha pasado a todos, convengamos– y se da cuenta que no es nada sencillo lograrlo. Algunos motivos son idénticos a los de cualquier ciudad (el cartel «solo para clientes», digamos) y otros muy específicos de Nueva York. Pero la búsqueda del inodoro salvador es apenas la puerta que se abre a un análisis más profundo sobre quién controla y se adueña del espacio público, de la privatización de las veredas (quiere filmar ese problemático adefesio arquitectónico de Manhattan llamado The Vessel, que está cerrado porque algunas personas subían para suicidarse, y se lo impiden) y de las extrañas cosas a la que la gente es capaz de llegar con tal de hacer sus necesidades.

Como en todos los episodios de la serie, el inicio del recorrido poco y nada tiene que ver con el final. Encontrar un lugar en el que mear en Nueva York lo termina llevando a recorrer medio país (va a Burning Man y a un lugar en Texas que llamará la atención a los que vieron OPPENHEIMER) y a ir conociendo no solo las historias de algunas personas un tanto peculiares (y, a su manera, adorables) sino otras situaciones y circunstancias en las que esa libertad personal que tanto se celebra en ese país se ve limitada, pero no por el Estado –que cumple un rol bastante menor, casi invisible, en las vidas de la gente– sino por empresas privadas y contratos de exclusividad.

Pero los que vieron la serie saben que John Wilson no hace documentales de denuncia. O, al menos, no los hace de un modo convencional. Lo suyo consiste en observar la ciudad, sus personas e historias para reflejarse en ellas, en las ideas y reflexiones que todo eso le despierta y cómo eso conecta con sus miedos e inseguridades. En algún momento del episodio, su búsqueda lo llevará a conocer personas que se preparan para el Apocalipsis –hay varios sujetos de este tipo en todas las temporadas, pero Wilson nunca se burla de ellos– o que viven «fuera del sistema», y ese cruce llevará a una serie de reflexiones que mueven al episodio de lo simpático y gracioso a algo más esencial y humanista, por no decir trágico.

En todos sus modos, con su quizás debatible mezcla entre ficción y documental (el show lo produce Nathan Fielder, creador de EL ENSAYO, y los límites entre lo «encontrado» y lo «armado» suelen ser difusos), lo que el show busca es entender ese otro mundo que está por debajo o por detrás del que recorremos a diario, uno que no vemos, o que vemos e ignoramos, o que a algunos nos da curiosidad, extrañeza y también agobio. Aprender a mirar a las ciudades y a las personas como lo hace Wilson (algunos lo hacemos desde siempre, cada uno a su modo) es una tarea fascinante y abrumadora. Nos enfrenta a nuestros miedos, a nuestras ansiedades y nos hace ver ese hilo indefinible que nos conecta con el resto de los humanos.