Series: crítica de «Carol y el fin del mundo» («Carol & the End of the World»), de Dan Guterman (Netflix)

Series: crítica de «Carol y el fin del mundo» («Carol & the End of the World»), de Dan Guterman (Netflix)

Esta serie animada para adultos se centra en un mujer que enfrenta a su manera la inminente destrucción de la Tierra producto de un choque de planetas. En Netflix.

Quedan un poco más de siete meses para el fin del mundo. No hay dudas y, a esta altura, parece que tampoco miedos. La gente lo ha aceptado como un hecho. Es que un planeta enorme se dirige hacia la Tierra de un modo tal que es imposible evitar que choque y lo destruya por completo. Todo eso ya está dado cuando empieza CAROL Y EL FIN DEL MUNDO, la excelente serie de animación para adultos que estrenó Netflix. No se trata de una serie de ciencia ficción ni una dispuesta a explorar demasiado qué es lo que está pasando en términos científicos o tecnológicos. La serie creada por Guterman, cuya carrera incluye un pasado como guionista de THE COLBERT REPORT, COMMUNITY y RICK & MORTY, ofrece una mirada reflexiva, más dramática que humorística, centrada en las respuestas humanas ante un desastre de esa naturaleza.

El choque de planetas, de hecho, no es otra cosa que una excusa para uno de esos replanteos de vida que se hacen muchas personas (o personajes) ante una tragedia o enfermedad terminal. Aquí, podría ser metáfora de una destrucción por la vía del cambio climático, una pandemia tipo COVID o alguna guerra nuclear. Es lo de menos. Lo que le preocupa a Guterman es qué hacemos con lo que nos queda de vida cuando sabemos que el final es inminente. En lo que respecta a Carol, estamos ante un problema. Si se le pregunta a ella, lo único que haría sería encogerse de hombros y no mucho más.

Carol, personaje que tiene la voz de Martha Kelly, una comediante (BASKETS, MARRIAGE STORY) con una forma de hablar muy característica, entre apática y desafectada, no sabe bien qué hacer ante un mundo que ya atravesó la crisis que conlleva la noticia del final y que hoy está entregado al descontrol, con la gente cumpliendo esos sueños imposibles postergados, las ciudades semi-abandonadas y sin nadie trabajando a la vista. Ella no tiene nada pendiente o no se le ocurre nada para hacer. Y se siente rara.

Alrededor suyo, todos están en una. Sus ancianos padres han decidido no vestirse más y han formado un trío poliamoroso con el enfermero que los atiende. Su hermana se dedica compulsivamente a tirarse en paracaídas en distintos lugares del mundo y a hablar en francés. Y la única amiga que tiene no hace otra cosa que hablar de su viaje al Tibet. Los demás parecen estar en una fiesta permanente con música electrónica al mango –drogas, orgías, lo que sea– y nada de eso le produce a Carol el más mínimo interés. De hecho, cada vez que lo prueba se da cuenta que prefiere volver a su casa. Y tiende a mentir ante los demás (a sus padres les dice que se está dedicando al surf) porque algo de culpa le da.

Pero algo le falta, eso es evidente hasta para ella. Prueba teniendo un affaire con Eric, un hombre divorciado que se pone algo cargoso, pero pronto se da cuenta que tampoco pasa por ahí. La respuesta la encuentra, al final del primer episodio, cuando sigue a una mujer a un edificio y se da cuenta que en un piso hay una oficina donde la gente… trabaja. El lugar tiene algo de las oficinas de PISO DE SOLTERO, la película de Billy Wilder, y lo que se hace ahí es casi tan misterioso como lo visto en SEVERANCE, la serie de Ben Stiller. A Carol la contratan casi sin preguntarle nada, la ubican en un escritorio, le dan papeles para completar, números que poner en una computadora y listo. La mujer ya está trabajando. Y eso parece calmar su angustia.

La empresa se llama The Distraction, nombre que deja en claro su función narrativa y la que tiene en la realidad en la que existe: ocupar el tiempo y la cabeza de la gente, tapar su angustia. Como con el planeta que se acerca, Guterman no está demasiado interesado en saber qué se hace en la empresa sino qué le pasa a Carol una vez que entra ahí. En principio, a ella le resulta extraño compartir un piso con decenas y decenas de robotizados seres humanos que no sacan la vista de la pantalla y no se comunican entre sí. Y luego, tiene la sensación de que quizás, de a poco, allí puede empezar a conectar con otros que están en una situación similar a la suya.

CAROL... se extiende a lo largo de diez episodios de alrededor de media hora cada uno (podrían ser algunos menos) y no tiene una estructura clásica, más allá de ir mostrando que cada vez falta menos tiempo para la destrucción del planeta. Más de la mitad de los episodios están focalizados en una u otra situación particular que le toca vivir a ella o a los personajes que la rodean. Sus padres se irán a un crucero con el enfermero y ese viaje será el centro de un episodio. En otro, Carol visitará a su excitada hermana que no puede parar de subir a redes todo lo que hacen. Donna, la primera amiga que se hace en la oficina, tendrá un episodio centrado en su vida familiar. Y lo mismo pasará con Eric en función de su depresión y de la relación que tiene con su hijo. Y así…

En el interín, con el paso de los semanas, lo que Carol intentará encontrar será algún tipo de conexión humana, una idea de comunidad junto a aquellos que trabajan con ella. Es algo que puede empezar de manera simple, solo aprendiéndose sus nombres, y terminar de formas inesperadas. Y ese gesto –que pasa más por conectar con el otro que por satisfacer deseos personales, algo que la mayoría parece priorizar– es el eje de CAROL Y EL FIN DEL MUNDO, una serie humanista, empática, amorosa, que va a contramano del individualismo rampante que parece primar en estos tiempos.

La premisa sci-fi no es más que un truco narrativo para hablar de cómo una sociedad se ve y se piensa a sí misma, y qué se puede hacer para quebrar esas nociones tan instaladas ligadas a la superación de desafíos personales como objetivo principal de una vida. Lo que tanto Carol como sus apagados compañeros de oficina descubren es que, a fin de cuentas, se tienen los unos a los otros y a sus seres queridos. Y que, en el tiempo que les y nos queda –por el motivo que sea–, quizás eso sea más importante y revelador que subir al Everest o luchar contra cocodrilos en el Africa.

De un modo un tanto raro, CAROL… bien podría ser una serie sobre la depresión y sobre cómo tratar de atravesarla y, en la medida de lo posible, superarla. No sería del todo exagerado comparar la propuesta de Guterman con la del cine de Aki Kaurismaki, en su costado más «chaplinesco». Hay algo en la manera en la que se combinan el humor seco de la protagonista y la búsqueda humanista que propone la serie que se parece bastante a lo que hace el realizador finlandés en sus películas. Y también a lo que hacía el gran humorista, enfrentando la crueldad y la rudeza de la realidad con pocas palabras, una mirada compasiva hacia el otro, y encontrando placer y satisfacción en las pequeñas cosas que el mundo, o lo que queda de él, todavía tiene para ofrecernos.