Estrenos: crítica de «Bastardos» («Bastarden»), de Nikolaj Arcel

Estrenos: crítica de «Bastardos» («Bastarden»), de Nikolaj Arcel

por - cine, Críticas, Estrenos
13 Mar, 2024 08:58 | comentarios

Este drama histórico se centra en un ex capitán del ejército danés que, en el siglo XVIII, quiere trabajar la tierra en una árida zona del país que un terrateniente reclama como propia. Con Mads Mikkelsen. Estreno en cines: jueves 14 de marzo.

Este drama danés, que combina elementos clásicos del relato de época con un formato más cercano al western, es uno de los quince títulos que quedaron como precandidatos al Oscar a mejor film internacional. La película de Nikolaj Arcel, que compitió además en el Festival de Venecia, tiene como protagonista a Mads Mikkelsen y cuenta la complicada y dura historia de un capitán del ejército danés que, en el siglo XVIII, se obsesiona con la idea de cultivar en unas áridas tierras en Jutlandia, luchando contra la incomprensión primero y el rechazo después, además de enfrentar un sistema de castas que dificulta sus posibilidades de éxito. De hecho y en función de su tema, su título original –traducible como BASTARDOS— se aplica más claramente a lo que aquí sucede.

La película del director de A ROYAL AFFAIR (acá conocida como UN ASUNTO REAL), comienza con el pedido en cuestión. Ludvig Kahlen (Mikelsen) es un militar retirado y decorado que ha tomado la decisión de ir a una tierra inhóspita a cultivar papas, un vegetal poco conocido entonces en esa parte del mundo. Y para hacerlo necesita el permiso del rey, un alcohólico desinteresado en el día a día de su reino. Los miembros del Tesoro Real rechazan de entrada su idea pero Ludvig termina convenciéndolos con la particularidad de su propuesta. Es que el hombre no quiere ayuda económica ni nada parecido –lo intentará con el dinero de su pensión– y lo único que pide es un título de nobleza y la propiedad de la tierra si logra hacerla rendir. Los burócratas, casi burlándose de él, aceptan. Lo consideran, en realidad, un caso perdido.

La obsesión de Ludvig pasa menos por lo económico que por un reconocimiento formal por parte de las elites, algo que por su historia personal –él es uno de los «bastardos» del título– no ha conseguido. Su sueño pasa por pertenecer a ese mundo de trajes caros, comidas suntuosas y caminatas por palacios. Y está dispuesto a esforzarse para conseguirlo. El sacrificio será mucho porque la tierra es inhóspita y casi nada crece allí. Tampoco consigue mucha mano de obra y debe contentarse con Johannes (Morten Hee Andersen) y Ann Barbara (Amanda Collin) –una pareja de campesinos que se está escondiendo– y un joven pastor religioso (Anton Eklund) que lo ayuda. Y tampoco cuenta, legalmente al menos, con unas familias de gitanos que viven cerca de él, ya que ellos tienen prohibido trabajar en esos lugares.

A todos estos inconvenientes tiene que sumarle otro, acaso el principal. Un excéntrico y violento terrateniente local, Frederik De Schinkel (Simon Bennebjerg), considera que la tierra en la que Ludvig trabaja es suya y que le corresponde la mitad de lo que allí se produzca. Pero Ludvig sabe que son tierras públicas (del Rey) y que no le debe nada a este cruel sujeto, lo cual lo convierte en un potente enemigo. A eso hay que sumarle –en la subtrama menos creíble e interesante del relato, una más propia de una telenovela– que Edel (Kristine Kujath Thorp), la bella y elegante prima de De Schinkel que es a la vez su prometida, parece haber quedado muy impresionada con el recién llegado. Atracción que prueba ser mutua.

BASTARDOS se centrará en los esfuerzos de Ludvig de cultivar su tierra, de evitar que Frederik meta sus narices en lo que él hace y en tratar de construir algo parecido a una comunidad en un lugar desolado que tiene además un invierno feroz. En el breve tiempo en el que consigue que los gitanos trabajen en su tierra, se termina conectando con la pequeña Anmai Mus (Melina Hagberg), una niña de tez oscura a la que también marginan por eso, ya que los campesinos creen que da mala suerte. A su manera la niña es, como él, otra bastarda.

De manera clásica, usando tropos del western en un estilo que se podría definir como fordiano, pero a la vez incluyendo escenas de intrigas palaciegas, Arcel va tejiendo un relato sólido, con un personaje opaco como es Ludvig, a quien el actor de OTRA RONDA transforma en un hombre estoico pero a la vez testarudo. Es un hombre incapaz de darse cuenta que pierde el tiempo en una pelea que no puede ganar (la del reconocimiento social, ser tratado como un par por la aristocracia) en vez de dedicarse a los que tiene a su lado, colaborando con él de una manera más honesta.

La película incorpora una serie de escenas de suspenso, tensión y violencia que Arcel maneja muy bien –en especial una relacionada con una emboscada–, pero lo que debilita un tanto la propuesta es la presentación excesivamente caricaturesca de los «villanos» de turno, empezando por el tal De Schinkel y siguiendo por algunos de sus colaboradores. Un personaje ambiguo y contradictorio como es Ludvig Kahlen –a quien se suman Ann Barbara y An-mai Mus, carismáticas cada una a su manera– merece un rival un tanto menos aparatoso que el que la película presenta.

Pero más allá de esos problemas relativamente menores, THE PROMISED LAND –título con el que se la conoce en inglés– funciona como relato épico, como drama social y como retrato de un hombre que pone manos a la obra para ser parte de una familia sin darse cuenta que, al hacerlo, estaba formando en realidad otra, mucho más valiosa y cercana –en muchos sentidos– que esa que anhelaba. Un hombre obsesionado por el progreso individual y el reconocimiento de los poderosos que descubrirá, quizás más tarde que lo deseado, que lo más importante es la comunidad que va formando en el camino, la gente con la que come lo poco que hay y con la que se abriga, como puede, en las inclementes noches del más crudo invierno.