Estrenos: crítica de «Back to Black», de Sam Taylor-Johnson
Esta biografía de la cantante Amy Winehouse se apoya en su tóxica relación de pareja para contar su breve y explosiva historia personal y musical. Con Marisa Abela, Jack O’Connell y Eddie Marsan. Estreno: 11 de abril.
Si se la toma como una biografía musical convencional, BACK TO BLACK tiene varios problemas: un ojo demasiado enfocado en una parte específica de la vida de Amy Winehouse y una serie de enormes huecos narrativos en lo que respecta a su arte y a su proceso creativo. Pero la película de Sam Taylor-Johnson –directora de la muy buena NOWHERE BOY y la muy mala CINCUENTA SOMBRAS DE GREY– no es estrictamente eso sino una traducción al formato audiovisual de las historias que la cantante cuenta en ese álbum y, especialmente, en esa canción, el mayor éxito de su corta y explosiva carrera. La diferencia entre eso y una biopic no es tan evidente porque la película aborda muchas situaciones que no están incluidas en el autobiográfico disco, pero es importante tomarlo en cuenta para entender el recorte específico que se hace aquí.
Es que BACK TO BLACK toma como su centro la tortuosa historia de amor de la cantante londinense y Blake Fielder-Civil, con quien estuvo en pareja, se separó, se volvió a casar y luego se divorció. Y ocupa gran parte de su tiempo en las idas y vueltas de una relación romántica tóxica que hace recordar a tantas similares de la historia del rock y que, en un modo si se quiere fatalista, uno ya sabe cómo terminará apenas se conocen. Pero Taylor-Johnson logra ir más allá de su limitado foco. Un poco gracias a expandir la historia lo suficiente como para permitir adentrarse en otros aspectos de la vida de la cantante –la relación con su padre y su abuela son centrales acá–, pero fundamentalmente gracias a una actuación soberbia de Marisa Abela en un rol demandante y difícil del que sale más que airosa.
BACK IN BLACK se inicia cuando Amy, de apenas 18 años, está con su familia paterna festejando una fiesta judía. Tras una canción religiosa, se pone a cantar un clásico de jazz y termina haciendo un dúo con su también cantante padre, Mitch (Eddie Marsan). Es ese el mundo en el que vive: fascinada por las grandes voces clásicas del jazz como Billie Holiday y Sarah Vaughan, pero intentando mezclar eso con su gusto por cantantes como Lauryn Hill en las canciones contemporáneas que compone, a las que le suma además una tendencia a contar detalles íntimos de su vida en sus letras. Y son las historias de su abuela Cynthia (Lesley Manville), que fue cantante de jazz y pareja de Ronnie Scott –saxofonista y dueño de un famoso club de jazz del Soho–, las que ella acumula en su imaginación, además de la mitología autodestructiva de cantantes y escritores.
La película pasará bastante rápidamente por la grabación y edición de su primer álbum, poniendo el eje más que nada en la intransigencia de Amy en convertirse en otra “estrellita descartable” del pop británico al querer mantener un estilo retro que no estaba muy de moda en la época (2002-2003) y, a la vez, mostrará aspectos de su personalidad un poco más complejos: bebía demasiado, podía ser agresiva con sus seres queridos (hasta violenta) y tendía a confrontar con cualquiera que la mirara torcido.
Ahí aparece Blake (un muy efectivo Jack O’Connell, de ’71 y EL AMANTE DE LADY CHATTERLEY), un clásico bloke londinense (acá diríamos “chabón”) al que conoce en un pub de su nuevo barrio, Camden. En una larga y muy buena escena, Amy queda fascinada con este tipo que conecta con ella en casi todo: le gusta la bebida, jugar al pool y hasta sabe de bandas y canciones que ella desconoce (como The Shangri-Las, con las que él hace una simpática coreografía). Hay, sí, una diferencia importante. Blake es adicto a la cocaína y Amy –que bebe y fuma marihuana– no quiere saber nada con eso. El otro problema es que Blake está en pareja, pero eso es algo que a nuestra heroína la tiene sin cuidado.
El resto del film se irá en su doblemente tóxica relación, plagada de acercamientos y alejamientos de igual intensidad, drogas, celos, agresiones mutuas (la película la presenta a ella más violenta que a él) y una caída en desgracia que empezará a afectar la vida profesional de Winehouse. Son esos vaivenes los que retrataría en su segundo álbum, “Back to Black”, que es algo así como un repaso de esos años de amor, dolor y furia. Pero la historia, que en el disco parecía terminada, regresará. Y con ella volverá el caos, los paparazzi, las drogas, los conflictos. Y terminará, como se sabe, mal. Muy mal.
Lo que funciona muy bien en la película, más allá de lo previsible de su recorrido dramático, es que Abela logra habitar a Winehouse capturando algo esencial en ella. No es solo una cuestión de imitación (sí, es relativamente parecida, habla con el mismo acento cockney y es su voz la que se escucha en las canciones) sino que logra transmitir ese combo de pureza e inocencia mezclado con intensidad y agresividad tan característico de la cantante. La actriz conocida por la serie INDUSTRY trasciende las limitaciones del formato y lleva a la película a un lugar de verdad que el guión de Matt Greenhalgh –que busca causas y explicaciones donde no las hay, además de omitir millones de cosas relevantes– no siempre tiene.
De todos modos, no se trata de un film menor que solo se salva por su actuación principal. A diferencia de mediocres biografías de músicos o bandas de rock (desde BOHEMIAN RHAPSODY a la reciente BOB MARLEY: LA LEYENDA), Taylor-Johnson narra con nervio, estilo y conocimiento del mundo que retrata. Más allá de las limitaciones del subgénero, BACK TO BLACK logra transmitir con mucha verdad algunas situaciones de la vida de Winehouse, especialmente las ligadas a los shows en vivo (como el de Glastonbury o el que hizo para los Grammy) y a la vida de una persona alcohólica que quiere pero no puede controlarse a sí misma.
BACK TO BLACK no será SID & NANCY pero en el contexto entre infantilizado y en extremo mercantil de las biografías de estrellas de rock de hoy (que se hacen más que nada como parte de estrategias de marketing para relanzar catálogos musicales) es una película que ofrece un acercamiento bastante honesto a un personaje fascinante y contradictorio, al que no se quiere convertir en mito sino que se muestra con muchas de sus asperezas a flor de piel. Dueña, a la vez, de un talento impresionante y de una imposibilidad de tomar decisiones correctas –muchas veces ligadas a su adicción al alcohol–, Amy Winehouse brilló por un tiempo breve, demasiado breve. Y esta biopic es un justo homenaje a su explosiva vida.