Cannes 2024: crítica de «El segundo acto» («Le deuxième acte»), de Quentin Dupieux (Sección Oficial)

Cannes 2024: crítica de «El segundo acto» («Le deuxième acte»), de Quentin Dupieux (Sección Oficial)

por - cine, Críticas, Festivales
14 May, 2024 06:09 | Sin comentarios

Cuatro actores se salen constantemente del papel y se pelean entre sí en medio de un caótico y especial rodaje en esta comedia del director de «Yannick». Apertura del Festival de Cannes.

El cine de Quentin Dupieux es uno de ideas fuertes y controvertidas, de planteamientos audaces, simpáticos, divertidos. Casi siempre, sin embargo, lo que termina haciendo a partir de ellos nunca parece estar del todo a la altura de sus premisas. Pese a sus inevitables baches –las resoluciones en sus películas son siempre problemáticas–, en EL SEGUNDO ACTO el sistema funciona bastante bien. Y en más de un sentido lo que hace acá es seguir explorando el territorio en el que se metió con YANNICK, uno en el que se pone a analizar de un modo punzante el mundo de la representación. En ese caso era el teatro. Acá, el cine.

David (Louis Garrel) y Willy (el intenso Raphaël Quenard, una de las estrellas del momento en Francia, protagonista de YANNICK) son dos amigos que caminan y hablan acerca de una chica que ama a David, pero que él quiere que su amigo seduzca y se quede con ella. Debe haber una trampa, asume Willy, que no entiende el motivo. «¿Será trans?», le pregunta. En ese momento Dupieux revela un primer truco. David le dice que no diga eso, que los va a meter en problemas porque… los están filmando. En ese gesto, pasa a revelar que la película que vemos va y viene de lo que ruedan en sí y lo que supuestamente dicen fuera de esa ficción, donde se quitan las máscaras y hablan un poco de más. Para luego arrepentirse.

Ella es Florence (Léa Seydoux), que espera a David con Guillaume, su papá (Vincent Lindon). Allí sucede algo parecido, pero la queja es de Guillaume, que no quiere decir los textos mediocres de comedia romántica del guión y se queja de tener que filmar «una película de mierda». Ella, pese a todo, quiere seguir haciéndola. Y entre ambos sobrevendrá una larga discusión acerca de la actuación y del tipo de cine que se hace actualmente que se cortará cuando él reciba un llamado sorpresa que revele un poco su enorme hipocresía.

Finalmente los cuatro se encontrarán en un restaurante llamado «el segundo acto» y en el que, literalmente, transcurre el segundo acto del film. Allí, de a poco, el guión de la comedia romántica irá siendo dejado de lado y lo que primará serán las peleas entre los actores, los celos, alguna confusa situación de potencial acoso y, fundamentalmente, la presencia de un extra que interpreta al mozo del lugar y que, como está muy nervioso, tiembla mucho y no emboca jamás el vino dentro del vaso.

Esta «meta-comedia» que se toma en solfa desde la producción cinematográfica actual hasta los excesos de la corrección política (ambos gestos riesgosos tomando en cuenta que esta película es coproducida por Netflix y, sobre todo, la actualidad del cine francés que atraviesa la etapa más intensa de su #Metoo) seguirá agregando capas e ironías, demostrando que lo que vimos es apenas el comienzo de una puesta en abismo que parece no tener final. No conviene adelantar más, pero Dupieux sigue metiéndose en medio de una zona border, a lo Charlie Kaufmann, respecto a lo que es y no real, desnudando hipocresías del mundo del espectáculo en el medio.

Luego de una extraordinaria primera mitad en la que los gags verbales y las ironías funcionan a la perfección (Quenard es toda una revelación en el cine francés, se lleva todas las miradas pese a ser el menos conocido de los cuatro protagonistas), EL SEGUNDO ACTO empieza a darle unas vueltas de más a su propio nudo, excediéndose ya no pasos de comedia más ampulosos sino intentando generar algún tipo de idea matriz ligada a la diferencia entre realidad y ficción, entre lo que existe y lo que no, intentando descifrar donde, en un punto, todo lo que vemos es parte de la invención de algún otro.

Cuando intenta ponerse serio, el papel a Dupieux le queda un poco grande, arriesgándose con planos y discursos que intentan ser significativos sin lograr serlos del todo. Lo mejor de Dupieux es el humor que se genera a partir de sus ideas, las cosas que surgen gracias a sus puntos de partida. Aquí, se trata de una película a la que vemos mientras se filma y mientras no, ambas cosas al mismo tiempo aunque, por motivos que no conviene revelar, jamás vemos las cámaras ni el equipo de filmación. Y eso invita a todo tipo de giros limítrofes que van de la ironía fina al mal gusto.

Mi impresión es que el problema de muchas películas del realizador de INCREIBLE PERO REAL es que funcionan como bromas de comediante de stand up que siguen más tiempo del necesario. Lo que hace reír de entrada mucho puede volverse tedioso si se reitera la misma idea durante más de una hora. Aquí no llega a suceder eso porque hay giros inteligentes y algunas sorpresas en la trama, pero el riesgo está siempre ahí. Quizás sea eso, finalmente, lo que busca Dupieux. Que al terminar sus películas no sepamos muy bien qué pensar acerca de lo que acabamos de ver.