
Estrenos: crítica de «Tornados» («Twisters»), de Lee Isaac Chung
Este ejemplar de cine catástrofe se centra en las desventuras de un hombre y una mujer que se dedican a perseguir tornados con distintas intenciones. Con Daisy Edgar-Jones y Glen Powell. Estreno: jueves 11 de julio.
Uno de los supuestos atractivos de TORNADOS pasaba, al menos para mí, por la decisión de elegir como director a Lee Isaac Chung, realizador de MINARI, una drama familiar e intimista que, más allá de sus locaciones campestres y la evidente sensibilidad con la naturaleza de su autor, poco y nada tiene que ver con un blockbuster de temporada sobre violentos huracanes y las personas que, por distintos motivos, se dedican a perseguirlos. El cruce era riesgoso pero podía dar algún resultado particular. Pero este no es el caso. Chung podrá ser el director, sí, pero TWISTERS se siente como un muy genérico espectáculo de acción, un ejemplar en exceso prototípico del género.
Para algunos puede ser una buena noticia –el cruce entre director indie y tanque de taquilla ha dejado daños irreparables, como la reciente ETERNALS, de Chloe Zhao, y tampoco es que MINARI fuera una obra maestra–, pero a la vez no se entiende demasiado la movida: cualquier director profesional de Hollywood podría haber hecho más o menos esta misma película, que no es tanto una secuela de TWISTER, de 1996, sino una historia que transcurre en un similar universo. En este caso: una trama que enfrenta a dos equipos que se dedican a perseguir tornados pero con intenciones y formas de hacerlo muy distintas, que no son necesariamente las que parecen.

Todo empieza, como suele pasar en estos casos, con un antecedente traumático. Kate Carter (Daisy Edgar-Jones, la actriz británica de NORMAL PEOPLE) y un grupo de estudiantes amigos de la universidad –uno de ellos, su novio– persiguen tornados en Oklahoma con intenciones de neutralizarlos mediante un complejo sistema que no vale la pena explicarlo acá y que solo los que se dedican al tema podrán entenderlo viendo la película. Lo cierto es que las cosas salen mal: el tornado es mucho más grande y destructivo de lo que suponían y los resultados son trágicos, llevando a Kate a abandonar ese mundo.
Cinco años después la chica trabaja como meteoróloga en Nueva York y allí la va a visitar Javi (pronúnciese «Havi» e interpretado por Anthony Ramos), sobreviviente de aquella perdida batalla contra la naturaleza. Pese a sus reticencias, Javi convence a Kate de volver a perseguir tornados, ya que él ahora trabaja con un equipo de científicos y una tecnología militar que permite sacar muchísima información de cada una de estas formaciones para prevenirlas o frenarlas en su accionar. Preocupada más que nada por probar su tesis científica y, en segunda instancia, para evitar que los tornados destruyan pueblos y ciudades, Kate decide sumarse a la aventura.
De regreso en Oklahoma –estado abrumado por este tipo de brutales eventos climáticos–, Kate, Javi y compañía se topan allí con otro grupo que está en el lugar buscando tornados pero con otro objetivo. Ellos son Tyler Owens (el omnipresente Glen Powell) y su crew, un grupo mucho más anárquico y comercial (que incluye a Sasha Lane, al también músico Tunde Adebimpe y a Brandon Perea) y al que solo parece interesarle filmarse para el millón de seguidores que tienen en su canal de YouTube: algo así como unos influencers de este raro hábito de perseguir tornados. A tal punto son celebridades que llevan con ellos un periodista inglés (Harry Hadden-Paton) que está escribiendo una nota sobre sus aventuras.

Claramente habrá tensión entre los bandos, disputas varias y no hay que haber visto más que tres películas para darse cuenta que Kate y Tyler son dos caras distintas de una misma moneda. Con diferentes estilos y, en principio, objetivos, los dos son estudiosos obsesivos de los tornados. Tyler (que Powell interpreta como un prototípico cowboy moderno, a mitad de camino entre un cantante country y un marine de sonrisa y músculos perfectos) los busca más por la adrenalina que el fenómeno le genera mientras que Kate está más preocupada por hacer algo para que no arrasen con todo a su paso. En el medio, en tanto, habrá otros cuyas intenciones son un tanto más perversas.
En el medio de esta sencilla historia estarán los tornados en sí, una media docena o más de fuertes eventos climáticos con carácter destructivo que parecen haberse decidido a salir todos juntos casi al mismo tiempo. Es curioso que su ferocidad parezca una sorpresa para los pobladores de la zona quienes, una y otra vez, siguen con sus actividades normales (rodeos masivos, ferias callejeras, partidos de béisbol) sin imaginarse que minutos después serán arrasados por los tornados. De hecho, ni siquiera parecen haber tomado recaudos edilicios al respecto. Pero si la trama necesita que la gente sea un poco tonta y las cosas sucedan de un modo en exceso caprichoso, bueno, para eso existe el cine de acción y espectáculo de alto presupuesto. Y la película, más allá de sus guiños a clásicos productos de Amblin de los ’80 y ’90, no es mucho más que eso.
No pidan mucha lógica aquí: todo sucede porque tiene que suceder y para que los personajes vayan cruzándose, revelando sus verdaderas intenciones y, con algo de suerte, tomando conciencia de la gravedad de la situación. Quizás para no incomodar al público menos «socialmente comprometido» que los productores esperan convocar –la película tiene una estirpe all-american que está al borde de los modales del cine muscular de los años 1980–, el esquemático guión de Mark L. Smith (EL RENACIDO, CIELO DE MEDIANOCHE) casi no menciona el cambio climático, dando solo a entender que estas cosas suceden más seguido que antes pero no mucho más que eso.

Lo que sí muestra el film es su carácter destructivo y ese es su ángulo más fuerte, ya que pone en primer plano los pueblos que son arrasados por estos eventos. El problema es que todo su costado humano y si se quiere hasta social es usado solamente como contexto y de un modo genérico, más para pintar las contradicciones de los personajes que para hacer un verdadero comentario sobre la destrucción de las ciudades y el potencial aprovechamiento comercial de estos desastres naturales. Si contrataron a Chung por su costado «humanista», es poco lo que la película retiene de todo eso. El guión se lleva todo puesto a su paso, como si la propia trama fuera un tornado más.
No hay duda que TORNADOS es visualmente espectacular y que supera en mucho lo que se podía hacer con efectos digitales en el lejano 1996, pero lo cierto es que entonces esos efectos eran nuevos y sorprendían mientras que hoy son moneda corriente en cualquier superproducción hollywoodense. Más allá de sus evidentes limitaciones, la película seguramente enervará a cualquier espectador que logre atravesar la vara de la suspensión de incredulidad –el límite es muy alto ya que casi nada resiste una mirada lógica por más términos científicos que se usen para darle a todo un aura de seriedad– y por momentos angustiara a un público que nota como día a día el clima se torna cada vez más imprevisible. A veces solo hace falta salir a la calle o mirar la temperatura en el celular para asustarse respecto a lo que se viene.