Grandes Clásicos del Cine Soviético: «Venga y vea» («Idi i smotri»), de Elem Klimov (Sala Lugones)
Este clásico del cine soviético de 1985 cuenta la invasión nazi a Bielorrusia a través de las experiencias de un chico de doce años que atraviesa una serie de brutales situaciones. Se verá en el marco del ciclo Grandes Clásicos del Cine Soviético, que comienza el 17 de julio en la Sala Lugones.
El horror, el horror», dice el Coronel Kurtz (Marlon Brando) en una de las escenas más recordadas de APOCALIPSIS NOW. La frase bien la podría decir Fliora (Alekséi Krávchenko), el protagonista de VENGA Y VEA, una película que en más de un sentido puede verse como una versión soviética y sobre la Segunda Guerra Mundial de la lógica y estética de ese alucinógeno y brutal clásico de Francis Ford Coppola. Concebida, de hecho, en la misma época y –por problemas de producción– filmada recién en 1984, este desgarrador y violento retrato de un adolescente bielorruso siendo testigo y sufriendo en carne propia los horrores del nazismo en su país podría ser visto como el inicio del recorrido que Kurtz ya hizo en aquel film sobre la guerra de Vietnam.
Una de las películas bélicas más audaces en lo formal y apabullantes en su contenido, COME AND SEE se transita como una experiencia, una suerte de trip sensorial que el espectador atraviesa como el más feroz coming of age imaginable, uno que cuenta las desventuras de un chico que empieza queriendo algo así como «jugar a la guerra» y termina en medio de la más bestial de todas ellas. Mezclando hiperrealismo con una versión muy «Europa del Este» y poética de algunas ideas surrealistas, Klimov intenta imponerse de entrada a un espectador que quizás no esté del todo preparado para lo que se viene. Es una advertencia: esta será la más aterradora fábula jamás imaginada.
La intensidad está desde el arranque, en el modo en el que Klimov filma a sus actores y la manera en la que ellos interpretan a sus personajes. Los primeros planos son primerísimos, los actores habitualmente hablan a cámara –muchos diálogos están montados en forma subjetiva pero en otros casos es para enervar y comprometer al espectador, como parece pedirlo el título– y sus voces altisonantes aparecen disociadas de sus cuerpos, no solo por estar dobladas sino por sonar dichas en otro plano espacial. Pero de ahí Klimov salta a largos y ambiciosos planos secuencia que intentan capturar la épica grandilocuencia del horror que Fliora atraviesa a lo largo de unos días. Yendo de lo micro a lo macro, de las sensaciones personales al horror nacional, Klimov propone una prueba de resistencia, tanto para el protagonista como para el espectador.
Corre 1943. Fliora tiene doce años y con un amigo de la aldea busca armas enterradas en los alrededores de su casa, pese a las advertencias del anciano loco del lugar que le advierte que los nazis pueden estar mirándolo, algo que parece estar sucediendo, aunque en el abarrotado inicio del film no es muy claro qué es real y qué no. Al día siguiente los partisanos soviéticos vienen a sumarlo a sus tropas, algo que hacen pese a la desesperada e histérica resistencia de su madre, que no quiere que vaya y mucho menos que la deje sola con sus pequeñas hermanas mellizas. Pero Fliora va y se suma al grupo de soldados en sus momentos más amables y hasta festivos, pero es dejado de lado a la hora de los eventos importantes y estrictamente bélicos.
Esa separación será clave para lo que terminará atravesando Fliora. Su encuentro con Glasha (Olga Mironova), una joven enfermera de los partisanos que se queda también en el campamento y con la que recorre los bosques que lo rodean, será un primer paso en el camino hacia la adultez –más tradicional, si se quiere– que se verá interrumpido por un ataque aéreo de los nazis que destruyen todo a su alrededor, dejando a Fliora prácticamente sordo. Klimov incorpora ese impacto a la banda sonora ya que de ahí en adelante, por un buen rato, el sonido se volverá difuso y subjetivo, captando de modo distorsionado el horror que los rodea.
Ambos irán luego a la casa de Fliora y la hallarán vacía, por lo que él se lanzará en un desesperado intento por encontrar a su familia, si bien tanto ella como los espectadores sabrán –gracias a una cruda pero imborrable imagen– que están todos muertos. Poco después llegará la confirmación y la desesperación de Fliora se acercará al borde de la locura. De allí en adelante la película se organizará como una serie de escapes, encuentros, desencuentros, más ataques aéreos –que impactan muy cerca de Fliora–, separaciones y muertes cercanas para culminar en una larga e intensísima secuencia que se extiende por más de 40 minutos y que se desarrolla en otra aldea bielorrusa que está siendo ocupada y pronta a ser devastada brutalmente por un Einsatzkommando nazi.
La película tendrá una relativamente clara división en tres partes, con la primera precediendo al inicio más brutal del caos, la segunda ligada a los intentos de supervivencia a través del rigurosamente vigilado territorio y la tercera centrada en la destrucción bestial de la aldea, con su cadena de perversos mecanismos. En el medio, Klimov recorrerá el territorio utilizando la steadicam de un modo más cercano al uso que se le da en el cine de acción que a registros más poéticos, pero encontrando de todos modos un oscuro lirismo en las imágenes de Fliora y Glasha avanzando angustiosamente por una pesada ciénaga, él huyendo de los ataques aéreos por los prados y hasta en la manera en la que los disparos desde el aire parecen salidos de una película de ciencia ficción.
Klimov utiliza métodos –o combinaciones de métodos– de un modo muy poco ortodoxo, tanto desde la citada mezcla de planos largos con escenas de agobiante intimidad como en el uso del sonido –la música extradiegética aparece de la forma más inesperada posible– pasando por un estilo exaltado de actuación alejado por completo del realismo que sí aparece en otras escenas. Esta mixtura casi experimental (Klimov había estado casado con la para entonces ya fallecida directora de THE ASCENT, Larisa Shepitko) crea una mezcla rara de estilos que ayudan aún más a darle al espectador la sensación de estar entrando en algo así como un mundo paralelo, sin reglas, sin humanidad y sin aparente futuro.
Más cerca del final, cuando la capacidad de comprensión del protagonista parezca a estar a punto de romperse, aparecerán imágenes documentales de la guerra que se verán de un modo un tanto inusual. En medio de eso un casi enajenado Fliora tomará una decisión ética que es simbólica pero clave a la hora de entender las ideas que Klimov y su coguionista Ales Adamovich ponen en juego a lo largo de VENGA Y VEA: la guerra puede ser física y mentalmente devastadora pero siempre debería haber límites que no se cruzan, ni de un lado ni del otro. Y esa es, quizás, la única mínima luz que se ve al fondo de esa pesadilla que es este virulento clásico del cine bélico.
La película se exhibirá el sábado 20 a las 20.30 y el viernes 26 a las 16.30 y el domingo 28. las 20.30, en la Sala Lugones, en el marco del ciclo Grandes Clásicos del Cine Soviético dedicado al centenario de la productora Mosfilm. Fechas y horarios del resto de la programación, por acá.