Estrenos online: crítica de «La liberación» («The Deliverance»), de Lee Daniels (Netflix)
Una madre con dificultades se muda con su familia para empezar de cero. Sin embargo, unos sucesos extraños en la nueva casa levantan las sospechas de los servicios sociales y amenazan con destruir a la familia.
Dos películas en una comparten cartel en THE DELIVERANCE, un nuevo ejemplar de la línea de cine de terror cuyo exponente más conocido es EL EXORCISTA. Como en aquel clásico de 1973 de William Friedkin, el realizador Lee Daniels opta también por comenzar su relato a modo de drama familiar, sin dar casi pistas de que esa creciente y latente inquietud que se vive dentro de una casa pronto pasará a ser territorio de demonios, personas que levitan, voces de ultratumba, su ruta. La diferencia, quizás, es que Friedkin tenía talento de sobra para hacer creíble ese recorrido, aún con malos y pobres efectos especiales. El director de PRECIOUS, en cambio, es ahí donde empieza a perder la línea y abandonar lo más interesante que tenía su película para convertirla en una especie de misa sangrienta de la comunidad afroamericana.
LA LIBERACION se inspira, libremente, en un caso real de 2011 ligado a la experiencia de Latoya Ammons y sus tres hijos que habitaban algo que consideraban una casa embrujada en Gary, Indiana. El caso tuvo su popularidad en la época, cayó en el olvido y se convirtió en un proyecto en el que Daniels trabajó muchos años. Un director que acostumbra a las emociones fuertes, las actuaciones altisonantes y a los melodramas sórdidos –por lo general dentro de comunidades afroamericanas–, Daniels parece plantear, durante la primera hora de su película, un tenso drama que tiene más en común con PRECIOSA que con cualquier film de horror.
Es la historia de Ebony (la cantante y actriz Andra Day, nominada al Oscar por su interpretación de Billie Holiday en el film de Daniels sobre la vida de la diva del jazz), una mujer de bajos recursos, alcohólica y madre de tres hijos: los adolescentes Nate (Caleb McLaughlin) y Shante (Demi Singleton) y el más pequeño Dre (Anthony B. Jenkins). El padre está combatiendo en Medio Oriente y el trío vive con la madre de ella, una mujer blanca, un tanto densa y religiosa, que interpreta una irreconocible Glenn Close en plan «dejo todo en la cancha». La señora tiene cáncer pero eso no le impide querer conquistar a su enfermero (Omar Epps) ni vestirse o pintarse como una puerta.
La vida de la familia es complicada. Hay gritos, golpes, peleas y alcohol. Y los momentos amables –como una escena en la que todos se juntan a ver una película y repiten los diálogos de memoria– son pocos. Hay una visitadora social (Mo’Nique, la actriz de PRECIOUS) que amenaza con sacarle a los chicos –que suelen tener moretones de las golpizas– y el dinero claramente no alcanza para nada. Pero sobreviven como pueden. Lo que no se esperan es que los chicos, especialmente Dre, empiecen a actuar raro. Primero, hablando solo. Luego, afectando una voz que no es la suya. Y más adelante, de un modo cada vez más peligroso, atacando a sus hermanos y mayores.
¿Es algo sobrenatural lo que le pasa al chico o está somatizando el clima de violencia que se vive en su casa? Cualquier psicólogo pensaría que es esto último, pero el guión va exactamente para el otro lado. Es así que, promediando el film, la religión, el misticismo y las vidas pasadas se hacen presentes en la historia (Aunjanue Ellis-Taylor se suma ahí a hacer lo suyo) para convertir lo que podía seguir siendo un film de terror apoyado en situaciones duras de la vida real en uno de efectos especiales, posesiones misteriosas y otros eventos de ese tipo. Es cierto, lo mismo sucedía con EL EXORCISTA, pero la transición era más creíble y uno, además, seguía preocupado por los problemas reales de sus protagonistas y no solo por si podían o no quitarle el diablo del cuerpo a la niña.
Acá, Daniels decide dar de baja casi por completo ese interesante drama social que se hacía preguntas difíciles sobre sus personajes para dedicarse a aniquilar a lo que sea que esté trayendo el mal a la casa. Ebony es una madre sacrificada, trabaja para alimentar a sus hijos, pagar cuentas y ocuparse económicamente de la salud de su propia y complicada madre, pero también bebe de más y tiende a violentarse con todos, problema que atraviesa generaciones. Y ese debería ser suficiente material para crear un mundo alrededor. Ese mundo, es cierto, no se esfuma del todo cuando la trama entra en un terreno sobrenatural puro y duro, pero pasa a un claro segundo plano. Y la película pierde mucho en ese brusco giro. De ahí en adelante se vuelve una convencional, agitada y muy previsible montaña rusa del terror.