Estrenos online: crítica de «La lección de piano» («The Piano Lesson»), de Malcolm Washington (Netflix)
Esta adaptación de una pieza teatral de August Wilson se centra en la tensión que surge entre dos hermanos cuando uno de ellos quiere vender el piano de la familia. Con John David Washington, Samuel L. Jackson y Danielle Deadwyler. Estreno de Netflix.
Las obras teatrales de August Wilson son pilares de la cultura afroamericana. Y el cine, dentro de sus posibilidades, ha tratado de acercarse a ellas. No suele ser tarea fácil porque el tipo de piezas de Wilson funcionan en un esquema teatral muy clásico y definido, impidiendo muchas veces que sus adaptaciones cinematográficas –como fue el caso de LA MADRE DEL BLUES o FENCES— tengan vida propia como cine. El caso de LA LECCION DE PIANO, una obra de 1987, es similar a los anteriores, pero algunas diferencias permiten hacer más fácil su «traducción». Curiosamente, no son las que mejor funcionan en esta adaptación dirigida por Malcolm Washington.
Se trata, como verán por la repetición de apellidos, de un asunto familiar. Malcolm Washington es el hermano menor, en la vida real, de John David Washington, protagonista de la obra en su reciente versión en Broadway y también en el film. Y papá Denzel, que dirigió FENCES, es acá productor (hay otra hermana, Katia, que también produce). El actor actualmente en GLADIADOR II ha dicho que tiene intenciones de llevar al cine las diez obras del llamado «Ciclo de Pittsburgh» de Wilson al cine. Y esta es la tercera. Es, a la vez, una historia de lazos familiares que seguramente resonó entre los Washington como lo hará en todos aquellos que se piensen a sí mismos y a sus familias en relación al pasado, al presente y al futuro.
Acá, John David Washington encarna a Boy Willie, un joven que todavía vive en el sur de los Estados Unidos y que viene, en 1936, a visitar a su hermana Berniece (Danielle Deadwyler) a Pittsburgh, donde ella vive con su tío Doaker (Samuel L. Jackson). Boy Willie llegó con su amigo Lymon (Ray Fisher) y sus intenciones, en realidad, van más allá de ver a su hermana y a su sobrina Maretha (Skylar Smith). Lo que quiere en verdad es hacer dinero y para eso lleva su camioneta lleno de sandías e intenta convencer a Berniece de vender el piano que tiene allá, uno que tiene una complicada y pesada historia que conecta a la familia con los años de esclavitud.
Lo que Boy Willie quiere hacer es venderlo y con eso comprar parte de la tierra que alguna vez fue propiedad de quien fuera «amo» de sus progenitores. Es, a su modo de ver, una posibilidad de independizarse, de cambiar el sesgo de su historia y de no seguir teniendo que sufrir la explotación ahora económica del «hombre blanco». Además, nadie toca el piano en cuestión. Solo está ahí. Pero Berniece no quiere saber nada con venderlo y eso tiene que ver con las particularidades históricas del piano, lo que tiene grabado –tanto en su madera como en su «memoria», como testigo de hechos trágicos– ligado a lo que su familia ha vivido y sufrido. El piano es para ella la historia familiar y su contacto más cercano con su madre.
El planteo es intrigante y se podría dar hasta en la actualidad: ¿tiene sentido conservar cosas valiosas por su valor histórico o sentimental o lo mejor es venderlas y usar ese valor para salir de una mala posición económica? Durante buena parte de su relato, la obra no toma partido por ninguno de ellos. Mientras tensan su relación y el drama va yendo hacia las vidas personales de cada uno y las del pequeño grupo de personajes que los acompañan –la de Lymon, por ejemplo; o la del pastor local o de un peculiar amigo de la familia–, aparece otro elemento en juego, uno que sí podría ser más cinematográfico. Y es que Berniece está convencida que en la casa está el espíritu del dueño de la plantación, un tal Sutter, muerto en circunstancias misteriosas.
LA LECCION DE PIANO juega con todos estos elementos de una manera que si bien es teatral en su concepción profunda, logra sumar algunos elementos cinematográficos, especialmente en lo ligado a los flashbacks al pasado familiar o a algunas escenas musicales. Más sobre el final, cuando todo lo ligado al «fantasma» del amo tome más cuerpo en el relato, la historia entrará en una zona más cercana al cine de horror y suspenso. Lo curioso es que, si bien eso debería ser lo más cinematográfico que la adaptación tiene para ofrecer, es a la vez lo que peor funciona, llevando una discusión que viene siendo más social, económica y si se quiere política a un territorio más próximo a EL EXORCISTA.
Más allá de eso, la de Wilson es una historia fuerte y conmovedora. Y en la película se lucen sus tres actores principales. No hay dudas en cada uno de sus floridos parlamentos, en la extensión de las escenas y en el tipo de actuación recargada de todos ellos, que estamos viendo algo que está más cerca del teatro que del cine. Pero la historia que cuenta y las líneas que se pueden trazar a partir de eso, son inquietantes. ¿Qué hace más fuerte a una familia? ¿Su conexión con el pasado o su posibilidad de armarse un futuro? El piano en cuestión no parece permitir las dos cosas al mismo tiempo. Y encontrar esa opción, si es que existe, es lo que investiga esta historia, esta película y estas familias.