Festival de Mar del Plata 2024: crítica de «Sing Sing», de Greg Kwedar
Este drama basado en hechos reales se centra en los conflictos e iniciativas de un grupo de teatro que se organiza en una cárcel de máxima seguridad. Con Colman Domingo y Paul Raci.
Entre la ficción y la realidad o, mejor dicho, entre la realidad y varias capas y niveles de ficción, SING SING cuenta una historia humana y sensible que se encuadra en esa zona en la que los límites entre qué es verdad y qué no se borran y se vuelven difusos. Esta película, que transcurre dentro de la cárcel de máxima seguridad del estado de Nueva York que le da título, se organiza de un modo que ya se ha hecho habitual en el cine: utiliza personas reales haciendo versiones ficcionalizadas de sí mismos. Y con ellos mezcla a actores reales que, en buena medida, funcionan como anclas del relato. Pero eso es solo el comienzo del procedimiento.
Como se ha visto en mucho cine internacional en el que personas que atravesaron ciertas circunstancias dramáticas después las reconstruyen haciendo de sí mismos en películas que cuentan sus historias (el cine iraní, por ejemplo, se especializa en este formato), SING SING tiene a ex presidiarios contando sus respectivos pasos por esa cárcel. Pero a eso le agrega otra capa, ya que lo que se cuenta es la historia de un grupo de presos que participan en un grupo de teatro dentro de la cárcel, lo que lleva a otra capa de representación/interpretación, con actores haciendo de sí mismos y, por momentos, interpretando a otros en una ficción dentro de esa recreación.
Cuando se clarifica el dispositivo, la película en sí es bastante simple (de hecho, uno puede verla sin saber que, salvo dos, todos los demás son ex-presidiarios) y se centra en John “Divine G” Whitfield (Colman Domingo), el más entusiasta y comprometido de los presos que participan de un programa de teatro dentro de la cárcel a través del cual montan varias obras –el film comienza mostrando el fin de una de ellas, ovación incluida– con otros en igual situación. Divine G. y su mejor amigo Mike Mike (Sean San José) se encargan de convencer a otros internos de participar en el grupo, sondeando no solo sus ganas sino su capacidad expresiva y algo así como su «buena onda» o bajo nivel conflictivo.
Un día se topan con Clarence Maclin, a quien llaman «Divine Eye» (no confundir con Divine G., un pequeño problema que el film tiene cuando nombran a uno u a otro), un preso más intenso y poco amigable al que ven «actuando» agresivamente ante un recién llegado para amedrentarlo. Cuando hablan con él, además, el tipo cita a Shakespeare y tiene todo para ser uno del grupo. El problema es que no cumple con las otras reglas: no es muy amigable que digamos y tampoco tiene muchas ganas de juntarse con «esos» que hacen teatro. La suya es una manera de actuar utilitaria, aprendida en la calle, que le sirve para conseguir cosas y ganarse la vida. No para jugar a ser actor o hacer ejercicios teatrales.
El conflicto principal pasará por allí. Mientras la película se ocupa del grupo en general –todos ex presos que se interpretan a sí mismos–, lo que vamos viendo es la tarea del profesor, Brent (Paul Raci, otro actor profesional, visto en SOUND OF METAL), que les organiza ejercicios, juegos y les pregunta qué obra quieren hacer. Cada uno tiene una idea distinta pero lo que prima es la idea de Divine Eye de hacer una comedia, ya que –dice– la gente necesita reírse un poco ahí. Es así que Brent toma todas las ideas de los participantes y, con un dispositivo narrativo de un protagonista que viaja en el tiempo, escribe una obra que le da cabida a las propuestas de todos.
En los preparativos de la obra surgen los conflictos entre Divine Eye y casi todos los demás. En principio, porque no termina de engancharse en la situación y no logra sacar en las prácticas ese talento que tiene en los patios de la cárcel, y eso lo enerva y lo torna agresivo. A la vez a Divine G. le molesta que Eye quiera quedarse con su escena –el clásico soliloquio de HAMLET puesto en el contexto de esa comedia–, pero intenta ser comprensivo con su par. Es que más allá de ser el más preparado y aventajado de todos, G. sigue siendo un preso, con sus inseguridades, sus miedos y su necesidad de ser visto, escuchado y reconocido. Para su propia situación carcelaria –ya verán cuál es– él siente que es importante su compromiso con el programa.
La película usará esos ensayos, esas charlas individuales, esos encuentros y desencuentros para ir contando la historia de este grupo y celebrando la existencia de este tipo de programas que ayuda a muchos de estos convictos a «cambiar el chip», mejorar su autoestima y, especialmente, a conectar con los otros de una manera humana y sensible. En las reuniones del grupo todos conversan y muchas veces comparten historias y exponen sus costados más frágiles, algo que claramente no es sencillo de hacer en una cárcel y menos en una de máxima seguridad.
En los papeles, SING SING puede dar la impresión de ser una de esas películas didácticas, que intentan enseñar algo a los espectadores, que su propuesta es más educativa y política que verdaderamente artística. Y si bien eso está y es central a su existencia, Kwedar (coguionista de la muy buena JOCKEY) consigue crear algo que va más allá de la «lección de vida». No solo a partir de los conflictos y situaciones que se viven en la cárcel sino gracias a la propia fragilidad que aparece cuando los «no actores» están frente a la cámara, cuando cuentan historias o confiesan cosas con el incómodo temblor de aquellos que no son profesionales de esto.
De hecho, las escenas en las que Maclin (quien se interpreta a sí mismo) y Sean José revelan cosas acerca de sus vidas son las más fuertes y contundentes de la película. Y, a su modo, terminan siendo más verdaderas y conmovedoras que las atravesadas por el personaje de Colman Domingo. Es que uno ve al actor nominado al Oscar por RUSTIN interpretar a Divine Eye y, más allá de que su talento es indudable, se le nota mucho más la técnica y las elecciones propias de un profesional que es muy consciente de lo que hace, de cómo maneja su cuerpo y utiliza su voz. Cuando el resto del elenco aparece en escena esa construcción se rompe y la película curiosamente crece. En la fragilidad, las dudas y hasta la incomodidad del resto aparece una verdad superadora. La que acerca al espectador aún más a sus vidas.