Series: crítica de «Cien años de soledad», de Rodrigo García y Gonzalo García Barcha (Netflix)

Series: crítica de «Cien años de soledad», de Rodrigo García y Gonzalo García Barcha (Netflix)

Esta gran producción colombiana adapta la primera parte de la célebre novela de Gabriel García Márquez centrada en la familia Buendía y el mítico pueblo de Macondo. Estreno de Netflix: 11 de diciembre.

Respetuosa hasta la médula, fiel a las palabras escritas por Gabriel García Márquez –cada coma, cada descripción–, CIEN AÑOS DE SOLEDAD es más una transcripción audiovisual de la novela que una obra con identidad propia. Quizás, para los millones de lectores y fanáticos de este texto fundamental de la literatura latinoamericana, la decisión del equipo creativo por detrás de la adaptación sea la más lógica y correcta. Es posible que tengan razón, ya que no se puede saber de qué modo hubiera funcionado una versión más libre y menos literal. De todos modos, así como está, podrá ser una serie accesible y correcta que cumple la función de no arruinar el texto para futuras generaciones, pero será difícil considerarla como una producción artística separada y con vida propia. Será seguramente un digno acompañamiento, un ad hoc, una fastuosa anécdota para un libro que seguirá construyendo su mitología más allá de su existencia. 

No es nada fácil recrear un mundo como el imaginado por García Márquez para Macondo y alrededores, ese universo reconocible pero a la vez imposible en el que transcurre la novela de 1967. Y Netflix ha puesto millones sobre millones para hacerlo, al punto de construir un pueblo entero de la nada misma, un poco como lo hicieron los habitantes originales del lugar, que depositaron sus huesos en ese territorio tras un largo peregrinaje con destino incierto, aunque en mucho menos tiempo. La Macondo de la novela va creciendo, desarrollándose, desarmándose y rearmándose con el paso del tiempo, de las décadas y las generaciones, de las enfermedades y las guerras, de las vidas improbables y las muertes impensadas, de la magia, la alquimia y esa cosa misteriosa que llamamos realismo mágico que mueve los huesos de los muertos, genera una “llovizna de minúsculas flores amarillas” o permite que los vivos negocien con los fantasmas. Un siglo que es, también, todos los siglos.

Los ocho episodios que se estrenan se ocupan de la primera mitad de la novela. Esencialmente, de las primeras dos generaciones de los Buendía, antes que a los Aurelianos y a los Arcadios haya que ponerles números para saber cuál es cuál. Todo se inicia con el famoso casamiento prohibido entre los primos Ursula (Susana Morales y luego Marleyda Soto) y José Arcadio (Marco Antonio González y luego Diego Vásquez), rechazado y desafiado en su comunidad, matrimonio que generó discusiones sobre la virilidad del hombre y provocó miedo por la superstición de “el niño con cola de cerdo” que nacería de una unión intrafamiliar como esa. Pero los hijos de la pareja serían, al menos en ese sentido, humanos, con todos los miembros y orificios en el lugar indicado. 

La serie seguirá los pasos de esa primera mitad del libro, empezando por la decisión de establecer Macondo, el crecimiento inicial de la ciudad, la llegada de los gitanos, del alquimista Melquíades Ochoa (Moreno Borja), la conexión al resto del mundo generada por los viajes de Ursula y, en sus primeros episodios, poniendo el eje en las obsesiones científicas y pseudocientíficas de José Arcadio, que abandona el cuidado de sus hijos y el desarrollo de su ciudad, para dedicarse a revelaciones tales que le permitirán decir que “la Tierra es redonda como una naranja”, entre otros descubrimientos de un mundo que parece recién haberse inventado. 

Esa idea de Macondo como invención fuera del tiempo y del espacio («El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo») es la base de lo que sigue, que serán los devenires de los hijos de la pareja, los propios, los adoptivos y los que no son ni una cosa ni la otra, todos con sus diferentes personalidades, sus romances, rupturas, peleas, misteriosas desapariciones y extraños hábitos. Todo empezará con el intenso José Arcadio (Leonardo Soto y Edgar Vittorino), seguirá con el inicialmente más apocado y tímido Aureliano (Santiago Vásquez y Claudio Cataño), la oscura Amaranta (Loren Sofía Paz) y la adoptiva y extravagante Rebeca (Laura Grueso), a los que habrá que sumarle a Arcadio (Janer Villareal) al que tratan como hijo cuando en realidad no es exactamente así (aunque la novela tiene casi 70 años evitaré cualquier spoiler). 

Cada uno de los hechos que la novela describe en torno a todos ellos aparecerá representado en la serie: hay bodas realizadas y frustradas, hijos “bastardos” y enfrentamientos trágicos, obsesiones, descubrimientos, predicciones cumplidas y, luego, conflictos políticos y guerras civiles entre partidos. Con el paso del tiempo Macondo se volverá un lugar más tradicional, con problemas similares a los de otros pueblos y ciudades de Colombia (en especial los ligados a la llegada de las instituciones de la religión organizada y la clase dirigente), pero con esa cualidad única que permite que, de tanto en tanto, algunos hechos excedan el uso de la razón y la lógica de las ciencias duras. No en todas las ciudades un caprichoso hilo de sangre recorre por sí solo cientos de metros para anunciar una muerte.

Cada episodio de la serie se corresponde, salvo excepciones y con algunas alteraciones puntuales, con un capítulo de la novela. Y por lo general se organizan a partir de la voz en off, que cita textualmente la prosa de García Márquez y da por iniciado cada episodio o situación llamativa –un viento, una llegada a la casa, una «peste», una muerte y así– que atraviesan los miembros de la familia Buendía y otros habitantes de la cada vez más caótica y poblada Macondo, que alguna vez fue una aldea donde nadie era mayor de 30 años y nadie había muerto. A la voz le siguen los hechos, que suelen ser respetuosas traducciones audiovisuales de lo que la novela narra, poniendo muchas veces en diálogos entre personajes algunas situaciones que el escritor resolvía con otros modales propios de la literatura.

La fidelidad es irreprochable, pero tiene los límites de la imaginación de los creadores y de lo que esa visualización puede o no aportar al mundo que los lectores se hicieron en sus cabezas al leer la novela. Hay largos y trabajosos planos secuencia que permiten ver los “production values”, algunos momentos poéticos en sus primeros episodios resueltos con ingenio y muchos efectos especiales, y la sensación que uno tiene es que tanto Alex García López como Laura Mora –encargados de dirigir cinco y tres episodios, respectivamente– han tomado su trabajo con la seriedad y el profesionalismo de quienes caminan sobre clavos, tratando de no dar nunca un paso muy en falso sabiendo que los riesgos pueden ser enormes. Es que sin esos cuidados, la adaptación de una novela así podría caer en el ridículo, algo que por suerte jamás sucede.

CIEN AÑOS DE SOLEDAD, más allá de un tono por momentos estentóreo y de algunas caracterizaciones inflamadas de parte de su dispar elenco, no pierde la brújula y trata, como los primeros habitantes de Macondo, de llevar el esfuerzo y el sacrificio a buen puerto, de llegar a destino dignamente y sin grandes pérdidas. Es un viaje que, como el de esos peregrinos, no alcanzará nunca el mar, pero que se asentará en un sitio que le sienta cómodo y en el que puede subsistir. El objetivo está cumplido, pero no mucho más que eso. Más que ante un acto de creación artística, uno siente estar ante un gran grupo de gente que se propuso resolver un problema –lo supuestamente infilmable de la novela de García Márquez– y logró salir más o menos airoso del desafío.

Muchos de los temas y algunas de las figuras emblemáticas de la novela han quedado, en varios sentidos, presos de la época en la que fue escrita, pero en otros se presentan como relevantes y todavía irresueltos, en especial lo que CIEN AÑOS DE SOLEDAD tiene para decir sobre el choque entre la ciencia y la magia, entre la tradición y la modernidad (o entre conservadores y liberales), entre la sanidad y la locura, y sobre los extendidos y turbulentos lazos familiares que llevan a los Buendía a transformar una maldición en una profecía autocumplida. Es que el miedo a la soledad y a la muerte suele ser el origen ingobernable de todas las cosas. El inquietante temblor que mueve al mundo, el que lo eleva hasta el paroxismo y tiempo después lo destruye, convirtiéndolo en «un pavoroso remolino de polvo y escombros».