
Estrenos online: crítica de «Los chicos de la Nickel» («Nickel Boys»), de RaMell Ross (Amazon Prime Video)
Basado en la novela homónima de Colson Whitehead, este film retrata las duras experiencias de dos jóvenes afroamericanos en un reformatorio en la década del ’60. En Amazon Prime Video, sin pasar por los cines.
En HALE COUNTY THIS MORNING, THIS EVENING, su opera prima, RaMell Ross dejaba bastante en evidencia una manera muy propia y poética de acercarse a la realidad. Se trataba de un documental de observación de corte impresionista, focalizado en momentos breves, detalles y observaciones particulares acerca de los distintos recorridos de dos jóvenes afroamericanos en un pueblo de Alabama. Fotógrafo de profesión, Ross se acercaba a sus personajes y su tema poniendo énfasis en lo visual y dejando en segundo plano los formatos narrativos tradicionales, aún los del género documental.
A la hora de pasar a la ficción con la adaptación de una novela importante de un autor premiado como es Colson Whitehead (ganador del Pulitzer por la novela, adaptada por Barry Jenkins al formato miniserie, THE UNDERGROUND RAILROAD), uno podía suponer que el realizador optaría por un formato más tradicional y apto para el tipo de cine «prestigioso» que suele estrenarse en la llamada «temporada de premios». Pero Ross optó por el camino opuesto, radicalizando aún más su forma de filmar, su propuesta, dando a entender que su forma de hacer cine es personal y que no está dispuesto a alterarla o hacerla más accesible a la audiencia. Su NICKEL BOYS, si bien se apoya en una estructura narrativa más o menos tradicional, está desmembrada y desarmada de una manera que solo puede calificarse, dentro de este contexto, como experimental.
La historia sigue una ruta más o menos legible y que se puede relacionar a muchas otras ligadas a la crueldad y el racismo institucional de los Estados Unidos. Siguiendo a dos jóvenes que ingresan a un reformatorio en el estado de Florida a mediados de los años ’60, LOS CHICOS DE LA NICKEL presenta un lugar temible, agresivo, dedicado a castigar más que a instruir, donde los afroamericanos la pasaban mucho peor que los chicos blancos y donde, se descubrió mucho tiempo después, se cometían abusos, violaciones y asesinatos que eran mantenidos en secreto. En ese contexto, la novela presenta dos personajes de ficción llamados Elwood y Turner (los interpretan Ethan Herisse y Brandon Wilson, en general cuando son mirados por el otro), diferentes en sus modos de posicionarse frente a lo que sucede ahí –uno más inocente y optimista, el otro no tanto–, y los sigue a lo largo de sus complicadas y muchas veces dolorosas experiencias.

En una decisión que tiene que ver con ideas y conceptos acerca de cómo acercarse a esta historia, pero también con resoluciones prácticas ligadas a cuestiones narrativas a resolver, Ross elige utilizar la llamada «cámara subjetiva», algo que el cine usa muy de vez en cuando y para situaciones por lo general específicas, pero que rara vez lo hace con la persistencia y la particularidad de este film. Una cámara subjetiva implica que, por lo general, no vemos al protagonista ya que la cámara son sus ojos. Al mirarlo, los demás miran a la cámara y, en consecuencia, al espectador. Y solo el que observa aparece reflejado en superficies espejadas o en circunstancias muy específicas.
Esa decisión precisa un reacomodamiento del lugar del espectador a un punto de vista subjetivo. Pero no es el único desafío que propone Ross. En este caso la mirada del protagonista no es «narrativamente clara». La cámara (el que mira) observa, en «formato académico» (con la pantalla casi cuadrada), árboles moviéndose por el viento, detalles de objetos, manos, relojes, caras, sonrisas, observa todo muchas veces desde ángulos poco usuales, y no siempre lo que se supone que hay que mirar desde la perspectiva de un relato más o menos clásico. Además de esto, promediando el relato, Ross cambia el punto de vista y el que mira deja de ser Elwood –el chico que vemos desde el principio, el alumno brillante que es enviado al reformatorio por cometer el inocente error de subirse al auto de un delincuente– para ser Turner, un chico que conoce ahí y el único con el que se entiende y del que se hace amigo. Así, dejamos de ser Elwood y empezamos a mirar al mundo desde la perspectiva de Turner.
Serán más los desafíos que propone Ross en esta radical interpretación de la novela de Whitehead. Habrá un marco narrativo que llevará la trama varias décadas más adelante –cuando se empiezan a descubrir los horrores de la Escuela Nickel, inspirada en la verdadera Dozier School for Boys– y que estará filmado en video y con nuevos «trucos», mientras que a lo largo del relato el realizador incorporará en un montaje jazzístico imágenes sueltas de películas como FUGA EN CADENAS, clips de noticieros de la época y otras imágenes un tanto más intangibles que se irán colando en medio de todo. De esta manera ambiciosa, exigente y formalmente innovadora acrecentada por la puntillosa fotografía de Jomo Fray (ALL DIRT ROADS TASTE OF SALT), NICKEL BOYS intenta no solo escaparse de ciertos clichés del cine social más tradicional sino encontrar una manera más honesta, personal y, si se quiere, impresionista para retratar las experiencias de estos adolescentes enfrentados a vivir una situación humanamente demoledora.

Es probable que no todas las decisiones de Ross y su equipo funcionen a la perfección. Por momentos uno siente que se abusa de ciertos mecanismos formales y que su acumulación genera que a veces el film sea un tanto distante y en exceso críptico. Evitar, a la vez, la clásica identificación que se produce entre protagonista y espectador cuando uno ve su rostro en la pantalla, produce en algunos momentos que la conexión con lo que se cuenta sea un tanto más esquiva en lo emocional y en consecuencia más fría, analítica, ya que el espectador se centra más en el mecanismo que en otra cosa, más en la forma que en el fondo.
Pero pese a las dudas que generan algunas de esas decisiones, LOS CHICOS DE LA NICKEL va metiéndose en la cabeza y en el cuerpo del espectador, superando esa inicial incomodidad para encontrar un tempo lírico en sus planos secuencia, en sus observaciones en apariencia random –que tienen algo del cine de Terrence Malick pero sin la voz en off que las fija en una única interpretación–, en su manera de mirar al mundo como un cúmulo de pequeños momentos que se conectan más por acumulación que por lógica de causa/consecuencia y en la forma en la que va descubriendo al espectador los horrores secretos de ese violento reformatorio sin regodearse en las esperables escenas de crueldad contra los protagonistas, que jamás se ven de un modo directo.
Más cerca del ensayo poético/político que del más previsible relato compasivo sobre víctimas de un brutal sistema racista, NICKEL BOYS opera de una manera más afín a la poesía que a la prosa, con las imágenes transformadas en frases y viñetas cuyo impacto emocional es indirecto o quizás se revela después. La historia tiene sus tensiones, sus giros narrativos inesperados y hasta algo que puede calificarse como un final sorpresa –final que explica, en alguna medida, ciertos mecanismos estéticos utilizados–, pero RaMell Ross prefiere que todo ese material llegue al espectador lateralmente, que lo vaya ingiriendo de a poco, en segunda instancia. Lo que más le importa es que la película en sí transmita una experiencia, una vida vivida, la historia de una amistad. Y que la brutalidad que propone el mundo en el que vivimos pueda ser contrarrestada, al menos brevemente, por su infinita belleza.