
Ciclos: crítica de «El mundo en un alambre» («World on a Wire» / «Welt am Draht»), de Rainer W. Fassbinder (Sala Lugones)
Esta miniserie de ciencia ficción de 1973, una rareza dentro de su filmografía, se exhibe como parte del ciclo «Fassbinder: un homenaje», que tiene lugar en la Sala Lugones del Teatro San Martín.
A más de 50 años de su estreno en la televisión alemana, la muy poco vista miniserie de Rainer Werner Fassbinder, WORLD ON A WIRE, termina siendo curiosamente anticipatoria de una enorme cantidad de temas que son hoy de discusión corriente. En ese entonces, funcionaba más como una exploración científico-literaria basada en nociones filosóficas exploradas por autores como Philip K. Dick y Michael Crichton que pronto pasarían a volverse moneda corriente en la ciencia ficción cinematográfica. Hoy, con la evolución aceleradísima de la Inteligencia Artificial, las preguntas que se hace esta enigmática obra del realizador alemán, no solo vuelven a tener actualidad sino que adquieren una inesperada cuota de realismo.
Basada en la novela Simulacron-3, del autor estadounidense Daniel F. Galouye, EL MUNDO EN UN ALAMBRE («Welt am Draht«, en el original; «El mundo conectado«, en otras traducciones) se centra en las actividades que se desarrollan dentro del llamado IKZ (Institut für Kybernetik und Zukunftsforschung) o Instituto de Cibernética y Futurología, una institución alemana muy avant-garde (para los ’70) en la que se desarrollan conceptos y se hacen experimentos poco comunes. Su desarrollo más avanzado es una suerte de mundo paralelo en el que viven unas 10 mil personas que no saben que son, en realidad, programas de computación, «identity units» que son manejadas desde un nivel superior por los creadores de ese simulacro en IKZ.

Ese mundo –que podría ser similar a lo que conocimos luego en MATRIX— no se explora mucho aquí, ya que el centro de la trama pasa por los descubrimientos, misterios y revelaciones que van surgiendo en la propia IKZ. La sensación de que las cosas dentro del «Simulacro» no funcionan del todo bien arranca cuando su creador, el Profesor Vollmer, muere en un accidente misterioso, angustiado por un descubrimiento que acaba de hacer. Su sucesor, el Dr. Fred Stiller (Klaus Löwitsch), continúa su trabajo y a la vez quiere averiguar qué le sucedió. Pero las cosas empiezan a volverse extrañas cuando el jefe de seguridad del IKZ, Günther Lause, desaparece súbitamente. El problema principal no es ese, sino que cuando Stiller quiere averiguar qué le pasó, nadie en IKZ sabe de quién le está hablando, como si el tal Lause no hubiese existido.
Ese es el primer síntoma o glitch de que hay algo raro sucediendo allí. Y mientras más se mete Stiller en los misterios de este simulacro –al punto de «trasladarse» a ese otro mundo mediante un casco conectado rudimentariamente, cuando se entera que una de esas unidades se suicida–, empieza a notar que hay cruces entre ambos universos y otros misterios que se suman. Su propia mente comienza a jugarle trucos –cosas que ve desaparecen o se entrecortan– y pronto nos enteraremos que el secreto que mató a Vollmer dejaba en claro que hay más cosas escondidas por detrás del simulacro en cuestión.
El retrofuturismo de la serie –que se dio en la TV alemana en dos episodios y se restauró casi 40 años después– es clásico de la época en cuanto a estética (similar en más de un sentido a ALPHAVILLE, de Jean-Luc Godard) y conecta temáticamente con otras experiencias ligadas a las teorías de la «conciencia manufacturada» que explotaría a fondo con BLADE RUNNER (1982), basada también en la obra de Dick, o en films como CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE, de Richard Fleischer (1973). En todos estos títulos reaparece la idea que popularizaría mucho después MATRIX y muchos otros films de los ’90 ligados a cuestionar qué es la realidad, cuántos «niveles» hay en ella y quiénes son los que la controlan.

Un eje fascinante de la miniserie pasa por el hecho de que si bien el emprendimiento del IKZ es estatal, tiene patrocinadores privados, ya que las consecuencias de esos estudios hechos con las «unidades de identidad» servirán para aplicaciones futuras (es decir, negocios) en el mundo real. Ese debate abre una subtrama dentro de la serie que explora otro tema relevante en la actualidad: ¿quién se queda y qué hace con toda la información digital que entregamos a la inteligencia artificial y a la web en general? Pero el lado político ocupa solo una parte de la trama, ya que Fassbinder le suma dos más: uno romántico, ligado a una serie de misteriosas mujeres que rodean a Stiller; y otro filosófico, en el que el protagonista y los que lo acompañan o lo enfrentan en la pesquisa, discuten acerca de las implicancias de estos mundos simulados, en los que los propios protagonistas pueden duplicarse o hasta triplicarse en un juego de espejos que está inscripto visualmente en la estética de la serie.
Recién en la última mitad del segundo episodio, EL MUNDO EN UN ALAMBRE saldrá a las calles –se filmó claramente en París– y tendrá algunas escenas de acción, ya que hasta ese momento funciona como una suerte de luminoso y futurista noir en el que Stiller (Nota: me pregunto si Ben Stiller vio esta serie a la hora de hacer SEVERANCE, con la que tiene muchos puntos en común, incluyendo la estética) investiga sin darse cuenta que quizás él mismo puede ser el centro de la investigación. SPOILER ALERT No será sorpresa para casi nadie que la trama involucre una reflexión sobre la propia existencia y conciencia de los personajes en el mundo que consideran real, al punto de que se planteará la posibilidad de que eso que llamamos realidad no sea más que otro nivel de simulación.
Rara para la obra del alemán –es lo único que hizo en ciencia ficción–, WORLD ON A WIRE es una investigación filosófica sobre la definición de identidad (una que también incluye al cine como simulación), sobre la existencia del ser humano y la del propio mundo que habitamos. Es imposible al ver la serie no preguntarse, por ejemplo, si las IA con las que «conversamos» son conscientes (o si lo serán en algún momento) de ser simplemente una serie de programas y algoritmos. Y, de ahí en adelante, pasar a la más inquietante y borgeana pregunta respecto a nosotros mismos. «No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo!«, se lee en LAS RUINAS CIRCULARES. De alguna u otra manera, la serie del inigualable realizador alemán, habla de eso mismo.
Más info, fechas y horarios de «El mundo en un alambre» y el resto de la programación de «Fassbinder: un homenaje», por acá.