Locarno 2025: crítica de «Dry Leaf», de Alexandre Koberidze (Competición Internacional)

Locarno 2025: crítica de «Dry Leaf», de Alexandre Koberidze (Competición Internacional)

por - Críticas
16 Ago, 2025 04:08 | Sin comentarios

En este film del realizador de «What Do We See When We Look at the Sky?», la búsqueda de un padre por su hija desaparecida se convierte en un viaje enigmático por los caminos rurales y las canchas de fútbol de los pequeños pueblos de Georgia. En el Concurso Internacional de Locarno.

De todas los aportes de Brasil al fútbol mundial, uno de los más conocidos es el de la folha seca. Introducido por el gran Didí en los años ’50, el famoso golpeo genera una subida y bajada brusca de la pelota que un arquero pocas veces puede adivinar y contener. El futbolero realizador georgiano de WHAT DO WE SEE WHEN WE LOOK AT THE SKY? utiliza esa técnica como metáfora para darle título a su nueva película, traducible como HOJA SECA. La referencia es más poética que otra cosa y tiene que ver con el devenir de esta película río y de la propia producción que, de alguna manera, fue circulando por Georgia con esa misma y azarosa lógica.

El fútbol tiene, a la vez, un peso importante (simbólico, al fin, pero central) en la trama de DRY LEAF. Todo aquí comienza cuando Lisa, una fotógrafa, desaparece y nadie sabe donde está. Su padre, Irakli, se pone a averiguar qué pudo haber pasado con ella y lo último que sabe es que, trabajando para una revista como reportera gráfica, Lisa se fue a recorrer el país fotografiando canchas de fútbol. Si bien no parece estar demasiado preocupado (Lisa tiene tendencia a «desaparecer» por bastante tiempo y, a los 28 años, no es tampoco una niña), Irakli decide intentar seguir sus pasos.

Para eso requiere la ayuda y la compañía de Levani, un colega y amigo de Lisa, que conoce algunos lugares en los que la chica estuvo y, aunque no los recuerda bien, se dispone a acompañarlo. Y allí es donde la película presenta del todo sus cartas. Ya de entrada, por la imagen de baja calidad (el film se ve como un VHS borroso), el uso ampuloso de la música y los encuadres un tanto peculiares (los actores siempre están lejos, en los diálogos se ve a uno de los personajes y no al otro, y así), queda claro que Koberidze le escapa a cualquier convencionalismo formal. Pero Levani es su apuesta más fuerte ya que, como lo explica la ocasional voz en off, es una persona invisible. Se lo escucha, pero no se lo ve.

Es así que Irakli y «Levani» se montan a un coche y empiezan a recorrer pequeños pueblitos con un similar modus operandi: llegan, preguntan donde hay una cancha de fútbol (en algunos es apenas un potrero o canchita, en otros una cancha un tanto más profesional), los paisanos suelen darle la misma indicación («siga derecho por este camino hasta el final y la va a encontrar») y, al llegar y ver usualmente a chicos jugar, le preguntarán por Lisa, le mostrarán una foto de ella, y todos dirán que jamás la vieron por ahí.

DRY LEAF utiliza ese sistema para hacer una suerte de poético travelogue por pueblos rurales de Georgia, para conversar con sus habitantes locales (no hay actores profesionales aquí), para recorrer y detenerse en pequeños campitos donde chicos esperan convertirse en el nuevo Kvaratskhelia, hablar con ellos, caminar, subirse al auto y seguir. Un panorama lleno de verde, de perros sueltos que deambulan por ahí, de vecinos perezosos, de conversaciones casuales y de cierta pachorra provinciana que no se modifica pese a la supuesta pesquisa que Irakli y su amigo invisible llevan adelante.

Las tres horas del film transcurren de ese modo ligero, amable, con una calma y un carácter observacional que algunos considerarán un tanto excesivo pero que se ve con placidez y con intriga, no tanto por saber qué fue de la vida de Lisa (hay un momento en el que hasta parece desaparecer la búsqueda como objetivo) sino por imaginar de qué manera curiosa el director georgiano encuadrará o presentará cada nuevo encuentro, especialmente en la segunda mitad de la película.

Lo que no termina de convencerme es la elección formal de un formato digital de bajísima calidad. Si bien por momentos genera imágenes curiosas en su borrosa definición, en otros se vuelve en extremo cansino, falto de gracia, recordando por momentos a una versión lo-fi de las películas de rutas sinuosas de Abbas Kiarostami. Uno puede entender la lógica que lo lleva a elegir ese formato –no creo que sea presupuestaria sino estética, ligada a evitar cualquier tipo de «pintoresquimo paisajístico»–, pero aún entendiéndola por momentos se torna agotadora, especialmente si se toma en cuenta la extensión de la película.

Koberidze sigue demostrando ser un director con un punto de vista e ideas muy personales respecto a la puesta en escena –combinando cierto naturalismo y aspectos si se quiere más propios del realismo mágico–, al uso de la banda sonora y a la construcción dramática de los acontecimientos que intenta narrar. De vuelta, como la pegada del futbolista brasileño, DRY LEAF es un viaje con recorrido incierto –cálido, amable, por momentos gracioso y alejado de cualquier tipo de oscuridad por más que se centre en la desaparición de una persona– en el que el director y su pequeño equipo van descubriendo un país, la gente que lo habita y la obsesión por el fútbol que apasiona a todos. Es que, como dicen los pueblerinos, solo hay que seguir al final del camino y una canchita seguro hay…