
Locarno 2025: crítica de «White Snails», de Elsa Kremser y Levin Peter
Una modelo bielorrusa que sueña con una carrera en China se siente atraída por un misterioso solitario que trabaja en el turno de noche de una morgue. Su encuentro perturba su sentido del cuerpo, la belleza y la mortalidad.
La conexión que se produce entre dos seres solitarios en una gran ciudad que no parece prestarles atención es un eje hasta habitual en muchas películas de todo el mundo. En esta versión belarusa de esa historia, los protagonistas que atraviesan ese predicamento y que terminan conectándose entre sí no pueden ser, en principio, más distintos. Pero quizás esa misma distancia sea la que los cruza, reúne y les ofrece una tenue posibilidad de salir del pozo emocional en el que están metidos.
Inspirada en experiencias reales modificadas para la ficción, lo que WHITE SNAILS cuenta son las experiencias de una modelo conocida como Masha (Marya Imbro), una chica de extraña y singular belleza que busca una carrera como modelo en China, donde parece haber mucho trabajo para mujeres del Este de Europa. Pero fuera de eso, Masha se siente sola, no logra conectar con gente de su edad (mucho menos con las otras modelos) y tiene una complicada relación con sus padres. De hecho, la primera escena del film la muestra sobreviviendo a un intento de suicidio.
Al salir del lugar, Masha termina buscando a otro paciente del hospital –uno que murió– y haciendo eso da con Misha (Mikhail Senkov), que trabaja en la morgue y se dedica a lidiar con cadáveres. Un tipo opaco, tatuado y en apariencia también solitario, Misha hace cuadros en su casa con imágenes inspiradas en su trabajo. De a poco y a partir de una serie de encuentros, Misha y Masha –parece una broma pero así es– se irán haciendo amigos. En principio, la conexión no parece correr por el lado romántico, pero en algún momento todo se volverá un tanto más confuso al respecto.

En lo esencial, la película de los directores de SPACE DOGS se dedica a seguir la vida de Masha y mostrar cómo por su personalidad y por el tipo de mundo en el que vive le cuesta mucho relacionarse con otras personas. Y es eso, entre otros asuntos, lo que la ha llevado a querer matarse. Misha puede no ser el ejemplo de persona entusiasta que la va a sacar de esa depresión –de entrada más bien parece lo contrario–, pero quizás sea por eso que ella logra prestarle atención y confesarle cosas que no habla con su madre ni con la bizarra curandera a la que la manda para que se mejore de sus problemas.
El título, traducible como CARACOL BLANCO, habla a la vez de algo concreto –unos caracoles que Masha usa para cuidarse la piel y que son algo así como sus mascotas– y funciona como metáfora, en cierto momento excesivamente obvia, para referirse a la relación entre los protagonistas. Pero quizás lo más relevante que presentan los directores en torno a las vidas de los protagonistas es la situación social y política de Belarus –país aliado con Rusia en la guerra contra Ucrania y con un gobierno, de Alexander Lukashenko, que no es muy democrático que digamos–, que a modo de contexto resuena en las radios, preocupa a sus habitantes y angustia a muchos de ellos.
WHITE SNAIL transmite esa amargura, oscuridad y sensación por momentos de angustia de muchos dramas realistas de esas zonas del este europeo. Es, más que nada, un retrato psicológico de dos seres que intentan encontrar algún tipo de conexión en un mundo que no les presta atención o, en el caso de Masha, los piensa solo como un producto, que es como ella termina viéndose a sí misma. Los directores no intentan resolver todos esos asuntos a partir de este encuentro. Solo muestran que otro tipo de conexión humana es posible. Que no es perfecta, no es romántica y acaso no sea duradera, pero que permite soñar con que todavía hay gente que piensa en el otro.