
San Sebastián 2025: crítica de «Limpia», de Dominga Sotomayor (Horizontes Latinos)
Dominga Sotomayor construye un retrato contenido pero incisivo de una empleada doméstica cuya paciencia choca con las crueldades silenciosas de clase. Netflix estrena la película el 10 de octubre.
El tema de la «nana» (mucama, trabajadora del hogar, cuidadora de niños) es persistente en el cine chileno. No solo hay una conocida película que se llama precisamente así, dirigida por Sebastián Silva, sino que es una figura que aparece muchas veces en films que presentan las evidentes diferencias sociales entre las personas que hacen este tipo de trabajos y los dueños de las casas, quienes las contratan. Estela (María Paz Grandjean) es un personaje de este tipo, una «mucama cama adentro» que vive casi para la familia de los dueños de la casa y no tiene tiempo (a veces directamente no la dejan) ocuparse de la suya.
La pareja que la contrata vive en un barrio cerrado pero funciona con esa performativa culpa de clase que la hace parecer políticamente correcta cuando en realidad mucho no lo es. Cada uno se ocupa de sus cosas y casi que descuentan que Estela se ocupará de lo demás, especialmente de la niña, Julia (Rosa Puga Vittini, una revelación), que tiene seis años pero es bastante intensa y no suele obedecer fácilmente ninguna orden. Tanto es así que Estela funciona a veces más como su compinche que otra cosa. Cuando tiene que ir a aprender natación, la niña se niega a hacerlo y la nana mira para otro lado y no dice nada.
En manos de la directora de DE JUEVES A DOMINGO, la película se presenta como una serie de situaciones que se van acumulando a lo largo del tiempo. Durante buena parte de su relato no hay un nudo dramático claro que tire consigo la narración sino que Sotomayor prefiere ir mostrando pinceladas de esa forma de desprecio de clase. Estela tiene una urgencia con su madre y de manera supuestamente comprensiva le piden que vaya a verla más tarde. Uno de sus días libres tiene que cancelarlo por una emergencia médica del doctor dueño de casa. Y así, una y otra vez.

Su conexión más grande es con la niña y con un joven que atiende un negocio cercano, con quien empieza algo así como un romance. El hombre tiene un perro que pronto se convierte en compinche de ambas y las acompaña en esas largas jornadas en las que los padres no están y Estela tiene que ocuparse de todo. Ese lánguido y elegante retrato –casi una marca registrada de la realizadora, aunque en un escenario distinto– pegará unos giros un tanto bruscos en un momento álgido del relato, giros que si bien pueden ser esperables en el contexto de persistente y no tan subliminal crueldad que se respira, son igualmente shockeantes.
Seguramente las decisiones del final causarán reacciones diversas en el público. Hay una de ellas que, en mi opinión, es lógica y hasta coherente con la acción mientras que otra puede que se pase un poco de ciertos límites. Basada en la exitosa novela de Alia Trabucco, LIMPIA se debe sin dudas al material sobre el que trabaja, pero en el contexto y el tono en el que Sotomayor narra su historia, los impactos de esas escenas son un tanto radicales, por no decir extremos.
Hasta esos momentos, LIMPIA es bastante más sutil, ingeniosa y refinada para mostrar la manera inquietante en la que ese desprecio social se manifiesta, prefiriendo exhibir ese clasismo de una manera indirecta, que no pasa por el maltrato directo ni la agresión, sino por cierta desidia. Mejor aún es la relación entre Estela y la niña, ya que si bien allí sí hay una conexión mayor y más íntima, tampoco la película la presenta con esa idea «romántica» de antaño en la que entre la nana y los niños de la casa todo es afecto, amor y ternura. Para nada. Acá, de pequeñas pero contundentes maneras, hay también muestras de crueldad, que no serán groseras y evidentes pero que se manifiestan en distintos momentos.
La película, que se verá en Netflix desde el 10 de octubre y tiene producción de Fábula (la compañía de los hermanos Larraín) tiene durante casi todo su metraje un tono inusual para un film de plataforma, ya que es un relato manso, observacional, delicado, de miradas curiosas, incomodidades, silencios y molestias solapadas. Cuando «la olla se destapa» allí sí se parece un poco más a un producto llamado a provocar, a generar respuestas contundentes. Para bien o para mal, en ese momento la película toma una posición más fuerte y deja que sea el espectador el que saque sus propias conclusiones.