Berlinale 2018: crítica de «Grass», de Hong Sangsoo

Berlinale 2018: crítica de «Grass», de Hong Sangsoo

por - cine, Críticas, Festivales
17 Feb, 2018 10:01 | Sin comentarios

La nueva y breve película del gran cineasta coreano se centra en una serie de conversaciones entre distintos personajes en un café. En el curso de las horas y, con la aparición del alcohol, las situaciones se irán modificando en un filme que ofrece lo más puro y esencial del realizador de «El día después».

Llegará un momento en el que escribir críticas de las películas de Hong Sangsoo se vuelva innecesario, irrelevante. Quizás, éste sea ese momento. Es que hay algo en su cine que no solo es indescriptible en palabras sino que sus películas no parecen necesitar ningún tipo de aporte o agregado por escrito. Es como explicar una sensación, una forma de vida, variaciones sobre un tema. Es cierto que tiene películas que son mejores que otras pero todas responden a un universo que está tan claramente construido que cada vez que uno vuelve a él es como retomar una conversación interrumpida o volver a la casa de un viejo amigo.

GRASS, de apenas 66 minutos, es un Hong concentrado, destilado. De hecho, podría titularsee «Soju en una noche de otoño» y la película se explicaría sola. Uno podria imaginar que el filme consiste en pequeñas microhistorias sobrantes que Hong juntó en una sola pelicula y las conectó entre sí, un poco a la manera de The Beatles en el Lado B de «Abbey Road». No sé si fue o no así, pero es una manera de entender la propuesta.

La película transcurre casi en su totalidad en un café y está marcada por una serie de conversaciones, primero de a pares y luego de algún grupo más grande. En lo que podría ser una puesta casi teatral, Hong enmarca esas conversaciones a partir de un personaje, encarnado por su musa y actual mujer Kim Minhee. Ella es una escritora que, sentada en una mesa de ese café, escucha conversaciones ajenas y escribe.

La primera es entre un hombre y una mujer jóvenes. Ella le dice a él que se irá a Europa, que está bebiendo mucho y, a los gritos, lo acusa de ser el responsable del suicidio de una novia de él y amiga de ella. La siguiente la juegan dos personas un tanto mayores de edad que los anteriores: él es un actor que está sin dinero y quiere vivir en la casa de su amiga, pero ella le pone excusas ya que no lo quiere allí. Y luego un cineasta se pone a hablar con una escritora a la que quiere convencer, sin mucha suerte, para que lo ayude a escribir un guión yéndose un mes con él a un lugar alejado. Y también hay otra charla con una similar acusación: un hombre culpa a una mujer del suicidio de un profesor.

Minhee (cuyo personaje se llama Aerum, como el de EL DIA DESPUES) escucha y escribe lo que vemos, mientras lo comenta en la voz en off que conduce el filme de charla a charla. No queda claro si está husmeando las conversaciones o si lo que vemos lo está inventando, incluso cuando el cineasta se acerca a ella para también pedirle que lo ayude con su guión. Lo cierto es que pasan las horas y en el café –en el que curiosamente suena a todo volumen música en su mayoría clásica– empiezan a meter botellas de soju discretamente y los grupos a cruzarse en las conversaciones, en las mesas o fumando en el patio.

Pero, acaso, lo más curioso de GRASS es que en lugar de las situaciones ir derrapando hacia zonas enrarecidas, el filme utiliza su un tanto alcoholizada segunda parte como un espacio de conexión. El soju, más que sacar miserias y egoísmos, se transforma en una suerte de elixir de la amistad. Y ese bar, en el que no se puede legalmente servir alcohol, en el lugar en el que a través de un diálogo, un cigarrillo, una disculpa, un llanto, un arrepentimiento o una confesión, el mundo puede ser un lugar mejor. El bar, el soju y los amigos como un refugio –al menos momentáneo; al otro día todo puede complicarse de nuevo– contra todos los males de este mundo.