Berlinale 2018: crítica de «Fútbol infinito», de Corneliu Porumboiu
Este segundo documental del director de «Policía, adjetivo» –que se vio en la sección Forum del festival– parte del deporte para contar una historia de vida que se conecta con la situación social y política de Rumania. Se trata de un hombre que hace años intenta crear una versión distinta del fútbol, con nuevas reglas, por motivos que se revelan como muy personales.
Las películas «sobre fútbol» del realizador de POLICIA, ADJETIVO son únicas, quizás, en el mundo del cine. Si bien el director no inventó nada nuevo en el subgénero del documental deportivo, lo que Porumboiu hace es partir de relatos y situaciones mínimas, que en principio parecen poco trascendentes, para mostrar cómo el fútbol se conecta de maneras muy curiosas pero potentes con la vida de las personas y con el universo socio-político que las circunda.
THE SECOND GAME, su anterior filme de este tipo, mostraba una transmisión televisiva de un viejo partido de fútbol siendo comentada por el director y su padre. Ese sistema minimalista le servía para que el espectador pueda, a la vez, observar los detalles del partido siendo comentados y, a partir de ahí, derivar hacia experiencias personales ligadas a la historia de su padre y de Rumania en esa época. FUTBOL INFINITO es formalmente menos rigurosa que aquella pero su búsqueda es similar: que una persona cuente su historia en la cual el fútbol ha jugado un papel central para de ahí derivar hacia otros lugares pero sin jamás perder de vista el eje humano del relato.
El protagonista del filme es Laurențiu Ginghină, hermano de un amigo de la infancia del director, un hombre que jugaba al fútbol de chico pero que dejó de hacerlo cuando lo fracturaron y su lesión se curó mal. Ese accidente, más otro que tuvo luego relacionado con el anterior, lo marcaron de por vida, ya que le impidieron jugar al fútbol y hasta le complicaron sus estudios universitarios. Desde entonces trabaja como un funcionario menor en una repartición burocrática en Vaslui, la pequeña ciudad rumana de la que es oriundo el director, pero en paralelo ha tratado de desarrollar una versión del fútbol que, según él, tornaría al deporte mucho más atractivo.
Uno no tarda mucho en darse cuenta que su versión está relacionada con su traumática fractura. De algún modo imaginó un deporte en el cuál lo que le sucedió a él no sea tan común y, a la vez, uno en el que una persona sin tanta destreza física pueda igualmente jugar. Ya verán en detalle (él lo explica en el pizarrón que se ve en la foto y luego por otros medios) en qué consiste su Fútbol 2.0, pero en principio se puede resumir como uno en que cada equipo tiene cinco jugadores atacantes y cinco defensores y ninguno puede cruzar la línea del medio campo, lo que en su opinión «liberaría el balón» y haría más atractivo el juego. Pero ahí recién empieza su serie de reglas y modificaciones al deporte tal como lo conocemos hoy.
El planteo de Porumboiu parte de esa conexión entre lo autobiográfico y lo teórico, que no es totalmente inconsciente ya que Laurentiu reconoce que sus teorías están relacionadas con su historia. El director aprovecha eso y va conversando más y más con él, sacándolo de sus obsesiones futbolísticas para hacerlo hablar de su historia y su presente, una que inevitablemente se chocará con la historia rumana y hasta con la geopolítica internacional, causante de algún modo de otras decepciones personales en su vida.
La película es simple y no muy ambiciosa ni rigurosa en lo formal. Porumboiu aparece en cámara casi tanto como su entrevistado y son habituales –como en su cine– los desvíos narrativos, como uno que tiene lugar casualmente cuando están filmando en la oficina del protagonista y entran dos personas a hacer un reclamo burocráctico. La decisión de dejar esa escena en el montaje final de una película de poco más de 70 minutos muestra a las claras por donde pasa el interés del realizador. Hablar de fútbol, claro, pero ver cómo se conecta con las historias personales y nacionales de las maneras más insospechadas.