Streaming: crítica de “22 de Julio”, de Paul Greengrass (Netflix)

Streaming: crítica de “22 de Julio”, de Paul Greengrass (Netflix)

La película del director de dos episodios de la saga “Bourne” se centra en el terrible atentado cometido en Noruega en 2011. Más allá de algunos buenos momentos y la clara intencionalidad del realizador de analizar y advertir sobre un tipo de ideología política que hoy está en pleno crecimiento, la película no termina de resultar valiosa en sí misma, además de ser éticamente cuestionable por varios motivos.

Ayer leía una nota sobre 22 DE JULIO cuyo título era: “Es demasiado temprano?”. El too soon en cuestión venía en relación a si no es poco el tiempo pasado entre lo que sucedió en Noruega en esa fecha hace siete años como para hacer una película. Creo que la pregunta no es la correcta. De hecho hay otras preguntas más importantes para realizarse al respecto. Una es: “¿para qué?”. Y luego, dependiendo si uno entiende que la existencia de la película es justificable en función de eso, cabría cuestionarse si está bien o no hecha. Si cumple con esa función de forma efectiva.

La segunda película sobre el mismo hecho en estrenarse en el año (la anterior, U-JULY 22, de Erik Poppe, era un recuento en tiempo real de la masacre que se dio en la Berlinale, cuya lógica de video game me pareció tan repulsiva que decidí no verla) viene de manos de Paul Greengrass, quien no sólo es un muy sólido director de dramas y thrillers con tintes políticos sino el responsable de un muy buen film sobre el 11 de septiembre llamado UNITED 93. Lamentablemente no se puede decir que este nuevo thriller basado también en un dramático atentado de la vida real tenga tan buenos resultados como aquel, pero hay elementos en él que me parecieron valiosos.

El caso es conocido al menos términos generales. Un hombre masacró 77 personas en dos atentados consecutivos: una bomba en el distrito gubernamental de Oslo que mató a 8 personas y una literal masacre de otras 69 en un campamento de niños y jóvenes en una isla noruega. El responsable fue un ultranacionalista convencido de que había que acabar con los inmigrantes, los socialistas y multiculturalistas del presente y el futuro, y seguro de que actuaba en nombre de millones de personas que pensaban lo mismo que él. Lo cierto es que más allá de que no hay dudas que existe mucha gente que comparte este tipo de ideología y de xenofobia, nadie salió a apoyarlo tras liquidar a decenas de niños y dejar lastimados o traumados a cientos más y a sus familias. Bah, a todos los habitantes de un país, que jamás se imaginaron que algo así podía suceder allí.

La película se divide en tres partes cronológicas y tiene, también, a tres protagonistas principales. Cronológicamente, Greengrass se toma unos 40 minutos para atravesar la parte más truculenta y éticamente discutible del filme, que es la masacre en sí. Una segunda parte se centrará en las consecuencias inmediatas tanto en una familia cuyos hijos estaban en el campamento (ambos sobrevivieron, uno muy lastimado) como en el asesino y sus estrategias de defensa. La tercera será el juicio y reunirá a las partes. Anders Behring Breivik, el criminal en cuestión, será uno de los protagonistas principales. El chico lastimado, el otro. Y un rol importante tendrá el hombre que Breivik elige como abogado defensor, y su conflicto entre su obligación ética y su posición moral.

Volviendo a la pregunta del principio se me ocurre que el objetivo de Greengrass a la hora de hacer esta película tiene que ver con alertar sobre el crecimiento de estas ideologías del odio, algo que está en alza desde entonces, desde Trump a Bolsonaro pasando por líderes ultranacionalistas de muchísimos países de Europa, hasta los propios y hasta hace poco casi inimputables nórdicos. Al mostrar la crudeza de Breivik, su falta de empatía y su evidente patología psicótica (por más que la disfrace ideológicamente, no hay forma de matar 70 niños a sangre fría sin estar claramente enfermo), 22 DE JULIO se plantea como un llamado de atención, especialmente en países como los Estados Unidos donde este tipo de masacres suceden cada vez más a menudo, aunque por motivos usualmente distintos a éste. Para Greengrass, un cineasta progresista clásico, es poner el ojo en la violencia blanca, de derecha, y sacarla del imaginario del terrorista musulmán o de otro tipo.

Lo interesante que puede tener esa idea se topa con tres inconvenientes. Primero, tener que recrear la masacre, algo que es cinematográficamente detestable ya de por sí. Segundo, porque la propia lógica narrativa le da espacio al terrorista a que explique y justifique una abominable “ideología” neonazi con una convicción que algunos pueden llegar a compartir. Y tercero, y principal, porque más allá de la posible nobleza de las intenciones, Greengrass nunca logra armar un drama real que justifique la existencia “ficcional” de la película.

Es innegable que en sus más de dos horas de duración —y siendo Greengrass un cineasta muy dinámico e intuitivo—, la película tiene muy buenos momentos y plantea situaciones complicadas. Algunas más previsibles, como las consecuencias psicológicas de estos niños y sus familias por más que se hayan “salvado” de la masacre. Y otras más complejas y ambiguas, como la democrática obligación y necesidad de que aún un confeso y no arrepentido criminal tenga su defensa y descargo, con lo que eso significa para su abogado y para la población en general. Allí se plantearán otros temas que mejor será descubrir viendo la película.

Admito que estas recreaciones de masacres me generan muchas dudas (y mucho más si son de niños), pero uno tiene la sensación de que Greengrass no intenta explotar el asunto sino mostrar lo estrictamente necesario para que la película tenga un fuerte peso emocional y no dé posibilidad alguna al espectador de empatizar con el asesino. Pero de todos modos me da la impresión que el guion no logra superar el problema de ser algo más que las ideas que pone en la boca de sus personajes. Es puramente funcional a un motivo. Y, si no logra superar esa categoría, la propia validez de 22 DE JULIO termina siendo discutible. Es decir: se entiende el “para qué?” pero los resultados no logran estar del todo a la altura de la pregunta.