Estrenos online/Festivales: crítica de «Quizás es cierto lo que dicen de nosotras», de Sofía Paloma Gómez y Camilo Becerra (Amazon Prime Video/San Sebastián)
Inspirada en un caso real de un crimen cometido por una secta chilena, esta película pone el eje en la relación entre una madre y su hija, que participó en los hechos. En Amazon Prime Video (en América Latina) y en el Festival de San Sebastián.
Eligiendo un ángulo muy particular para tratar un tema que suele ser trabajado desde otros lugares, QUIZAS ES CIERTO LO QUE DICEN DE NOSOTRAS intenta ir un poco más allá del «caso criminal» que sería el eje convencional de este tipo de películas, para adentrarse en otra zona, una más ambigua y complicada. Hay explicaciones, quizás, para esto. El caso al que se refiere la película chilena es muy conocido en ese país y existe, además, un documental también estrenado este año (en Netflix) que lo analiza desde un registro más clásico y cercano al «true crime». ¿Cómo trabajarlo entonces sin caer en los recursos conocidos, sin contar la misma historia solo que con actores y reconstrucciones de hechos?
Los realizadores de QUIZAS ES CIERTO… –película que ya fue estrenada en cines argentinos, está disponible en una plataforma de streaming en América Latina y recién ahora llega a festivales vía San Sebastián– entendieron que lo mejor era trabajar desde la interioridad, la especulación y, si se quiere, la ficción. No se narra aquí la historia de la secta Antares de la Luz sino que se trabaja a partir de la experiencia de una de sus potenciales protagonistas, que puede o no estar inspirada en una persona real. La película deja de ser la truculenta historia de una secta peligrosa para pasar a ser una acerca de una madre, su hija y las muchas cosas que pasaron en el medio y que dieron como resultado un hecho truculento.
No contaré acá qué sucedió para aquellos que prefieran ir enterándose al deshojar las distintas capas de la película. Todo comienza con el regreso de Tamara (Claudia Roeschmann), una joven de veintitantos, a su casa familiar, en la que viven su madre Ximena (Aline Küpenheim) y su hermana menor Adalia (Julia Lübbert). La chica llega perturbada, rompiendo vidrios para entrar y con una nerviosa intensidad, pero su madre –que es psicóloga– la recibe con calma, como si supiera que lidia con una chica complicada. De a poco, en un sistema narrativo que deja muchísimo afuera y elide circunstancias que en otras adaptaciones serían centrales, nos iremos enterando de lo que pasó, no solo en esa ausencia, sino a lo largo de la vida de esa familia.
Rápidamente queda claro que Tamara estuvo en algún tipo de secta y que se ha ido o escapado de allí. Todo se complica un poco más cuando llega la policía a la casa para detenerla. No es la única en similar situación. Pronto veremos que son varias chicas las que están presas y hay un grupo de padres que se debate si es posible encontrar una estrategia común para sacarlas de ahí, una defensa apoyada en el tipo de dominación psicológica que puede existir cuando se está «bajo el control» de algún tipo de líder mesiánico.
Pero la respuesta que la película busca va por otro lado, se conecta más con la historia de esa madre y de esa hija para acercarse a lo que se pregunta el título: ¿y si es cierto que hizo o hicieron lo que la prensa y las autoridades dicen? ¿Y qué sucede si Tamara participó, voluntaria o inducidamente, en un hecho repudiable, criminal? ¿Se la entiende, se la justifica, se la entrega, se la esconde? Y una pregunta aún más difícil: ¿qué dice de Ximena como madre que su hija haya hecho lo que dicen que hizo?
A su manera un tanto críptica, seca, más centroeuropea que típicamente latinoamericana en su modo de construcción, su tono ominoso y en la manera de actuar de sus personajes –gente de clase alta chilena, de amplios recursos económicos–, QUIZAS ES CIERTO… pone el ojo en ese costado personal, interno y usualmente secreto de las familias de los que llamaremos victimarios. Con todas sus diferencias –la situación de la protagonista le da un montón de atenuantes a sus actos– me hizo recordar a films como TENEMOS QUE HABLAR DE KEVIN, de Lynne Ramsay, que ponía el eje en una relación con ciertas similitudes.
Tamara hablará de dificultades personales que vienen de mucho tiempo atrás, Ximena creerá tener respuestas para justificarse, pero en el fondo nadie encuentra una verdadera explicación. Los directores no juzgan y tampoco buscan el recurso facilista de poner toda la responsabilidad en un personaje mesiánico y con eso «patear la pelota afuera». Como los documentales de Martín Farina acerca de sus familiares miembros de sectas religiosas, la película no toma una distancia políticamente cómoda sino que intenta meterse en las zonas más complicadas de un asunto espinoso. Y tampoco ofrece respuestas. Solo la ligera impresión de que quizás, solo quizás, pueda existir un camino de regreso desde el abismo.