Berlinale 2025: crítica de «Leibniz – Chronicle of a Lost Painting» («Leibniz – Chronik eines verschollenen Bildes»), de Edgar Reitz & Anatol Schuster (Special)

Berlinale 2025: crítica de «Leibniz – Chronicle of a Lost Painting» («Leibniz – Chronik eines verschollenen Bildes»), de Edgar Reitz & Anatol Schuster (Special)

por - cine, Críticas, Festivales
21 Feb, 2025 03:17 | Sin comentarios

La Reina de Prusia contrata a una pintora para hacer un retrato del filósofo Gottfried Lebniz y entre ambos surge una serie de apasionantes debates en el nuevo film del mítico realizador alemán.

Presentada como un drama de época, LEIBNIZ se conforma en realidad como una serie de discusiones filosóficas y artísticas en torno a la figura del famoso académico –matemático, filósofo, teólogo y varios etcéteras– germano de fines del siglo XVII y principios del XVIII, Gottfried Wilhelm Leibniz. La excusa narrativa que el nonagenario Reitz utiliza para plantearlas tiene que ver con un cuadro que la reina Sofía Carlota de Hannover, de quien Leibniz era consejero, encargó hacer sobre él. A partir de una serie de conversaciones, debates y discusiones con los dos pintores encargados de retratarlo, la película hará un intrincado y por momentos fascinante ejercicio de polémica y debate, una conversación en la que entra el arte, la religión, la matemática, la filosofía, la ingeniería y, en general, el mundo de las ideas.

La madre de Carlota, Sofía del Palatinado (Barbara Sukowa), es quien elige para la tarea de pintarlo al excéntrico y arrogante Pierre-Albert Delalandre (Lars Eidinger), un tipo bastante pedante que no hace más que pedirle, una y otra vez, que cambie de gesto y mirada mientras posa para el cuadro. Cuando Leibniz se molesta e intenta convencerlo que esos pequeños movimientos que le pide hacer no servirán para nada si el hombre no logra captar algún tipo de verdad del retratado, se arma una discusión que termina con Delalandre decidiendo abandonar la tarea.

Allí aparece Aaltje van der Meer (Aenne Schwarz), quien se presenta como un pintor holandés de la escuela de Vermeer. Y de entrada queda claro que con él hay un mayor entendimiento y poder de reflexión sobre el trabajo que se hace, desde lo específicamente técnico (el reflejo de la luz y lo que eso genera) hasta debates si se quiere ontológicos sobre el arte y su relación con la realidad. Van der Meer oculta algo que es obvio para cualquier espectador y que el director de HEIMAT no se toma siquiera el trabajo de ocultarlo: el pintor es en realidad una pintora, que ocultó su género a sabiendas que las artistas mujeres no suelen recibir comisiones de ese tipo.

Una vez resuelto ese asunto, LEIBNIZ irá pasando a lo largo de días y semanas mientras el autor posa para el cuadro, la artista lo pinta y ambos conversan. En el medio habrá algunos personajes secundarios que tendrán su peso –el amable asistente del pintor llamado Cantor, o la propia Sofia que tiene sus problemas de fe y de salud–, pero en lo esencial lo que Reitz y Schuster han preparado es un texto que bordea lo teatral, que transcurre en gran parte en un solo atelier, y que pone a ambos personajes a cotejar ideas sobre el mundo. El cuadro, en sí, es secundario (el subtítulo «Crónica de una pintura perdida» lo dice todo), ya que se lo dio por perdido y se volvió un mito entre los coleccionistas de arte.

Así, en LEIBNIZ Reitz pondrá bajo la lupa las diferencias pero también las similitudes entre el arte y la ciencia, se hablará de Dios y de la religión, del elusivo concepto de realidad y de la supuesta trascendencia que puede generarse a partir de las expresiones artísticas. La muerte, los inventos (en una escena Cantor le mostrará y contará a la pintora varias de las invenciones de Leibniz, incluyendo una silla plegable y algunas ideas que anticipan el mundo digital), el dolor, el sufrimiento y la muerte entrarán en esa serie de conversaciones e indagatorias entre dos personajes que deben pasar mucho tiempo juntos y, de alguna manera, retratándose.

Una película pequeña, de cámara, propia de un realizador con ideas, talento y experiencia pero ahora sin muchos recursos económicos, LEIBNIZ se ve también como una suerte de testamento cinematográfico que analiza el rol del arte en la vida de las personas. Si uno cambia un cuadro por una película, tranquilamente muchas de las cosas que se discuten aquí seguirían siendo las mismas. ¿Qué es el cine? ¿Qué tiene que ver con la realidad? ¿Y qué es lo que busca al retratarla? La única respuesta imaginable, uno supone, es derrotar de algún modo poético y sensible a la muerte.