No-estrenos: 8 películas que no pasaron por los cines (reseñas)

No-estrenos: 8 películas que no pasaron por los cines (reseñas)

por - cine, Críticas
06 Dic, 2018 06:39 | Sin comentarios

Muchos de los siguientes títulos –que no han tenido y casi seguramente no tendrán estrenos locales– se cuentan entre lo mejor del cine de 2018, incluyendo películas como «Sorry to Bother You», «We the Animals», «Leave No Trace» y «Eight Grade» (foto), entre otros.

El cine independiente norteamericano genera relaciones de amor/odio, especialmente desde que el Festival de Sundance se popularizó como el evento disparador de lo supuestamente nuevo dentro del cine de ese país. Es cierto que, una década atrás, se había generado una suerte de formato «indie» de supuesto éxito comercial (cuyo ejemplo más obvio es, acaso, LITTLE MISS SUNSHINE), aprobado por los sellos «independientes» de los grandes estudios que tenía muy poco de original y menos aún de verdaderamente independiente. Pero las cosas cambiaron. La desaparición de esos sellos, la apariciónen la distribución de Netflix y Amazon, el crecimiento de otros sellos realmente más independientes y la propia lógica del mercado ha llevado a que no sea tan fácil hoy definir qué es una película de Sundance. O una película «indie» americana.

En paralelo, el panorama de estrenos en países como Argentina se ha vuelto tan pobre y limitado a superproducciones, secuelas, filmes de animación y de terror (más el combo de 200 películas argentinas de las cuales al menos 150 pasan como en un suspiro por las salas) que este tipo de cine no llega, salvo las que adquiere Netflix para su distribución mundial –que no son demasiadas últimamente tampoco–, como es el caso de VIDA PRIVADA, de Tamara Jenkins; SHIRKERS, de Sandi Tan o THE KINDERGARTEN TEACHER, de Sara Colángelo (cliquear los títulos con links a las respectivas críticas). O las que uno se topa en festivales nacionales e internacionales como WILDLIFE, de Paul Dano, o SKATE KITCHEN, de Crystal Moselle, y que tampoco son muchas ya que los norteamericanos no suelen ser amantes de hacer circular sus películas por esos ámbitos. La única película de Sundance 2018 que se estrenó en salas argentinas –sin contar las de terror o algunas premieres fuera de competencia– es LIZZIE, de Craig William Macneill.

Muchas de estas películas han optado por lanzarse en EEUU en formato VOD a la par que en salas, lo cual –para los que no accedemos a ese circuito por restricciones legales– genera que rápidamente esos films estén disponibles online. No, no es legal. Sí, es posible que alguna de estas películas terminen estrenándose. Pero lo cierto es que hoy casi no hay otro modo de acceder a lo más interesante que el cine estadounidense tiene para ofrecer. Así que acá van reseñas de algunas de esas películas –casi todas estrenadas en Sundance– que se pueden encontrar online. Hay vida más allá de Netflix, de las salas comerciales y de los festivales internacionales. Es solo cuestión de rebuscar un poco…

 

SORRY TO BOTHER YOU, de Boots Riley

Menos reconocida y celebrada que la última película de Spike Lee, la opera prima de Riley (un personaje dentro del mundo del hip-hop) es una ambiciosa y extraña comedia política que se atreve a ir mucho más lejos –en lo formal y en su exploración del racismo– que el filme de Lee. Apostando a un tono cómico absurdo, cercano al universo de los Spike Jonze/Michel Gondry, Riley narra la historia de un hombre afroamericano desocupado (Lakeith Stanfield, acaso el actor cool del momento con sus participaciones en HUYE! y ATLANTA) que toma un trabajo en una empresa de telemarketing en la que solo trabaja por comisión. Una vez allí se da cuenta que usando su «white voice» (un concepto que está usado aquí de manera muy original) logra ser un exitoso vendedor. Y así, mientras el resto de los trabajadores se plantean hacer huelga de «teléfonos caídos», a él lo convencen de subir en la escala gerencial de la compañía. Lo cual le trae algunos beneficios pero también muchos problemas.

A partir de esta situación, que se va volviendo más y más rara con el correr de los acaso un tanto excesivos 115 minutos, Riley encontrará la manera de satirizar de manera potente temáticas amplísimas y complejas de tratar como la explotación de las grandes compañías, el control de los monopolios, el racismo enquistado en todos los ámbitos, la gentrificación, y, más insidiosamente, cómo los propios afroamericanos utilizan y se aprovechan de la falsa corrección política circundante. Apostando por el absurdo y hasta bordeando el ridículo (ya verán para donde deriva el asunto) y con excelentes participaciones de Tessa Thompson, Steven Yeun (el mismo de BURNING), Armie Hammer y ¡Danny Glover!, Riley se las arregla para hacer una divertida y amarga comedia que habla del racismo en un contexto amplio y fundamentalmente económico. La película política más divertida en mucho tiempo.

 

WE THE ANIMALS, de Jeremiah Zagar

Este film, también centrado en «minorías» (un eje que cada vez será más evidente en los festivales como Sundance), propone una búsqueda lírica y personal a lo que podría ser, en paralelo, una historia de coming of age y de coming out. Uno podría simplificar la búsqueda estética de Zagar diciendo que su película es una cruza de EL ARBOL DE LA VIDA, de Terrence Malick, con MOONLIGHT, de Barry Jenkins. Y no estaría del todo equivocado. Formalmente, Zagar utiliza el lirismo visual y la voz en off propias del cine de Malick para contar una historia con bastantes puntos de contacto con la de Jenkins.

El suyo es un acercamiento poético a la vida de tres chicos, hermanos, hijos de un padre portorriqueño y una madre blanca que viven en un lugar alejado de todo en el estado de Nueva York, con mínimos recursos. Sus padres tienen una relación que pasa rápidamente de lo amoroso a lo violento y, apenas comienza el film, el padre deja la casa tras golpear a la madre. El punto de vista es el de Jonah, el menor y más «sensible» de los tres hermanos, el que parece darse cuenta de cosas que los otros no ven. Si bien el lazo entre los tres es muy fuerte, Jonah de a poco comienza a ver que la realidad que lo circunda es tóxica. Y que sus intereses –artísticos primero, sexuales después– lo alejan de los demás.

Zagar elige una puesta impresionista, de momentos y viñetas, de pequeñas epifanías y apuntes poéticos. Por momentos exagera en esa búsqueda bordeando el realismo mágico (o con el recurso en exceso metafórico de animar los dibujos que Jonah hace), pero mas allá de esos pequeños excesos, lo que logra es transmitir de manera muy vivencial la experiencia de esos niños, de esa familia, de ese lugar y de esa serie de descubrimientos que serán transformadores en la vida de ese chico.

 

EIGHT GRADE, de Bo Burnham

Otro género que parece poder reproducirse sin repetirse del todo es el coming of age. Y el debut en la dirección del popular comediante es uno de los mejores ejemplos de ese género de los últimos tiempos. La película se centra en las experiencias de Kayla (Elsie Fisher), una chica que cursa el octavo grado (el último grado de los tres del middle school, que en EEUU viene entre la primaria y el high school) y que es la clásica chica tímida, solitaria y sin amigos. Vive sola con su peculiar padre y pasa casi todo su tiempo online, likeando fotos y videos en Instagram y Snapchat, posando para ellos y, lo más curioso de todo, grabando videos para un canal de YouTube en el que da consejos sobre cómo manejarse socialmente. Consejos que, claramente, es incapaz de llevar a cabo ella misma.

La película es un retrato de sus incómodas experiencias, de sus confusos deseos y de sus frustrados intentos de conectar en un grupo en el que nadie parece interesado en ella, que no cumple con los estándares de belleza y sociabilidad de los que la rodean. Lo interesante del film de Burnham es que no trata de convertirla en una artista sensible incomprendida ni una persona más cool, en el fondo, que los demás. No. Kayla es bastante inocente y no particularmente brillante, lo cual hace que la reacción ante sus comportamientos y actitudes sean más complejos. Pero tampoco Burnham se burla de ella, a lo Todd Solondz. Lo que intenta es que empaticemos con sus problemas y dificultades, algo que se hará más evidente –y doloroso a la vez– cuando empiece a tener experiencias un tanto más riesgosas.

EIGHT GRADE plasma a la perfección esa sensación de incomodidad, de no pertenecer, de ponerse nervioso ante situaciones que otros consideran totalmente normales y nos hace recordar, a los que nos olvidamos, lo que podía ser tener 13-14 años en la escuela, aunque entonces sin las excesivas presiones de las redes sociales. Pero a la vez Burnham es lo suficientemente inteligente para saber cuándo parar y no excederse en un sistema de crueldades que la chica podría recibir y, en algunos casos, recibe. El sabe que esas experiencias formativas, por lo general, son dolorosas pero superables. Y que, tarde o temprano, Kayla podrá encontrar algo parecido a un lugar en el mundo. Y que esas 5 o 6 personas que ven sus videos en YouTube pueden ser un número bajo para esa red social pero suficiente para acompañarla en la vida real.

 

SUPPORT THE GIRLS, de Andrew Bujalski

El cambiante Bujalski, para muchos el responsable principal de ese subgénero influyente, hoy bastardeado y conocido como mumblecore, ha realizado en los últimos años films muy diversos en temáticas y estilos como sus anteriores COMPUTER CHESS y RESULTS. Su nueva película marca otro giro: es una comedia sobre el trabajo. Regina Hall encarna a Lisa, la gerente de un sports bar texano tipo Hooters en el que chicas atienden en vestimentas hot a una clientela diversa y un tanto patética. Pero también hay viejos habitués de los que las chicas ya se han hecho amigas y aún más que eso.

A lo largo de un día, Lisa tiene que lidiar con una serie de estresantes y paralelos problemas: entrenar a chicas nuevas, ayudar a otra de sus empleadas con sus problemas personales, lidiar con el dueño del bar y con las exigencias de los clientes, soportar un frustrado asalto, manejar su complicada vida de pareja y así. Pese a lo que parece ser un caos que se desborda todo el tiempo a su alrededor, Lisa se las arregla para mantener un espíritu positivo y generar un ambiente laboral optimista y capaz de enfrentar las dificultades cotidianas. Esas pequeñas batallas diarias, ganadas y perdidas, la transforman casi en una heroína de la clase trabajadora.

Comparable, en espíritu, a THE FLORIDA PROJECT, y con un tono y temática que también recuerda a algunas películas de Richard Linklater, SUPPORT THE GIRLS es una de esas raras películas norteamericanas que hablan del trabajo, que ponen el ojo en la realidad económica complicada que rodea a los personajes y lo que deben tolerar para sobrevivir. Lejos de la burbuja del mundo de las «relaciones personales» que suelen ser el principio y el fin de la mayoría de las comedias de ese país, Bujalski pone en juego cómo el trabajo marca la vida de las personas. Y, un poco como en la serie GLOW, en cómo la solidaridad y el compañerismo que allí puede generarse son fundamentales para poder llevar adelante el día a día de nuestras vidas.

 

BLINDSPOTTING, de Carlos López Estrada

En algún punto, esta película conforma una suerte de triángulo con las de Spike Lee y Boots Riley a la hora de hablar de la situación racial actual en los Estados Unidos. Acaso es la menos redonda y más errática de todas ellas –un confuso mix de tonos y estilos–, pero posee momentos de innegable potencia mezclados con otros un tanto banales. De entrada llama la atención el tono comedia pura y dura que posee. A diferencia de las otras dos –que también son cómicas pero operan desde márgenes estilísticos muy específicos–, BLINDSPOTTING juega a enganchar al espectador como si estuviera viendo una comedia afroamericana farsesca y ampulosa centrada en un hombre al que le faltan tres días de «buen comportamiento» para terminar su año de libertad condicional.

Claro que esos tres días estarán llenos de problemas y tentaciones. Y la película pega un giro radical cuando, manejando el camión de mudanzas en el que trabaja, el protagonista, Colin (Daveed Diggs, también guionista) se topa con un policía disparando y matando a un hombre afroamericano delante de sus narices. De allí en adelante, Estrada volverá a centrar la historia en la relación de Colin con Miles (Rafael Casal, coguionista), su amigo blanco pero «del barrio», y los problemas en los que él lo va metiendo, pero el tono cómico va quedando un poco fuera de lugar. Y el cierre del film, si bien es provocativo desde lo político y racial, es un tanto subrayado y excesivo.

Lo mejor de BLINDSPOTTING –que, como la película de Riley, transcurre en Oakland, California– está en cómo se adentra a analizar estos conflictos económico/raciales ligados a la gentrificación del barrio en el que viven, adonde «blanquitos transplantados de clase media» se mudan y empiezan a generar un nuevo estilo de vida que oculta las tensiones reales que existen en el lugar, especialmente con la policía. Cuando el asunto se ponga denso, esas líneas se mezclarán de maneras imprevisibles. Pero siempre dejando en claro que, como dice la metáfora del título, es difícil ver las cosas de otra manera, o de otro color, al que nos han acostumbrado.

 

AMERICAN ANIMALS, de Bart Layton

«Esto no se basa en una historia real –dice un cartel al arrancar la película–. Esto es una historia real». La frase tiene un doble sentido que se hará explícito con el correr de los minutos. Esta historia, basada en un robo de caros libros de arte en una biblioteca universitaria por parte de alumnos de esa misma universidad, es una historia real y la ficción está entrecortada por testimonios de los que dicen ser los verdaderos protagonistas. Pero, a la vez, en su forma cinematográfica, plagada de citas y referencias a clásicos heist films (películas de robos), AMERICAN ANIMALS es también una movie-movie, una película hecha de otras películas.

Esa aparente contradicción entre documental y ficción pura le da su gracia y particularidad a esta vibrante y entretenida película que solo falla en su un tanto excesiva duración. Dos amigos planean el robo, otros dos se suman a la tarea, pero sus conocimientos del tema son tan pobres que solo se entrenan viendo otras películas y citando hasta sus diálogos, algo que a su modo también hace el director, transformando a escenas de su film en copias/parodias de esos clásicos. Y a la hora de cometer el atraco el asunto los vuelve a la realidad: son cuatro veinteañeros que juegan a ser asaltantes y que, básicamente, no tienen idea de lo que están haciendo.

La ida y vuelta entre la ficción y los testimonios de los propios ladrones (el robo tuvo lugar en 2004 mientras que las entrevistas son aparentemente actuales y hoy ya todos pasaron ya los 30 años) agrega otro choque a la trama: ¿cuánto de real-real hay en lo que cuentan y cuánto de recuerdo confuso y malentendido tras tantos años de testimonios? Ninguno parece saber bien qué pasó ni cómo y las versiones que cuentan se contradicen entre sí. Allí la película apuesta a unir los dos lados de la contradicción: algo puede ser verdad y mentira al mismo tiempo, haber sucedido de una manera y ser recordado de otra. El cine también es eso: una fábrica de ilusiones que te permite imaginar que, al menos durante dos horas, tu vida puede ser muy distinta a lo que es. Algo así les sucedió a ellos con su cinematográfico sueño de ser ladrones. La realidad les devolvió un golpe que no esperaban y les mostró las diferencias.

 

LEAVE NO TRACE, de Debra Granik

Tras pasar relativamente inadvertida en Cannes, la nueva película de la directora de WINTER’S BONE fue encontrando su público y una positiva respuesta crítica. Se trata de un film pequeño en formato (son apenas dos personajes, padre e hija, y hasta la última parte muy pocos más) pero que logra conmover con una historia muy potente. Ben Foster es Will, un veterano de guerra, que evidentemente sufre de desórdenes post-traumáticos ligados a sus experiencias allí. Vive solo con su hija, Tom (Thomasin Harcourt McKenzie), pero con una particularidad: no tienen casa ni departamento ni nada parecido. Viven acampando, en un enorme parque público de la zona de Portland.

La existencia parece plácida y «natural», pero ellos saben que su campamento y situación no es del todo legal y deben estar siempre alertas a no ser descubiertos, capaces de moverse «sin dejar rastros» de un momento a otro. Cada tanto caminan a la ciudad a buscar comida o medicamentos pero pronto vuelven a esconderse. La hija lo vive como algo natural, pero es claro que el padre atraviesa dificultades que le impiden integrarse a cualquier tipo de sociedad. En un momento esa calma campestre se romperá y la película explorará las vidas de ambos de allí en adelante, especialmente una vez que Tom se de cuenta que a ella le interesa ser parte «del mundo» y conocer otras personas, algo que Will no quiere para sí mismo y que le costará aceptar de su hija.

LEAVE NO TRACE es una película silenciosa y muy potente en todo lo que no se dice y el espectador intuye, siente. El rostro de Foster deja en claro su imposibilidad de ingresar al mundo o comunicar sus problemas aun desde el silencio o usando apenas monosílabos. Y la ya no tan chica Tom se verá en la disyuntiva de seguir junto a su padre, tratar de integrarlo a algún tipo de sociedad o emprender una vida separada a la suya. Sí, es otro coming of age, pero uno que resuena desde una experiencia muy particular y específica, la de una hija y un padre que en algún momento tienen que aprender a tomar caminos separados, aún cuando el amor entre ellos siga intacto.

 

MADELINE’S MADELINE, de Josephine Decker

La única de estas películas que no recomiendo para nada, acaso una de las decepciones del año luego de tantas buenas críticas recibidas en Sundance, este film intenta ser una de esas meta-reflexiones sobre el arte y la creación de esas que solemos ver en títulos escritos por Charlie Kaufmann pero finalmente no es otra cosa que una suerte de terapia psicoanalítica con forma de un largo ejercicio de danza contemporánea. O algo parecido a eso. Es cierto que hay algo parecido a una actuación memorable, por lo salvaje, de la protagonista Helena Howard, pero los conflictos que la rodean y la forma en la que Decker decide trabajarlos desde la más literal de las metáforas terminan siendo indigestos, un malentendido cinematográfico que resiste pocos análisis dentro de ese terreno.

Acaso, la complicada vida personal y familiar de su protagonista (una adolescente que tiene conflictos con su madre, encarnada por otra performer como Miranda July, los que canaliza agresivamente en sus clases de actuación) pueda encontrar una más acabada representación en un formato de teatro/danza experimental donde este tipo de ideas de resolución de conflictos mediante la actuación y el movimiento son más comunes y generan mayor impacto físico en el espectador. Pero el cine no es el medio adecuado. Es, simplemente, un espacio, un medio para desarrollar un juego que debería jugarse en otra parte.